Ocurrió en Lince, localidad de Lima, Perú. Recordará el lector aquel film llamado “The Sandlot” (‘nuestra pandilla’) en la que un grupo de chibolos juegan béisbol en las adyacencias de una casa en apariencia abandonada con un perro guardián. Hércules, cuidando infranqueablemente el perímetro. El pitcher (lanzador) arroja una bola rápida que se eleva tan alto sobrepasando al catcher (receptor) y termina perdiéndose el terreno lindero a pocos metros del incólume Mastín Inglés.
Con nosotros ocurrió algo demasiado parecido. En Lince, la ya mencionada localidad de Lima, Perú en el verano del 2009. Atesoro el conjunto de los hechos en la retina de la memoria. Éramos un grupo de siete personas que coincidía por las tardes entorno a un interésen común, el fútbol.
Fue así y por tómbola ¡qué chamba nos dio! como conocimos a Gutiérrez “el mocho”, el misterioso señor de al lado que nos contó la verdadera historia de los jugadores más emblemáticos de Perú. Le llamábamos el mocho porque le faltaban dos dedos que perdió tras desengrasar la rueda de la bicicleta, de chibolo. Hombre de tez trigueña y nariz aguileña. Alguno de nosotros revoleó la pelota al terruño de él. Y temerosos a flor de piel, cruzamos la frondosa enredadera recibiendo algunos cortes superficiales en el mentón, brazos y piernas. Conocimos al misterioso señor de al lado que sabe mucho.
Cuando por fin traspasamos la verja tocamos la puerta. Su perro, un sabueso viejo, ya no ladraba porque estaba ciego. No olisqueó nuestra presencia. El mocho demoró en abrir. Rechinaba la fina madera del zaguán con los abultados pasos del misterioso hombre. Y era misterioso porque no le gustaban los chicos, ni la sociedad. Era un capitán Nemo en potencia. Sin Nautilus, claro está. Hombre áspero que arrastraba la lengua para hablar cansadamente.
Alguien, no recuerdo quién, mencionó a la pasada al “ñol” Solano. En la temporada 97 deslumbró a toda La Bombonera, la vistió de bulla y cánticos. Los relatores cantaban los goles de penal antes de ocurrir. Cuentan que los defensores volteaban la vista hacia atrás para mirar los goles de tiro libre. “Ustedes, entienden, muchachos”, dijo eufórico el mocho. “En vez de ¡estar asados! ¡asados, enojados, re fastidiosos! los rivales eran espectadores de lujo de los goles del ñol”. “Cosa de locos. cosa de locos”, “en vez de plancharlo, en vez de plancharlo, de arrojarle, aunque sea una linda patadita al peroné, lo dejaban patear, nadie piteaba al árbitro, nadie se quejaba, si era un artista, cómo te ibas a quejar, no cabía posibilidad alguna”.
Gutiérrez, en un arranque de verborragia confianzuda, hasta nos ofreció cebiche gratinado con papas y morrón amarillo. Intercambiamos anécdotas con Pisco que muy amablemente nos servía valiéndose sin complicaciones con los tres dedos que tenía en su mano izquierda.
Nos contó de él y cuando iba en manchita al estadio. Describió cada una de las guachitas que tiraba “el cholo” Sotil en Alianza Lima y en el Barcelona. “Les puedo hablar hoy de Héctor Chumpitaz pero muchos de ustedes trabajan y madrugan mañana. Otro día les doy un análisis técnico y preciso sobre este gran capitán de América”.
“Volvamos a Hugo Sotil. La leyenda viva. Un tipo humilde de verdad. Para mí insuperable, el mejor de todos. Porque hoy día todos tienen carros suntuosos y están en redes sociales atusándose los bigotes frente a la pantalla de la computadora.
Delantero talentoso. De exquisito remate. Manejo de ambos perfiles. Eléctrico y vibrante. De elástica definición dentro del área. Y… de cualquier área. Lo pongo en el jardín de casa y hace desastres hoy a sus 71 años. Para muchos “el Pelé” peruano. Para muchos, no para todos porque para mí, Pelé fue el “cholo Sotil” brasileño. Uno de los mejores jugadores que vi en la década del 70. Esa forma de enganchar para adentro. Ese recorte en seco estéticamente danzarín. Esas gambetas inconfundibles. Baila que te baila en los torneitos callejeros del distrito de la Victoria.
En 1969, cuando Municipal asciende a primera división, la popularidad de Sotil era elocuente. Perú había eliminado a la Argentina de la Copa Mundial de la FIFA México 70. Vean el amistoso disputado en el Estadio Nacional de Lima contra Bulgaria. Sotil empezó en el banco de suplentes. Impaciente por ingresar. Bulgaria convirtió por dos y luego del entretiempo, el técnico lo puso. Sotil se mostró en toda su dimensión. Era el adn de una pantera. Indescrifable. Explosivo. Su inyección de gambetas le cambió la cara al conjunto peruano. El encuentro terminó 5 a 3 a favor de Perú con tres goles del cholo. Hasta hizo un gol de chalaca que provocó el aplauso de reconocimiento de los búlgaros.
No me hagan seguir hablando. Me emociono. Vuelvan mañana, cocinaré pollo al maní con papas a la huancaína”.