En el tramo final de la campaña para las PASO, las dos fuerzas principales en competencia han lucido su musculatura, pero también sus debilidades. El oficialismo, es decir, el peronismo unido en torno al Frente de Todos, está ensayando a ver si la magia que le funcionó en 2019 aún tiene alguna efectividad, pese a dos años durísimos que han desgastado a su gestión y sus dirigentes. Porque demostraron que lo que fue una muy buena idea para ganar la elección, no lo fue tanto para gobernar, menos todavía en una situación de emergencia.
Si el peronismo unido demostrara ya no ser una opción suficiente para asegurar el predominio electoral, ¿cómo reaccionarían sus socios? Seguramente el kirchnerismo, el accionista mayoritario, lo haga reclamando mayor injerencia aún en las políticas nacionales. Y los demás puede que haciendo lo contrario, es decir, lo mismo que han venido practicando hasta aquí. ¿Alguien recuerda la última vez que algún gobernador se involucró en algún tema ríspido de política nacional, intervino públicamente para respaldar al presidente o alguna de sus decisiones? Es como si se hubieran convertido todos en intendentes, o mejor dicho, simularan serlo y estar exclusivamente atentos y comprometidos con la suerte de sus distritos.
Con el tiempo, de todos modos, tanto los jefes territoriales como los sindicales tendrán más y más difícil escapar a una definición sobre el futuro de su propio partido: después de haber apostado, durante los cuatro años de Macri, a que la Justicia resolviera su problema sucesorio, lo que está de más decir que no funcionó, aceptaron la oferta de Alberto de intentar convivir con la señora en un PJ reunificado, para descubrir que tampoco esta opción reconciliada daba muy buen resultado. Tal vez una vez que les caiga esta última ficha llegue el momento de reconocer que no les queda otra alternativa que hacer política. Una política un poco más arriesgada pero también más productiva que seguir escondiendo la cabeza como el avestruz.
En cualquier caso, hará falta tiempo para que un cambio de actitud como ese madure en una dirigencia que, tanto por las malas experiencias acumuladas con otros cambios de ciclo, como por el tipo de demanda social que se ha especializado en atender y la vigilancia estrecha que se practica sobre ella desde el gobierno nacional, es al extremo reacia a correr riesgos de cualquier tipo y tiene serios problemas para coordinarse.
Qué pasa en la oposición
La velocidad de esa reacción dependerá también, obviamente, de lo que pase en esta elección con la oposición. Y al respecto los escenarios son también bastante inciertos.
El debilitamiento del oficialismo creó una ventana de oportunidad para que Horacio Rodríguez Larreta salga airoso de la arriesgada apuesta que hizo para instalar sus candidatos en los dos principales distritos del país, y participar de la compulsa interna en muchas provincias del interior. Puede que su proyecto presidencial salga entonces fortalecido, por una mezcla de azar y virtud. Pero en qué medida ello vaya a suceder no dependerá solo de cuánto apoyo pierdan las listas oficiales, sino también de cuánto terreno ganen terceros candidatos, de dentro y fuera de Juntos por el Cambio, que van a disputar muy intensamente el voto opositor en esta ocasión.
La polarización extrema que se vivió en la presidencial de 2019 ya no va a estar para ayudarlo, como ayudó a Mauricio Macri a salvar la ropa en esa ocasión, en que pudo presentar una derrota casi como un triunfo. Si Juntos queda muy lejos del porcentaje que entonces reuniera su anterior líder, el liderazgo de Larreta arrancaría mellado, y se lo harán notar tanto Patricia Bullrich como el propio Macri y los socios radicales. Socios que, a diferencia de sus pares peronistas del interior y los gremios, han vuelto a hacer política nacional y con gran afán de protagonismo.
¿Cuántos votos debajo de los candidatos bonaerenses del oficialismo van a quedar Santilli y los suyos, fruto del drenaje de adhesiones que significará tanto la interna con Facundo Manes como la competencia de las listas de Florencio Randazzo y José Luis Espert? ¿Y cuán cerca del porcentaje que reciba Vidal va a quedar ubicado Leandro Santoro, si los votos que antes convergían detrás del PRO ahora se dispersan entre López Murphy, Rubinstein y Javier Milei?
Téngase en cuenta que si bien para la suma total de apoyos a nivel nacional la competencia entre listas alternativas de JxC en la mayoría de los distritos va a ser una ventaja, para brindar una imagen de liderazgo y fortaleza será un incordio, porque son muchos los que van a decir que tienen derecho a intervenir en la toma de decisiones, porque al menos aportaron una cierta cantidad de adhesiones, o, peor todavía, porque lograron imponerse a listas avaladas por Larreta en sus distritos, lo que puede que suceda en varios de ellos.
Todo se complicará aún más, claro, si encima va poca gente a votar, y los que se abstienen son sobre todo votantes decepcionados con el gobierno nacional, u opositores no suficientemente enojados con él. O si además de a Milei, a mucha gente de ese perfil se le ocurre votar en blanco o impugnado, al estilo 2001, por bronca con lo que ofrece la “clase política”.
Lo sabremos el domingo a la noche: la política argentina seguirá ordenada en torno a la competencia entre dos grandes expresiones, que representan preferencias bastante claras y diferenciadas, pero la capacidad de las mismas de preservarse o crecer, y sobre todo de ofrecer una salida al largo proceso de empobrecimiento que venimos padeciendo aún está por verse.