Los anuncios de la semana pasada no sirvieron de mucho: dejaron a todos descontentos y a unos cuantos además alarmados. Echarle la culpa a “los noctámbulos” fue una reedición de las tonterías que se dijeron sobre los runners un año atrás. Y alentó a los votantes jóvenes a alejarse de un gobierno al que en buena proporción habían apoyado en 2019, pero que con el cierre eterno de las escuelas y la vida social el año pasado, más el derrumbe de la economía y el empleo, no ha hecho más que martirizarlos.
Encima, el reto con el dedito levantado que el presidente le dedicó a “la gente por haberse relajado” lo mostró en un intento demasiado burdo y alevoso de lavarse las manos: ¿acaso no fue él quien demoró el reconocimiento de que la segunda ola ya estaba entre nosotros a que pasara la Semana Santa, para así darle algún consuelo a actividades económicas que están por el piso? ¿Eso no fue acaso “relajarse” irresponsablemente?
Para no hablar del hecho de que es el único gobernante del mundo que contrajo el virus, siendo al mismo tiempo una de las pocas personas en nuestro país vacunadas con las dos dosis, lo que hace pensar no solo que en los últimos meses estuvo violando los protocolos de cuidado en actos políticos de todo tipo, algo bien documentado porque no dudó en hacerse fotografiar muy sonriente en varios de ellos, sino que nunca en verdad le importó cuidar su investidura y responsabilidad presidencial en lo más mínimo. El “profesor de la UBA” se ha revelado como todo un exponente del chanta argentino.
Como sea, las medidas orientadas a lavarse las manos y simular que se hace algo mientras en concreto no se hace nada, parecen que van a dar paso, finalmente, a una discusión un poco más seria sobre cómo encarar la difícil situación que se enfrenta.
Ahora que ya no puede seguir haciendo equilibrio y lanzando anuncios sin sentido, tratando de congraciarse con todos pero sin jugarse y comprometerse con nada, Alberto deberá optar entre males: o bien cierra aunque más no sea por unas semanas, reduciendo drásticamente el movimiento de población, y le hace entonces pagar un costo importante a una economía ya muy complicada, encima sin plata a la mano para compensarla siquiera parcialmente, o bien corre el riesgo de que la curva de contagios se siga empinando, y el sistema de salud se sature. Lo que de suceder llevaría de todos modos también a mayores problemas económicos.
Gobierno relajado
El problema obedece, en gran medida, a que el gobierno mismo fue el que se relajó. Apostó a que sería fácil conseguir vacunas en cantidad suficiente. Sobre todo de sus “socios estratégicos”, China y Rusia. Por lo que incluso se dio el lujo de pelearse con Pfizer e ignorar a otros potenciales proveedores.
No hizo nada por mejorar los aspectos en que su estrategia había fallado más alevosamente el año pasado ante la primera ola: los testeos y el rastreo de cadenas de contagio, el manejo focalizado de territorios y actividades, la construcción de confianza en torno a las medidas oficiales. Y tampoco se preocupó porque fuera a ser necesario un financiamiento de emergencia, así que se dejó estar en la renegociación con el Fondo, la única fuente potencialmente disponible para acceder a esos recursos.
Incluso, anunció que, de recibir de yapa fondos adicionales de ese origen, por una decisión que el organismo tomará atento justamente a ayudar a los estados de todo el mundo a atender la emergencia, los usará no para vacunas ni nada de eso, sino para reenviarlos inmediatamente Washington para cubrir los vencimientos de este año. Con el único objetivo de evitarse el disgusto de firmar compromisos de reforma y estabilización de la economía. Extraordinario: su delirante idea sobre lo que significa ser soberanos se pagará con más pobreza, más enfermos y más desesperación. ¿Eso querían decir con que “el Estado te cuida”?
Lograr fines muy modestos se le está volviendo cuesta arriba al gobierno en este contexto. Intenta desesperadamente que la inflación no siga deprimiendo el consumo popular. Pero no está logrando casi nada en este sentido, pese a que pisó tarifas, los precios cuidados y la cotización oficial del dólar, sacrificando todos los días las divisas que liquidan los exportadores. Mientras infla de modo irresponsable la deuda de corto plazo del Banco Central muy por encima del máximo al que llegó en las vísperas del descalabro financiero del macrismo, en 2018.
Cuando dentro de pocos meses se termine la liquidación de la cosecha, ¿qué va a hacer el Central? Su presidente acaba de lanzar una de esas frases que conviene recordar, pues transmiten a operadores económicos avispados el mensaje contrario a su sentido literal y los predisponen a reventar todo lo que se cuente en pesos, por más tasa que se les ofrezca: “no va a haber corrida cambiaria”. “La casa está en orden”, se entendió.