Lo más sorprendente del discurso de Emilio Pérsico, líder del Movimiento Evita, en el acto que compartió con Alberto Fernández y Máximo Kirchner el jueves 7 de octubre, no fue su afirmación de que la alternancia democrática es una desgracia, o que “hay que llenar el gobierno de pobres”, en vez de gobernar mejor para sacar a la gente de la pobreza. Fue su ánimo, la indiferencia supina que le mereció el dato más descollante de la situación que vivimos: que la enorme mayoría de la sociedad le ha dado la espalda a su gobierno y a lo que él representa.
Según Pérsico, y esto parece compartido por muchos otros funcionarios y dirigentes del FdeT, la Argentina necesita dosis más elevadas de la medicina que ellos le han estado administrando, necesita que ellos hagan más de lo mismo, no que revisen lo que han estado haciendo. De allí que no le hiciera ningún ruido identificar con “el pueblo”, y proponer que siga por veinte años más, una gestión que con suerte en las encuestas y en las urnas recibe hoy el apoyo de una cuarta parte de la sociedad.
En coincidencia con este tono radicalizado, Máximo y Cristina Kirchner vienen encarando la tarea parlamentaria con la premisa de no negociar absolutamente nada con la oposición en ascenso: fue por eso que fracasó esta semana la sesión en que ellos querían se tratara la ley de etiquetado de los alimentos, y JxC reclamó, para dar quórum, se incluyera también la boleta única y la ficha limpia, dos medidas de reforma electoral que viene impulsando desde hace tiempo. Todos esos proyectos podrían ser parte de una común atención a expectativas transversales de cambio que existen en la sociedad, y de llevarse a cabo, arrojar beneficios para todos, oficialistas y opositores. Pero los Kirchner, aún enfrentados a la derrota, y al fracaso en hacer funcionar el Congreso, prefirieron seguir en su habitual juego de suma cero, que, peor aún, se ha vuelto de suma negativa desde que el 12/9 se creó una situación de bloqueo mutuo: “no me importa perder, con tal de que vos también pierdas”. Es decir, no la forma más o menos moderada en que encararon las cosas después de caer en las elecciones de 2013, sino la más radicalizada que asumieron tras la derrota de 2009. Seguramente con la idea de que les conviene más intentar revivir el 2011 que el 2015.
Pero, de seguir por ese camino, y aunque se moderen en el manejo de la economía (y habiliten entonces aunque más no sea un precario acuerdo por la deuda con el Fondo), ¿no irán de cabeza a una derrota lapidaria dentro de dos años? Si pretenden jugarse a matar o morir en 2023, ¿los acompañará como hasta ahora el resto del peronismo?
Los gobernadores de ese signo siempre pueden aparentar que acompañan pero ir bajándose disimuladamente del barco antes de que choque contra las rocas. Este 14 de noviembre pueden hacerlo promoviendo el corte de boletas, y cuando se acerquen las presidenciales de 2023, desdoblando sus comicios provinciales. Pero tal vez no les alcance, y deban ir preguntándose desde ahora qué más podrían hacer, si no se volverá una disyuntiva inevitable en algún momento la opción entre el dinero que transfiere nación y la conservación de sus bases electorales.
El panorama se vuelve aún más preocupante para estos sectores por dos datos más que han resultado de las últimas PASO. Por un lado, la estrechez del camino del medio: esa vía quedó por completo desacreditada después de la defección de Sergio Massa en 2019, y ni Florencio Randazzo ni Juan Schiaretti están mostrando condiciones para reflotarla. Dada esta situación, ¿adónde iría un gobernador o intendente que quisiera romper con el FdeT, al desierto, o directo a los brazos de la oposición mejor pertrechada para recibirlos, la de JxC?
