Desde nuestra infancia nos han educado para obedecer la voluntad ajena, cumplir las obligaciones, servir a la patria, a la familia, a la empresa, al partido político, al Estado, a una idea… y la lista sigue y es larga.
En definitiva, a cualquiera pero a uno mismo en el último lugar.
Tenemos grabada a fuego la conciencia del deber, de la responsabilidad, de la necesidad, de la culpa.
De una forma u otra cada persona está al servicio de diferentes grupos y organizaciones: familia, club, universidad, establecimientos, partido político, etc.
Ahora bien, estas estructuras aparecen y se desarrollan- sí y sólo sí- los pensamientos y actitudes de un grupo de personas empiezan a tener una misma orientación.
Luego se suman nuevos adeptos y la estructura va creciendo, toma fuerza y comienza a obligar a sus miembros a seguir las reglas establecidas y en un punto hasta apoderarse de gran parte de la sociedad.
Las estructuras son varias y a nivel material se componen de personas mancomunadas por iguales propósitos y diferentes objetos materiales: edificios, muebles, instalaciones, maquinarias, tecnologías y hasta territorios.
Pero,¿qué hay detrás de todo esto a nivel del “idealismo”?
La estructura aparece cuando los pensamientos de las personas se orientan en una dirección, lo cual importa que coincidan los parámetros básicos de su “energía” mental, de sus ideales.
Así, cada “energía” mental de cada individuo se une en un único flujo común.
De esta forma se crea una estructura independiente de información: la masa “energética”.
Esa masa “energética” que tiene vida propia, somete a sus leyes a las personas participantes de su creación.
Dicha masa es liderada por una persona o grupo de ellas que se convierten en una súper-estructura que se alimenta de los partidarios que le transmiten su “energía” en diversas formas.
De lo que nadie es consciente es que esa súper-estructura es destructiva por naturaleza propia, porque le quita la “energía” a sus partidarios estableciendo sobre ellos su poder.
Y es posible observar la destructividad de esa súper-estructura en la indiferencia, puesta de manifiesto, en el destino de cada uno de sus partidarios.
Su único objetivo es obtener “energía” de ellos y concentrar poder.
A la súper-estructura poco le importa que al partidario mismo eso le resulte útil o no.
El hombre que se encuentra bajo el dominio del sistema está obligado a edificar su vida según las leyes del mismo, de lo contrario el sistema lo masticará y lo escupirá afuera.
Quien tenga suerte, encontrará un sitio dentro del sistema y posiblemente se sienta allí como pez en el agua.
En su papel de partidario, el hombre le da a la súper-estructura su “energía” y esta le asegura su subsistencia.
Si el partidario infringe las leyes de la estructura y esta deja de recibir la “energía” del partidario, la súper-estructura lo expulsa o directamente aniquila al rebelde.
El hombre que ha caído dentro de la estructura pierde la libertad, está obligado a vivir según las leyes impuestas y se convierte en una pequeña pieza dentro del engranaje, le guste o no.
Históricamente hubo hombres que aun estando dentro de la súper-estructura lograron grandes “éxitos” porque representaron como pocos a esas formaciones destructivas.
Napoleón, Hitler, Stalin y tantos otros han sido funcionales a las súper-estructuras destructivas.
Como se ha dicho, a las súper-estructuras no le interesa el bienestar de sus partidarios, únicamente los utilizan para sus fines.
Cuando le preguntaron a Napoleón si fue verdaderamente feliz en algún momento, solo pudo recordar unos pocos días de toda su vida.
A menudo una persona, al dejarse llevar por los trucos publicitarios de la súper-estructura, se aleja mucho de su suerte. Se anota en un centro de estudios y adquiere una profesión que no le gusta, encuentra un empleo aparentemente prestigioso, pero le es ajeno y se hunde en una ciénaga de problemas, une su vida a una persona desconocida y luego sufre o entra al ejército y muere.
