La moral es una de las más bellas cualidades que Dios ha puesto en el hombre. Es una fuerza misteriosa que actúa automáticamente, y a veces contra la propia reflexión. Representa un respeto instintivo hacia lo que está bien y mantiene el orden, empezando por guardar una perfecta relación con los otros.
Pero la moral no sólo se tiene para los demás, sino para uno mismo. Incluso no podríamos hacer algo que los demás aceptarían si va contra nuestras rectas convicciones. Cuando la moral es plena, no se actúa correctamente sólo porque el otro lo merece sino porque nuestro propio yo lo exige, como si dijéramos: “me comporto a la mayor altura más que por respeto a usted, por respeto a mí mismo”.
La moral de un pueblo es su reserva a básica. Cuando por cualquier razón, la moral pública se relaja, -la de un gobierno o de todo un pueblo- asistimos al desmoronamiento del orden y la justicia y, ante semejante situación puede sobrevivir el caos. La historia lo atestigua.
La moral de una población, lo mismo que sus otras virtudes, se conforma con la suma de las moralidades individuales. Ello motiva que la formación moral del niño, que se hará hombre, constituye una de las premisas de la educación, en el hogar y en la escuela.
La ética se diferencia de la moral en que a ésta la constituyen las costumbres y a aquella las leyes. Nos ajustamos a la moral obrando según lo que se acostumbra, pero nos ceñimos a la ética cumpliendo sus disposiciones, o directamente a las leyes vigentes. Hagamos la salvedad de que las leyes morales deben merecernos un respeto aún mayor que las escritas, que muchas vedes reflejan intereses de sectores.
La moral de cada uno lleva la impronta de su conformación espiritual; es la suma de sus convicciones, por herencia y por adopción, también reflejan el medio en que se crío o se desenvuelve. Por ello, es tan necesario actuar en un nivel acorde a nuestra moral, eludiendo lugares y personas que no guarden la debida armonía con nuestro propio nivel moral, pues la experiencia demuestra que las relaciones que se desarrollan en planos morales desacordes generan conflictos y llevan a situaciones lamentables.
Es evidente que la moral es el resultado de toda la vida ceñida a determinados principios. Alguien dijo que, así como hasta un minuto para hacer un héroe, se necesita toda la vida para hacer un hombre bueno. Por tanto, quien haya pulido su moral y la represente su mayor bien, debe celar con todo rigor la selección de sus relaciones a fin de preservar los valores morales que tan largamente fueron burilados.
La personalidad está sujeta a las leyes humanas; el alma a las divinas. Por eso nuestros actos los juzgan los jueces, y las motivaciones del alma, las juzga Dios.
La palabra alma encierra una connotación que se percibe más por instinto que por conocimiento semántico. Le asignamos el sentido de eje o columna vertebral del cuerpo espiritual. Asimismo en industria se llama alma a la estructura o conducto interno en que se recubre el material conformante de algún producto o aparato.
Nadie duda de que el alma es el repositorio de los sentimientos del corazón, el lecho de la sensibilidad, el diapasón en que vibran los acentos que expresan nuestras pasiones, nuestros afectos, nuestros pensamientos puros, no especulativos.
Realmente el alma es un tesoro escondido, que no por ello debemos dejar de cultivar. Por el contrario, debemos procurar ser mejores cada día, alimentando buenos pensamientos, canalizando buenas intenciones, enriqueciéndonos con enaltecedoras experiencias.
El alma es el libro de oro que consigna nuestras más elevadas vivencias; el testimonio fidedigno de nuestro pasado, la prolongación de una paternidad púnica: la de nuestro propio Yo, que nos acompaña a través de todas nuestras vidas, acumulando todas nuestras realizaciones, nuestro pensar, nuestras experiencias, nuestras capacidades potenciales que debemos desarrollar.
El alma es también nuestro subconsciente, que la integra. Es todo lo que parece dormido en nosotros pero que irrumpe cuando sus decisiones son más fuertes que las de nuestra razón.
El misterio más grande que existe para el ser humano es… el propio ser humano.
El cobarde muere moralmente mil veces, mientras que el que prostituye sus creencias, es indigno e infame porque ha traicionado la confianza que en él se ha depositado, mintiendo para ganarse el perdón de sus propios enemigos. La cobardía moral es tan infame que ninguna pena podría aumentar su vergüenza porque, la mayor de todas las cobardías es callar la verdad para recoger las ventajas que ofrece la complicidad con la mentira…
¿Qué futuro dejamos?
Vivimos en un futuro constante y todo lo que nos ligue al pasado es un obstáculo a la posibilidad de ser distintos. Cuanto más estemos atados al pasado menos podremos instalar en nuestras mentes la vitalidad creadora y fecunda para plasmar el porvenir.
Sólo podremos afirmar que hemos vivido cuando dejemos a las generaciones venideras más de lo que recibimos de la precedente. En el presente relato, nuestros gobernantes nos muestran futuro, sólo acciones que nos llevan al pasado y menoscaban la inteligencia de la gente.
Ha llegado el momento de vivir en tensión hacia el futuro, el porvenir, con más esperanzas que recuerdos, con más ensueños que leyendas. Nada hay más funesto que apuntalar el derrumbamiento de políticas que ya pasaron de moda y repensar creencias que han agonizado con el tiempo.
Los acontecimientos vividos en la actualidad, nos han demostrado que no existen ideales comunes para los opresores y los oprimidos, los parásitos y los explotados. La autoridad no basta para imponer sentimientos a millones de personas. Aunque invoquen a la patria para cubrir su bastardía moral, son enemigos de la nacionalidad los que no presienten el devenir de su pueblo, los que lo oprimen quitándoles libertades, los engañan, los señalan con el dedo acusador, les gritan y los explotan. También son enemigos los que sirven y adulan a los que tienen el poder.
Nadie tiene derecho a invocar la patria, acercar su mano derecha al corazón o poner cara de compungido, mientras entona las estrofas del himno nacional, mientras no pueda probar que ha contribuido con obras y su accionar a honrarla y engrandecerla con honorabilidad… Hoy muchos políticos que transitan los pasillos del Congreso, las legislaturas, las gobernaciones, intendencias y hasta la misma casa Rosada, no son honorables.
El trabajo es la base de toda humana dignidad. Todo holgazán es un esclavo, parásito de algún inquilino temporario y sólo el trabajo le dará la libertad. Los valores morales representan el primer rango en la ética que el actual gobierno no puede mostrar…
© Tribuna de Periodistas, todos los derechos reservados