1.- La tregua de Benedetti
“Hasta pasadas las elecciones no podemos ni hablar de acuerdo” -confirma alto referente de Juntos.
“La sociedad que nos apoya no lo perdonaría”.
Más allá de la frontera del 15 de noviembre, el gobierno de La Doctora – que preside Alberto Fernández, El Poeta Impopular- debe blindar la gobernabilidad.
Aunque el ánimo se pierda en el subsuelo y tenga el boleto picado.
La racionalidad induce a la receta del acuerdo. Entre los dos amontonamientos. «Todos» y «Juntos».
Para la utopía de transformar la carnicería oral y moral en convivencia democrática.
Se impone para formular una propuesta sólida al Fondo Monetario Internacional.
Juntos pugna por ser oficialismo en 2023. Pero se resiste a compartir la responsabilidad en la caída.
Significa aferrarse a la estrategia del perdedor que lo venció, a su vez, dos años atrás.
Juego explicablemente mezquino. «Todos» se estrella pero necesita ponerse relativamente de acuerdo con “Juntos”, que también se estrelló y procura recuperarse.
Chicanas al margen. Quien no puede hacerse cargo de la factura propone acordar con quien contrajo la deuda.
Ambos cuentan con abundante ferretería argumental para echarle la culpa del mal al otro.
Sin madurez política para un acuerdo, puede ensayarse una tregua de Benedetti hasta marzo de 2023.
Para volver luego a descalificarse recíprocamente con fervorosa intensidad.
2- Fangal y Palito
El factor Alberto pasa a convertirse en un dilema insoluble.
“¿Qué hacer con Alberto?”, se lo preguntan en «Todos».
Por la sucesión de equívocos magistrales, chambonadas humillantes y papelones memorables, el factor Alberto reproduce inseguridad hasta en los dirigentes confiables que le buscan algún dato positivo. Cuesta encontrarlo.
“Cruzamos los dedos, remamos en dulce de leche pastelero, con una frase nos hace retroceder”.
Desde los mondongos y tortillas de Vicentín que El Poeta Impopular viene “en falsa escuadra”. Como la protagonista del tango Fangal.
Los dislates unifican a los brasileños de la selva con los cordobeses que no quieren integrarse.
Con el complemento de la fiesta inofensiva y los manotazos diplomáticos en el ámbito internacional.
“Yo me equivoqué, yo me equivoqué”, debería entonar La Doctora la canción de Palito Ortega. «Cuídese compadre de que no le pase a usted».
Al borde de la derrota legislativa, en la antesala de la oscura incertidumbre y ante conjeturas despreciables, el factor Alberto se instala en el primer plano.
O se lo empodera, se cierra sobre su autoridad y se le renueva el apoyo como si valiera la pena intentar rescatarlo de la opacidad. Con el apoyo de los sindicalistas que lo prefieren para tomar distancia de La Doctora.
O se lo toma como un presidente de decoración que introduce, con frecuencia, la pata. Como al tío incontinente al que le chifla el moño.
Y se intentan otras formas efectivas de sortear la deriva para encarar los 25 meses que faltan.
Sin tener en cuenta todavía el cambio total del gabinete.
O el recurso de la Asamblea Legislativa que se insinúa entre las gobernaciones (cuando se piensa en la solución Schiaretti, ampliaremos).
El factor Alberto se enlaza con el comportamiento de La Doctora. Preguntarse qué va a pasar con Alberto implica preguntar por el comportamiento de La Doctora.
Implica tratar la conjetura plácida del frepaso tardío y emprender la adolescencia contagiosa de Chacho Álvarez.
Ya que nunca una política carismática y popular, de la magnitud de La Doctora, va a suscribir nada que huela a ajuste.
O La Doctora se recibe de estadista de verdad con la condición de ser la dueña de los votos y patrocina las reformas económicas que deben aplicarse antes que se la lleve puesta el mercado. Y se ponga el país de sombrero, junto al presidente de adorno.
Infortunadamente no quedan fondos para bancar el cachivache progresista que concluyó en el grotesco circuito cerrado de Venezuela.
O en la “Nicaragua violentamente dulce” de Cortázar, transformada en la santería pintoresca de la señora Murillo de Ortega.
3.- “Héctor no me deja mentir”
Los analfabetos funcionales del maniqueísmo informativo se indignan cuando se les dice que el enemigo real de La Doctora es Héctor Magnetto, El Beto.
De ningún modo lo es Mauricio Macri, El Ángel Exterminador, ni Adolfo Rodríguez Larreta, Geniol.
Es Magnetto con quien La Doctora hubiera querido acordar. Estaba explícito en la primera carta.
Es aquí donde debe registrarse la equivocación orteguiana de La Doctora al obsequiar la presidencia al Poeta Impopular, envuelta en papel celofán.
Aquel Alberto electo que -para espanto de Víctor Hugo Morales, Banda Oriental- se atrevió a decirle en confianza a Magnetto desde el escenario.
«Héctor no me deja mentir».
Pero Magnetto no podía hacer el gesto de Kerry. Estaba en primera fila.
Para la estrategia moderadamente doméstica de La Doctora, El Poeta debía resolver la adversidad mediática.
E influir en la resolución de los variados subproductos del lawfare (para el portal “La Mafia del Bien”).
La articulación funcional entre el poder de la comunicación, la perversidad de la política y el complemento inapelable de la justicia.
A dos años del célebre «Héctor no me deja mentir», Alberto presidente representa una doble frustración.
No le sirve de nada a La Doctora. Y es irrelevante para Magnetto.
El poderoso «que no deja mentir» sigue con la tarjeta roja inalterable hacia La Doctora.
Y a La Doctora la detestan en el Grupo como siempre. Por el boleto picado su viaje ya no tiene retorno.
Desde la óptica mediática, La Doctora se transformó en la variable de ajuste de la competencia con La Nación, empresa que Magnetto creía tener financieramente controlada.
Pero LN se emancipó merced a los misteriosos millones de dólares que atormentan a la señora Esmeralda, acaso la heredera más interesante de Los Mitre, desplazados por los primos Saguier.
«Con la señora no hay arreglo, olvídense».
La Mafia del Bien se encuentra fortalecida como nunca.
Alberto entretenía cuando Magnetto iba a comer los churrasquitos hervidos con Néstor, El Furia, y lo llamaban Presi.
O después, cuando Alberto declaraba en contra de La Doctora y se presentaba en los canales de cable como si fuera la verdadera viuda de El Furia.
Pero la viuda real, la que compartía el lecho y las rabietas, era La Doctora.
Para descalificar a Alberto hoy basta con la mera transcripción de las antiguas declaraciones que instalaron el vaciamiento conceptual de su palabra.
En un país de estricta cultura presidencialista, es cruel mantener un presidente debilitado por la perversa divulgación del propio discurso.
Pero igual se producen intentos de diálogo con las segundas líneas del Grupo.
Por intermedio de El Wado. Últimamente con visitas al Premier Juan Manzur, El Menemcito.
Charlas positivamente inútiles que se estancan cuando se tantea un posible acercamiento con La Doctora.
Ni ilusionarse con una cumbre. Tema terminado.