“Nos habían suicidado los errores del pasado”. Homero Expósito
El regreso de Cristina Fernández al ruedo público después de un año de silencio, me dejó una certeza: tiene miedo. Pese a su cinismo, la noté deformada por el pánico a perder las elecciones precisamente en el lugar en que está el núcleo duro de su innegable poder. Su base electoral ha tomado conciencia de que la falta de vacunas se debe su posición ideológica, a la corrupción de su Gobierno y a la vocación por instaurar un capitalismo de amigos que esta vez se pasó de la raya. Las coimas de la obra pública o las valijas de Guido Antonini Wilson eran, para los ciudadanos menos informados, una discusión difícilmente comprensible y siempre lejana. Pero ahora, la criminal complicidad entre funcionarios y ladrones industriales farmacéuticos se ha trasladado al interior de los hogares, en muchísimos de los cuales la pandemia ha dejado lugares vacíos en la mesa.
Por primera vez, las encuestas le están informando que, tal como sucedió en las últimas elecciones celebradas en el estudiantado de la Universidad de Buenos Aires, en las cuales el kirchnerismo prácticamente desapareció de los claustros, los jóvenes están dando la espalda a su proyecto populista totalitario y prefieren la independencia y la libertad. Sucede que el precario tinglado del relato oficialista ha dejado de enamorar porque los datos duros y la errática gestión del Gobierno desnudan su absoluta falsedad, y muchos ya han aprendido a pensar.
Amén de la delitos de lesa humanidad cometidos en la gestión de la pandemia y el proceso vacunatorio, y de la bomba neutrónica que el Gobierno detonó sobre la economía con el encierro más prolongado (según Bloomberg, la Argentina es el peor país en la gestión de la crisis) creo que el campo en el que los Fernández² se han comportado con mayor infamia es la educación en todos sus niveles y, en especial, en el infantil y primario. La complicidad oficial con los gremios ¿docentes? ha infligido a los niños un daño enorme, y tendrá ciertamente consecuencias gravísimas en el futuro; por si eso fuera poco, porque las escuelas están cerradas hace tanto tiempo, en el Conurbano los chicos viven en las calles, asoladas por la droga. Además, tal como sucedió con la sanidad, tampoco se aprovechó el tiempo ni hubo previsiones administrativas y presupuestarias para equiparlas y paliar el espeluznante frío. Y para colmo, ahora el Gobierno ha suspendido las imprescindibles pruebas de evaluación de maestros y alumnos, y éstos últimos son promovidos automáticamente sin comprobar siquiera si han aprendido.
La ignorancia que todo esto produce no es involuntaria o no prevista; por el contrario, ha sido buscada y planificada para incorporarla a la panoplia de armas de las que el kirchnerismo dispone para su proyecto dinástico de perpetuidad y dominación. Otra, claramente, es el pobrismo; a esta altura, ya nadie puede dudar que un populismo sin dinero sólo es factible cuando todos se convierten en pobres y dependen del Estado; Cuba, Venezuela y la Provincia de Formosa son claras pruebas de esta afirmación.
Ahora, el Gobierno anuncia que avanzará contra los sistemas de salud privados, algo que los argentinos de clase media pagamos por los déficits sólo en hotelería y equipamiento (como bien saben todos los funcionarios y sus familias, que nunca recurren a él) de los prestadores públicos, ya que sus profesionales son excelentes; o sea, otra vez se nivelará hacia abajo. El método es el mismo que utilizó Néstor Kirchner para robar –a nombre de los Eskenazy- el 25% de YPF: estrangular al sector congelando sus tarifas, con inflación galopante y en plena pandemia, que encarece los costos. El próximo zarpazo serán las ART, otra caja apetecible, como lo fueron en su momento las AFJP, expropiadas por inspiración de Amado Boudou, lo cual le valió ser escogido para secundar a Cristina Kirchner en 2011.
La lengua española es de las más ricas de Occidente (no se preocupe, que no exhibiré filminas para probarlo) y, sin embargo, a veces falla en la provisión de suficientes adjetivos. Eso sucede hoy en la Argentina, donde los calificativos disponibles no alcanzan a describir con total precisión la gestión del Gobierno y la moral de sus principales líderes. Esa carencia se manifiesta frente al asesinato de 86.000 compatriotas, la expropiación de empresas y propiedades, la sociedad con los grandes cárteles narcos, los ataques a la Justicia y la Procuración, los avances contra la libertad de prensa y la persecución a opositores y periodistas de investigación, la alineación con regímenes autoritarios y violentos (Rusia, China e Irán) y la sumisión a sus intereses, la política nacional e internacional de derechos humanos, la probada hipocresía en el uso de la teoría de “no intervención”, la rampante corrupción, la inflación y la inexistencia de moneda, y la devaluación de la palabra presidencial, que ya ha convertido a Alberto Fernández en ridículo. Tarde o temprano, muchos deberán pagar por todo esto, sin esperar a que Dios se los demande.
El descontento que reina en el Conurbano, derivado de la suma de hambre, pobreza, inseguridad, narcotráfico, desocupación y falta de clases, debiera haber convertido en orégano el campo de la oposición; sin embargo, ésta no aparece por allí –a menos de un mes del vencimiento del plazo para presentar alianzas y, poco más, candidatos- porque está más dedicada a disputas bastardas por egoístas personalismos. En lugar de centrar sus críticas en la economía, la salud y la educación, se pierde en discusiones inconducentes. Y deja de cumplir así su democrático deber de explicar claramente a la sociedad qué se juega la Argentina en esta cita electoral de medio término: nada menos que la República y la Constitución porque, sin 2021, no habrá 2023; y que, como dijo el Diputado Mario Negri, estamos a sólo siete diputados de ese pavoroso abismo.