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El tour de Alberto Fernández y Martín Guzmán mostró quién complica y quién ayuda a la Argentina

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¿Será el "ministro de la deuda", como ahora lo quiere presentar el presidente?
¿Será el “ministro de la deuda”, como ahora lo quiere presentar el presidente?

Nunca como en estos últimos días quedó tan claramente a la vista de dónde vienen los problemas que nos impiden hacer gobernable y capaz de progresar a nuestro país, y de dónde viene la ayuda para, dado lo anterior, al menos evitar que él se hunda del todo.

 

Mientras el presidente y su ministro de Economía hacían un recorrido mendicante por Europa, y encontraban allí algunas postreras muestras de apoyo y colaboración, no se sabe ya muy bien por qué, dado que Argentina, y en particular los gobiernos del mismo signo que el que aquellos ahora encabezan, han roto infinidad de veces las promesas hechas a esos países y a todos los organismos internacionales habidos y por haber, desde Buenos Aires no pararon de llegarles malas nuevas, promovidas por sus propios compañeros de coalición, y desmintiendo uno por uno todos los compromisos que, con gran esfuerzo actoral, ellos habían estado tratando de venderles a sus interlocutores, para que perdonaran sus incumplimientos, les dieran más tiempo y se mostraran incluso comprensivos con su pretensión de seguir violando las reglas de juego compartidas por todo el resto de la comunidad internacional.

Al mismo tiempo que Martín Guzmán se reunía con la jefa del FMI y el presidente lo hacía con su par francés, para tratar de conseguir algo por completo irregular, que se le perdonara al país, después de haber estado dando vueltas por más de un año, el no pago durante 2021 de compromisos asumidos en 2014 con el Club de París, originados en el default de una deuda que venía a su vez de 2001, es decir, hace 20 años, sin cumplir con el requisito mínimo en estos casos exigido, tener un acuerdo previo con el Fondo Monetario, con el que también tenemos una deuda que está al borde del default, porque en vez de presentarle un plan de pagos y de estabilización de la economía al asumir, hace un año y medio, el Alberto y el Martín dijeron no “creer en planes”, al mismo tiempo que sucedía todo eso en París y Roma, en Buenos Aires los senadores oficialistas votaban un proyecto de declaración que tiene el curioso mérito de mojarle la oreja al mismo tiempo a sus propios emisarios y a sus interlocutores externos: propone no pagarles nada y, al contrario, usar los recursos extra que el FMI está por concederle al país para gastos corrientes, dicho mal y pronto, para hacer la campaña electoral de este año, aunque a continuación se pudra todo.

Por si hacía falta, al día siguiente Máximo Kirchner presentó un proyecto de su propia cosecha, que le apretó un poco más el pescuezo al pobre Guzmán en el tema tarifas: no sólo el ministro no podrá cumplir la promesa hecha el año pasado a Kristalina Georgieva de que reduciría los subsidios y ajustaría el gasto, y no sólo esos subsidios van a crecer porque le fue imposible torcer la voluntad del delegado de la Cámpora en el área de energía eléctrica, o echarlo, sino que ellos van a crecer aún más porque al jefe de los camporistas se le ocurrió reducir un 50% las tarifas de gas, en unos 40 municipios “seleccionados” porque hace frío. Fue casi conmovedor escuchar a continuación al jefe de Gabinete decir que el proyecto de Máximo era también del Ejecutivo y le parecía fantástico. Guzmán tuvo al menos un resto de decoro y no dijo nada.

El argumento de los chicos de la Cámpora es que, como “Macri hizo campaña en 2019 con los 44.000 millones de dólares que mandó el FMI a instancias de Trump”, ellos están en su derecho de hacer ahora campaña en las legislativas con los 4.500 en derechos de giro que va a mandar Georgieva, a instancias del mucho más progresista Biden. No sería un acto de irresponsabilidad, sino un modesto quid pro quo.

Lo que no entienden estos muchachos es que Macri al menos cumplió con una parte de la contraprestación que se le exigía: redujo draconianamente el gasto, incluso en un año electoral, y siguió por ello aumentando las tarifas, así como pagando compromisos de deuda vieja, con los recursos de la deuda nueva. No pudo evitar de todos modos un nuevo default, pero puede decir que al menos lo intentó, y entregó las cuentas públicas casi en equilibrio a su sucesor. Mientras que ahora lo que el gobierno argentino se propone hacer es lisa y llanamente burlarse de la comunidad internacional, y manotear los recursos que nos ofrece, no para contener el descalabro económico y de las cuentas públicas, sino para agravar las tendencias que nos han llevado a incumplir los compromisos asumidos: más déficit, más distorsión de precios relativos, más inflación bajo y sobre mesa, en síntesis, una bomba de tiempo que no va a tardar en estallar.

Dado este panorama, que ni Macron, ni Georgieva podían ignorar, cabe preguntarse: ¿por qué de todos modos siguieron dándole aire a Alberto y Martín, por qué le dan aparentemente todavía algún crédito a la promesa que ellos hacen de que “van a avanzar muy rápido hacia un acuerdo” después de las elecciones de este año, tanto con el FMI como con el Club de París, si está a la vista que cada vez están más lejos de poder hacer algo así?

Una posibilidad es que hacen un cálculo semejante al que debe estar haciendo Cristina: después de que la gente vote, en noviembre próximo, va a venir una flor de devaluación, acompañada seguramente de un pico de inflación; y así como para Cristina es mejor que esa desgracia la administren Alberto y Martín, para los gobiernos y organismos acreedores es conveniente que no se les cargue la responsabilidad tampoco a ellos. Desde afuera se volverá a decir que hicieron todo lo posible por salvar al país, pero él se niega a salvarse a sí mismo, y aquí adentro los kirchneristas nos volverán a decir, una vez más, que la culpa es del sistema financiero internacional, su perversidad e injusticia, y de quienes no fueron lo suficientemente duros para enfrentarlo, gente ambigua y sin carácter, como los tibios de Alberto y Martín.

Alberto Fernández dice ahora que Guzmán va a seguir siendo “el ministro de la deuda”. Imagina que así lo mantiene con vida y en su puesto, al menos hasta que se cierre el acuerdo con los acreedores. Y a su vez se mantiene a sí mismo a flote, mientras siga haciendo falta gente que sea reconocida como “mínimamente confiable” por parte de ellos. Lo que ni Alberto ni Guzmán parecen reconocer, al menos no en público, es que siendo rehenes de su propio gobierno, y sin mínimo apoyo de su propia coalición para resolver al menos este problema, de los muchos que tienen entre manos, y al contrario, recibiendo de ella todo el tiempo más y más descalificaciones, desautorizaciones y desmentidas, el rol que tienen para cumplir solo puede ser el de volverse cabezas de turco de los golpes contra la pared que nos esperan.

 

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