La Argentina se encamina hacia unas elecciones legislativas cuyo resultado podría no solo marcar el pulso de los próximos dos años del gobierno de Alberto Fernández sino además crear una oportunidad para relanzar su gestión, incluso a partir de una derrota en las urnas el próximo domingo 14 de noviembre.
El oficialismo avanza hacia los comicios en medio de un contexto desfavorable para sus aspiraciones de torcer el veredicto popular de las PASO, en lo que significó una histórica caída del peronismo -unido- en todo el país, a pesar de los anuncios económicos realizados en las últimas semanas en busca de seducir a quienes le dieron la espalda al Frente de Todos (FdT).
Con una inflación galopante y las dificultades económicas por las que transita la Argentina definitivamente instaladas al tope de la lista de máximas preocupaciones de la población, hasta analistas políticos cercanos al FdT echan por tierra la posibilidad de que el domingo que viene se produzca un "milagro electoral" en favor del Gobierno.
Así las cosas, se espera que Juntos por el Cambio (JxC) revalide su triunfo de las PASO en el ámbito nacional y también se anote una estratégica victoria en la provincia de Buenos Aires, pensando en las elecciones generales de 2023, en las que intentará regresar al poder.
Las principales expectativas giran en torno del número de senadores que consiga revalidar el FdT, en su afán de conservar el beneficio del quorum propio en la cámara que preside la ex mandataria Cristina Fernández de Kirchner, y de la cantidad de diputados que logre reunir JxC, que busca convertirse en primera minoría en ese recinto parlamentario.
De cualquier manera, votos más, votos menos, el Gobierno se preparar sufrir otra derrota el domingo 14 en unas elecciones de medio término cuyo resultado podría cincelar el formato de gestión que tendrá que desarrollar Fernández durante los dos años que restan para la conclusión de su mandato.
E incluso un nuevo tropiezo en las urnas podría significar una oportunidad inigualable para ensayar un relanzamiento de su administración, con más oportunidades para ganar que para perder, por ejemplo, desde el punto de vista económico habiendo superado ya la Argentina, al parecer, la instancia más severa de la pandemia de coronavirus.
En cuanto a la convivencia política puertas adentro en el oficialismo, en principio daría la sensación de que un traspié del FdT tanto en la nación como en la provincia de Buenos Aires podría frustrar las aspiraciones del kirchnerismo de promover a un candidato de la agrupación La Cámpora con vistas a los comicios presidenciales de 2023.
Así como el ahora titular de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, se transformó en las elecciones legislativas de 2013 en el artífice del derrumbe de aquel sueño de una "Cristina eterna" en el poder, una derrota el domingo que viene podría infligir una herida difícil de cicatrizar en los sectores más fundamentalistas del Gobierno.
La necesidad de reanudar el camino del diálogo
¿Por qué? Porque la estrategia comunicacional del FdT fracasó, al menos antes de las PASO, cuando Fernández comenzó a radicalizar su discurso para adoptar una impronta más "kirchnerista" en apariciones públicas, tras el perfil moderado con el que logró seducir al electorado antes de los comicios de 2019 y su postura dialoguista que le rindió dividendos en encuestas sobre ponderación de gestión a comienzos de la pandemia.
En este sentido, un revés en las urnas podría allanar el camino para que Fernández, retrocediendo sobre sus propios pasos, reanude la senda del diálogo con la oposición e incluso con dirigentes del peronismo que hoy compiten electoralmente con el oficialismo, lo que sería visto como una decisión saludable por sectores de la opinión pública que demandan avenencia política en el país en medio de las complejidades que reviste la actual situación económica.
Es más, una radicalización del Gobierno tras los comicios no sería aconsejable, por cierto, en momento en los que la Argentina lleva adelante una crucial negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y necesita con urgencia el ingreso de dólares para robustecer las arcas del Banco Central.
Con dos años por delante en busca de torcer el rumbo de su gestión e impulsar medidas que favorezcan una reactivación del andamiaje productivo doméstico tras la pandemia de Covid-19, a Fernández se le presenta un desafío mayúsculo incluso si JxC se alza con una victoria, habiendo así traducido en éxito electoral su estrategia comunicacional de campaña basada en la "necesidad" de ponerle un "freno" al kirchnerismo.
Algunos analistas políticos consideran que, en efecto, el jefe de Estado podría salir fortalecido de la derrota que presuntamente se avecina para el Gobierno, después de dos años de tensiones internas en la coalición, de la crisis política que desató el tropiezo en las PASO, del vacío de poder que ensayó el kirchnerismo como acto reflejo tras aquel revés y de los cambios en el Gabinete promovidos por Cristina.
Habrá que ver finalmente si el núcleo duro del oficialismo asume la responsabilidad por el veredicto de las urnas -en el caso de que éste vuelva a resultar adverso- o endilga culpabilidad a Fernández, como sucedió tras la votación del 12 de septiembre pasado, incluyendo una demoledora carta pública de la vicepresidenta en desmedro del primer mandatario.
De cualquier manera, el camino del diálogo y la moderación parecería ser el más adecuado para el presidente, en busca de robustecer sus condiciones de gobernanza e intentar reconciliarse con esos sectores del electorado que otrora supieron brindarle su apoyo, sabiendo además que una victoria de JxC este año no significa en absoluto un cheque en blanco con vistas a 2023.
Más allá de la incertidumbre que genera el "día después" de las próximas elecciones, en cuanto a la respuesta que mostrará el oficialismo en caso de volver a perder, si Fernández logra nutrirse del respaldo de gobernadores peronistas y demás sectores del justicialismo tradicional e imponer -por qué no con nuevos cambios en el Gabinete- su cintura política sobre los impulsos radicalizados del kirchnerismo como requisitos sine qua non, podrá aspirar en efecto a una suerte de relanzamiento de su gestión incluso a partir de una derrota en las urnas.
Tendrá dos años por delante -sin pandemia probablemente- para demostrar que estuvo a la altura del cargo asumido.