La súper-estructura se alimenta de la “energía” de sus partidarios y atrae a tantos como le sea posible para acrecentar su poder; inculpa agresivamente a quienes rechazan ser sus partidarios y los neutraliza o los elimina; juega con los sentimientos humanos escondiéndose detrás de máscaras venerables y atractivas y se encubre con objetivos moralmente elevados a fin de justificar su actividad y conquistar más partidarios; contrapone al grupo de partidarios a otros grupos: “nosotros somos buenos, y los otros son malos”.
La clave para evitar toda esta manipulación está en reconocer a la súper-estructura y no aceptar su juego sin aprovecharlo. La súper-estructura destructiva compite con otras semejantes en la lucha por personas que se conviertan en partidarios.
A estás no les importa la felicidad ni el bienestar de las personas. Te invitan a ser misericordioso con los otros, pero se mantienen indiferentes con sus partidarios.
Esas súper-estructuras destructivas han hecho perder a las personas la costumbre de elegir su destino. Porque si el hombre fuese libre de elegir, obtendría la independencia y las estructuras no lo podrían convertir en su esclavo.
Nuestra conciencia está tan acostumbrada a que la suerte sea algo predeterminado que nos resulta muy difícil creernos capaces de elegir, simplemente, el destino a nuestro agrado.
Las súper-estructuras mantienen a sus partidarios bajo su control y por lo tanto inventan cualquier medio para manipular a sus servidores.
Las guerras y las revoluciones son la manifestación más destructiva de las súper-estructuras. Sobran ejemplos en la historia del mundo.
Pero coexisten con batallas menos agresivas: la lucha por los mercados, la rivalidad de los partidos políticos, la competencia económica, cualquier tipo de marketing, las campañas de publicidad, la propaganda ideológica, etc.
El ambiente de la existencia humana está construido sobre las súper-estructuras, por lo que todos los campos de actividad están envueltos en competencias. Esta existe en todos los niveles, empezando por las disputas gubernamentales y terminando por los campeonatos entre equipos de clubes o individuos.
Siempre apelo a la inteligencia del lector para que arribe a la conclusión que es dable esperar acorde todo lo explicitado.
Las súper-estructuras son aquello de lo cual se vale la clase política, los factores de poder y los grupos de presión para manejar los destinos de cada uno de los habitantes de una nación.
El mecanismo por el cual articulan su dominio en los modelos democráticos se explican claramente observando los resultados que van dejando: un mundo absolutamente desequilibrado y millones de almas insatisfechas por el motivo que fuese.
Ni que hablar de lo que han hecho y hacen en los sistemas no democráticos.
No se trata, entonces, de enfrentar o pretender cambiar lo establecido desde dentro del sistema.
La primera condición es renunciar a esa lucha contra las estructuras, porque también se alimentan de la oposición a ellas.
Hay que aceptar lo que está como si se tratase de una visita a una sala de cuadros en un museo: a nadie se le ocurriría exigir que quiten de allí los cuadros que no le agradan.
Podemos abandonar la sala e ignorar la visita sin dejarnos influenciar.
Es preciso antes de comprender lo que significa elegir, aprender a negar.
Pocos imaginan con claridad lo que quieren, pero todos saben con exactitud qué es lo que no quieren.
Para negar es necesario aceptar.
Y aceptar, a su vez, no significa conformarse, sino reconocer el derecho de existir y dejar que lo indeseable pase de largo.
En los años que hemos vivido hemos podido comprobar el accionar de las súper-estructuras y en especial las que han manejado el mundo hasta aquí: las destructivas.
Entonces, es hora de que haciendo uso de nuestra libertad comencemos a delinear una súper-estructura benéfica de la cual pueda participar cualquier mortal y sea positiva para el resto de la sociedad.
Y es la Estococracia o Demarquía la que puede darnos ciertas chances de elegir nuestro destino sin imposiciones abusivas, ni absurdas.
Es imposible librarse de todas las súper-estructuras, ni falta que hace.
Al contrario, son justamente las súper-estructuras benéficas las que, al fin y al cabo, convierten en realidad los sueños del ser humano.