“Perder las elecciones es normal en una democracia. Lo malo es perder la democracia en unas elecciones”.
Esta semana, el escándalo que se desató cuando se conocieron las raras y multitudinarias visitas a la residencia presidencial de Olivos durante la fase más estricta de la “cuareterna”, provocó una repulsa generalizada por la soberbia y la desaprensión que mostraron. Fue una clara demostración de los insoportables privilegios de los que gozan los funcionarios de este gobierno pretendidamente popular mientras dejaba sin clases a los chicos, compraba con enormes sobreprecios insumos sanitarios y alimentos, instalaba vacunatorios VIP, intentaba domesticar a la Justicia para garantizar la impunidad del saqueo, aislaba a los padres de sus hijos y nietos, quebraba miles de empresas, dejaba sin trabajo a millones de personas, empujaba a la pobreza a los restos de la otrora potente clase media, varaba a miles de conciudadanos en el exterior, nos convertía en un país de emigrantes y batía records mundiales de inflación, y de contagiados y muertos por la clarísima manipulación política e ideológica de la vacunación.
Mientras tanto, los dos grandes movimientos que se enfrentarán en las urnas en noviembre emitieron sendos manuales para consumo interno. El Frente de Todos lo hizo para toda su militancia, y es un verdadero instructivo procedimental –qué decir y qué responder, en cada caso- para intentar cautivar a esos votantes que lo acompañaron en 2019 por despecho contra Mauricio Macri y le permitieron regresar al poder y que, según las encuestas, parece haberlo abandonado por el impacto de todos esos factores recién enumerados.
Juntos por el Cambio (o como se llame ahora) lo encaminó a sus propios líderes y sus precandidatos, exigiéndoles que bajaran el tono de la disputa previa a las internas que, en sus niveles actuales, espanta a propios y ajenos; está de más decir que no parece haber sido obedecido, ya que desde Gerardo Morales hasta Facundo Manes continuaron con su fuego amigo, respondido por Elisa Lilita Carrió y Héctor Toty Flores.
Más allá de las buenas intenciones que puedan atribuirse a este decálogo de mandamientos que promulgó la oposición, me parece que debiéramos preocuparnos más por la conducta individual que tendrán, ya en sus bancas, cada uno de los legisladores que elijamos en noviembre. Porque nuestra historia reciente está lleno de ejemplos de travestismo político que han protagonizado notorias figuras. El caso paradigmático es el propio Presidente Clown, que se pasó diez años despotricando contra Cristina Fernández para, sin vergüenza alguna, recular en chancletas cuando ella lo eligió para encabezar la fórmula que tantos engañados llevaron al poder.
Tenemos un ejemplo parecido en Sergio Massa quien, después de jurar que nunca se abrazaría con La Cámpora, se acostó con esa organización para alcanzar la Presidencia de la Cámara de Diputados; o el Diputado José Luis Ramón quien, luego de ser elegido por la oposición en Mendoza, siempre votó alineado con el Gobierno y recién ahora blanqueó su pase al bloque del Frente para Todos; y qué decir de Leopoldo Moreau, que llegó en la lista de la Unión Cívica Radical y, poco después, se convirtió en uno de los talibanes más fanáticos e irracionales de la PresidenteVice. Esa situación de cambio de género se da también en organismos cruciales como, por ejemplo, el Consejo de la Magistratura, el Poder Judicial y la Procuración, donde algunos, tardíamente, se autoperciben oficialistas, permiten atrocidades jurídicas y la conculcación de los derechos individuales.
Sin pretender transformarlo en un remedio infalible, ¿por qué no exigir a los pre-candidatos que integran las listas de toda la oposición democrática que firmen una pública declaración de principios republicanos? Algo así no podrá evitar las traiciones ideológicas o los subterráneos arreglos espurios que la siempre repleta billetera kirchnerista facilita pero, al menos, impedirá que los tránsfugas puedan caminar libremente por las calles de su ciudad sin recibir el reproche de sus electores por haber desertado del sector opositor.
La elección de noviembre es tan trascendente como aquélla que, en 2015, consagró a Mauricio Macri e impidió la continuidad del proyecto populista autoritario, el mismo que ahora se pretende eternizar. Si el Gobierno consiguiera hacerse con los senadores que necesita para alcanzar los dos tercios y los diputados que le faltan para tener quórum propio, asistiremos al funeral definitivo de la República, esa que se construyó, como en todo Occidente, sobre la división de poderes, la igualdad de los habitantes ante la ley, la independencia de la Justicia, el respeto a las minorías y los derechos humanos de todos (y no de algunos), la defensa de la propiedad privada, la libertad de prensa, la movilidad social y la importancia del mérito y del esfuerzo para lograrla, el derecho a transitar y comerciar libremente, y tantos otros principios basales que la Constitución garantiza.
Debemos tomar conciencia del inmenso peligro que corremos, y hacer el esfuerzo de convencer a nuestros amigos y parientes de la imperiosa necesidad de concurrir a votar, sin miedo al contagio, porque el kirchnerismo pondrá en marcha su eficiente maquinaria para llevar a las mesas a los más pobres, dependientes de la billetera estatal hasta para comer. Y, en la medida en que la arbitrariedad militante de los jueces electorales lo permita, fiscalizar las elecciones para evitar el fraude que, seguramente, intentará consumar este gobierno nefasto que, para agravar el panorama, ya se ha hecho con el control del Correo Argentino, encargado del transporte de los certificados y las urnas.