La elección de los aliados define mejor que los discursos la verdadera identidad de un gobierno o de una fuerza política. Las opciones geopolíticas y la trama de poder real de la coalición oficialista disuelven el progresismo impostado que predica.
La reivindicación de los derechos humanos cimentó la narrativa fundacional del kirchnerismo. La reapertura de los juicios a los responsables de la represión ilegal durante la dictadura la volvió creíble. Luciano Benjamín Menéndez, el carnicero de La Calera –entre otros–, pudo ser condenado porque la derogación de las leyes de impunidad desbloqueó la acción de la Justicia. Ese es un dato objetivo.
El contexto había cambiado. El poder militar, que acosó a la democracia en los inicios de la restauración, ya se había licuado. Néstor Kirchner supo leerlo. El estandarte de los derechos humanos le proveyó en el ejercicio del poder una legitimidad que las urnas le habían retaceado. Fue presidente con apenas el 22% de los votos.
Kirchner explotó a fondo esa veta para su construcción hegemónica. Cooptó a la mayoría de los organismos de derechos humanos, que se partidizaron. Malversaron el principio de la neutralidad política, inherente a una causa humanitaria universal.
Esa maniobra obró como una ducha de lavandina para limpiar la equívoca actitud de los Kirchner en tiempos de la dictadura. Y luego sirvió de coartada ideológica para encubrir la corrupción sistemática en el gobierno y el sesgo autoritario de su proyecto político. Si todavía no anuló por completo la independencia de la Justicia –como postula abiertamente Cristina– fue sólo porque no reunió los votos necesarios para cambiar la Constitución.
Los Kirchner se aliaron con gobernadores que, como ellos en Santa Cruz, instauraron la relección perpetua y un régimen feudal de control de la sociedad basado en el acorralamiento de la economía privada y la administración discrecional del presupuesto público.
Así consolidaron la expansión territorial de su proyecto, consiguieron el dominio pleno del Senado y quedaron a pocas bancas de obtenerlo en Diputados. No por casualidad un hombre de Insfrán preside el bloque oficialista de senadores y la esposa del mandatario de Santiago del Estero ocupa la Presidencia Provisoria del cuerpo.
La comisionada de las Naciones Unidas por los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, puso en la mira los abusos de poder en Formosa. Un rasgo persistente de la autocracia local, que durante la pandemia alcanzó extremos violentos. El gobierno nacional los encubrió con metódico empeño.
La expresidenta socialista de Chile y los funcionarios del organismo multilateral que lidera desnudaron también las atrocidades de Venezuela y la dictadura electiva de Nicaragua. El gobierno argentino quedó en posición prohibida en las votaciones, junto a Maduro y a Ortega.
Las opciones geopolíticas que reveló la diplomacia de las vacunas y otras decisiones de la cancillería nos acercaron a los regímenes autoritarios de Rusia y China, y nos distanciaron de las democracias occidentales.
La elección de los aliados, internos y externos, define la identidad real del kirchnerismo. El progresismo impostado ya no la puede enmascarar.