Opinando sobre política me equivoqué "fiero" tres veces, a saber:
1) Después del desastre que hicieron los peronistas entre los años 1973 y 1976, únicos responsables de todo lo que ocurrió después, estaba convencido de que la gente se había dado cuenta de que el peronismo era una farsa. No fue así; el pueblo argentino los siguió votando.
2) Después de la caída del muro de Berlín, estaba convencido de que los simpatizantes de izquierda se habían dado cuenta de que el comunismo también es una farsa. Tampoco fue así; de hecho sigue habiendo partidos de izquierda, y lo que es peor, hasta hay personas que los votan y les dan bancas en el Congreso.
3) Finalmente, la tercera, fue en diciembre de 2001. Ahí pensé que, con el estallido social, la sociedad argentina había aprendido, pero especialmente la clase política, y fue esa la vez que más me equivoqué.
No solo no aprendimos nada, sino que los que vinieron después, Néstor y Cristina, fueron lejos los peores. Tanto, que -entre otros desastres- produjeron el saqueo más grande que se registre en la historia de la humanidad. Tanto que es incalculable.
Pero antes de que apareciera el kirchnerismo, hubo un personaje quien, vaya uno a saber porque extraña razón, propuso a Néstor Kirchner como nuestro salvador: Eduardo Duhalde.
El mismo que aseguró que quien había depositado dólares iba a recibir dólares, el mismo que nos propuso "votar por este matrimonio del sur", fue quien también nos aseguraba, allá por 2002, que los argentinos "estábamos condenados al éxito".
Hace ya más de 50 años, el 1º de marzo de 1967, Óscar D. Gestido, al asumir como presidente de la República Oriental del Uruguay expresó: "(...) No hay Constitución, no hay Parlamento, no hay gobierno, por honesto y capaz que sea, que puedan salvar un país que no quiere salvarse.
Si el pueblo estuviera dispuesto a convertir la sociedad en una agrupación de tribus, cada una luchando por sus intereses, en una regresión a la más brutal ley de la selva, para satisfacer intereses sectoriales, sin tener presente los intereses de la comunidad, entonces ya tendríamos que declarar, todos sin excepción, que somos irrecuperables.
Sociedades donde los intereses de cada grupo se anteponen al interés nacional no pueden sobrevivir, aunque tengan un gobierno de dioses.
El país tiene y tendrá tan solo un gobierno de hombres. Si el pueblo quiere suicidarse, no habrá gobierno que pueda impedirlo. Si el pueblo quiere salvarse, está en sus manos y en las de nadie más el hacerlo".
Este discurso, tan real como actual, no hace más que demostrarnos que somos nosotros mismos los verdaderos artífices de nuestro bienestar, o no.
Los pueblos que crecieron lo hicieron sabiendo que eran pobres; en cambio, los argentinos pretendemos crecer creyendo que somos ricos, pero además, muchas veces pretendemos conseguir resultados sin trabajar, porque nos dijeron, y nos hicieron creer, que éramos ricos.
El resultado está a la vista. Países que fueron destruidos por la guerra hoy son desarrollados, mientras que los argentinos nos seguimos preguntando ¿Dónde está lo que me prometieron? y nos consolamos diciendo "Me robaron todo".
El bienestar de una nación es directamente proporcional a la capacidad de su pueblo. De eso no hay dudas, y es exactamente eso mismo lo que quiso decir el Presidente de Uruguay Óscar Gestido hace más de medio siglo.
Somos nosotros quienes elegimos a nuestros gobernantes. Y nuestros gobernantes son nuestro fiel reflejo; son quienes nos representan, y son argentinos. Nacieron en este bendito país, aquí se criaron, se formaron y se educaron. Son fruto de nuestra sociedad, y como tal, tienen todos nuestros defectos y virtudes, pero fundamentalmente nuestra idiosincrasia.
Hoy, después de casi 40 años de democracia, y a casi 20 de que Duhalde nos haya asegurado que los argentinos estábamos condenados al éxito, si hacemos un balance podemos ver que, claramente, en muchos aspectos hemos retrocedido, especialmente social y culturalmente.
Y no es culpa de la democracia. La democracia, como dijo Winston Churchill "es el menos malo de los sistemas políticos".
Los únicos responsables de nuestro futuro, nuestros éxitos y nuestras desgracias somos nosotros, los argentinos.
Hace algunos años, charlando con un prestigioso profesor de ciencias políticas argentino que da clases en una universidad de EEUU, me dijo: "El sueño de todo presidente de cualquier país desarrollado es poder gobernar de la misma manera que gobiernan los presidentes de Latinoamérica. ¿Sabés por qué no lo hacen? es simple, por una sencilla razón, los ciudadanos jamás lo permitirían."
Y es así, tal cual. Estamos como estamos porque somos como somos. Si no reaccionamos y cambiamos como sociedad, indefectiblemente, vamos a estar condenados al fracaso. Todo lo demás, es pura cháchara.
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