Pero esta última posibilidad está limitada a su vez por el segundo dato que arrojaron las PASO: allí, en JxC, se ha visto que la “pata peronista” no prospera, su peso fue insignificante en el triunfo del 12/9, y este fue tan extendido y contundente, que aunque fuera conducido por los moderados de la coalición, quienes buscan abrirla a nuevos aliados de origen peronista, tendió a imponerse como fruto de su éxito la idea de sus antagonistas, los duros, de que conviene postergar por lo menos, sino descartar, esas ampliaciones, porque es mejor derrotar inapelablemente a todo el peronismo unido en 2023, y en todo caso después recoger los pedazos que hayan quedado, y convenga sumar, si es que hace falta, a bajo precio.
Los líderes territoriales de JxC con ambiciones de ganar intendencias y gobernaciones tienden a participar de esta idea y con toda lógica: envalentonados, no quieren saber nada con que los referentes nacionales de su espacio le tiendan la mano a gobernadores e intendentes peronistas que ellos han demostrado poder derrotar, para sumarlos a un gobierno nacional como “socios privilegiados”. Si ellos, quienes representan y abogan por “el cambio” en el territorio desde hace años, han sido socios necesarios para el triunfo, y lo serán de nuevo si a la coalición le toca volver al gobierno nacional, ¿por qué no van a ser atendidos prioritariamente sus intereses, antes de los de quienes acordaron con Cristina y Alberto en un proyecto que hoy la sociedad masivamente rechaza?
Los chisporrotazos desatados en estos días entre Larreta y Schiaretti tienen en alguna medida este origen: el jefe de gobierno porteño quisiera llevarse bien con el cordobesismo, pero necesita antes que nada llevarse bien con Luis Juez, y asegurarse que no se vuelque a favor de los duros en la interna.
También estos duros proponen jugar a “matar o morir” en 2023, y creen tener la suerte de su lado para matar, porque la sociedad se va a cansar de una vez por todas de los peronistas, de todos ellos, y porque no va a querer elegir entre grises, sino entre blanco y negro. La opción, para ellos, se va a parecer a un partido de campeonato entre la nación o su ruina, dicho aún más brutalmente, entre las ideas de Milei o las de Pérsico: aunque hoy ni uno ni otro sume adhesiones por sí mismos para dejar de ser opciones marginales, muchos son los que sueñan con que la crisis vaya haciendo su trabajo para abroquelar a las fuerzas en pugna en los extremos, y producir finalmente el muy demorado “desempate” que supuestamente hace falta para que se destrabe nuestro progreso, o nos hundamos definitivamente.
Así las cosas, la polarización tiene todas las chances de mantenerse y reforzarse, y con ella la cohesión, o al menos la precaria unidad hasta aquí existente, en las dos coaliciones en pugna.
¿Condena esta situación a los peronistas moderados a dejarse llevar de las narices por Cristina, al menos hasta que los resultados de 2023 les liberen las manos?, ¿tendremos entonces en esa elección una reedición de las alternancias en el Ejecutivo nacional, sin suficiente respaldo en términos territoriales y legislativos, como las que tuvimos en 1999 y 2015? Si fuera así, la historia tal vez termine dándole la razón a Pérsico, aunque no por los motivos que él cree: no porque los “otros” sean apenas una miserable banda de neoliberales destructivos, ni porque el peronismo sea la única fuerza capaz de gobernar este país, sino porque el juego seguirá siendo el que prefieren gente como los Kirchner, el de obligar a los demás a compartir los frutos de sus fracasos.
Claro que hay una escapatoria a esta encerrona, una coalición más amplia y más sólida que las existentes, y que asegure a todos sus miembros una justa distribución de los beneficios del éxito de una gestión capaz de estabilizar y reformar la economía argentina, y a la sociedad le ofrezca una vía no expresiva de la frustración y el resentimiento sino de la cooperación por un bien más inclusivo. Pero no es la carta más fácil de jugar. Lo fácil es jugar con las reglas de siempre: llamar a cortar boletas mientras se jura lealtad, desdoblar elecciones y esperar que no se note, tirar los dados a matar o morir y cuando salga morir echarle la culpa a la suerte o a los demás.