Al mundo le faltan vacunas. Es obvio. Los países que más vacunaron a su población son los ricos, mientras los países más pobres deben seguir esperando su turno. Entonces empieza una presión global. Sudáfrica y la India piden que se liberen las patentes: que las vacunas se puedan fabricar sin pagar patentes, como pasó en Sudáfrica con las para el Sida. Y el presidente de EE.UU. Joe Biden, ya dice que están estudiando cómo hacerlo.
Hay una especie de recriminación al mundo desarrollado: repartan las vacunas, les exigimos, como si tuvieran la obligación de hacerlo, o como si no estuvieran compartiendo ya generosamente sus hallazgos con donaciones, con el fondo Covax de Naciones Unidos, con convenios de coproducción.
El planteo es simplista. Estados Unidos, Europa, China, Rusia han invertido miles de millones para desarrollar la vacuna, y lo hicieron en sistemas científicos y tecnológicos eficientes que mantienen desde hace décadas. Gracias a eso la humanidad tuvo una vacuna en tiempo récord y todo el planeta quedará vacunado en un tiempo récord para la historia, aunque haya demoras.
El pago de patentes es la forma de retribuir esas inversiones y de garantizar que esos mismos aparatos formidables existan cuando la Humanidad los vuelva a necesitar.
En particular, el reclamo es hacia los laboratorios con base en Estados Unidos. Las vacunas rusas y chinas son aparentemente tan buenas como las occidentales, pero China y Rusia no tienen por ahora la capacidad de producir tantos millones de dosis. Pfizer, Moderna y Astrazeneca son las vacunas más usadas porque ya se fabrican en forma masiva.
Así la que crítica tiende a focalizarse, como siempre, sobre Estados Unidos. Cuando no. Sobre todo en países que desde hace demasiadas décadas culpan de todos sus males a ese país, como Argentina.
Da la impresión de que acá podría usarse tranquilamente el eslogan “Pfizer o Perón”, parafraseando al famoso “Braden o Perón” que usó Perón para ganar las elecciones de 1946 identificando a los opositores con traidores a la Patria.
Antes de reclamar y exigir tanto, deberíamos aprender a dar un poquito las gracias. A China, a Rusia, a Europa y también a los Estados Unidos. Es gracias a ellos, que han hecho las cosas bien, que hay vacunas. No es un invento. Si fuera por nosotros, por ejemplo, lo más concreto que tendríamos a esta altura sería el “barbijo del Conicet”, que empezó a venderse cuando la pandemia ya estaba en su décimo mes.
Un poquito de humildad. A ver si dejamos el resentimiento, nuestro proverbial complejo de inferioridad y aceptamos que, en esta pandemia, estos países hasta ahora nos están dando, con mucha generosidad, mucho más de lo que nosotros les hemos dado a ellos.