Los españoles estaban aterrados por la inflación a fines de los 70: era de 25 por ciento anual. Envidiaban la estabilidad del resto de Europa. Estaban también muy preocupados por un desempleo que triplicaba al de sus vecinos.
Se podría decir que los argentinos de hoy firmaríamos ya mismo tener los problemas que preocupaban a los españoles en los 70. Por entonces, el PBI per cápita de la Argentina era muy similar al de España.
Cuál fue la clave para que España pasara de ser un país económicamente subdesarrollado e inestable al país próspero que es hoy: los “Pactos de la Moncloa”, firmados a fines de los 70 a instancias del presidente del gobierno Adolfo Suárez. Tuvieron como protagonistas al líder comunista Santiago Carrillo, al socialista Felipe González y al franquista Manuel Fraga Iribarne.
Los mismos políticos que se mataban de a cientos de miles 40 años atrás en la Guerra Civil Española, se reunieron a tomar café, conversar y acordar la modernización de España. Luego se les sumaron los empresarios y los sindicalistas.
Muchos recuerdan que esos pactos políticos fueron fundamentales para que España dejara atrás la dictadura de Franco y entrase en el mundo de las democracias occidentales.
Pero la clave de los Pactos de la Moncloa fueron sus reformas fiscales, financieras y laborales que convirtieron a un sistema económico medieval -muy parecido al de la Argentina de hoy- en una economía moderna, estable y atractiva para las inversiones.
Una década más tarde, España fue admitida en la Unión Económica Europea.
Por qué es necesario que el Gobierno busque acuerdos con la oposición
Para que el presidente Alberto Fernández pueda llegar a un final más o menos “feliz” a fines de 2023 no tendría otro camino que propiciar una suerte de Pacto de la Moncloa, que en este caso se podría llamar análogamente Pacto de la Casa Rosada.
Pero no habría que soñar tanto: son muy bajas las posibilidades de que desde su Gobierno surja un acuerdo político amplio para impulsar reformas económicas de fondo. Es muy difícil que desde el gobierno que hoy insulta a la oposición, la trata de golpista, de haber tomado deuda espuria, de haber “destruido” el país, de “lucrar” con el dolor de las familias de víctimas del delito en el Conurbano pueda surgir una convocatoria a un acuerdo de reformas económicas estructurales.
De hecho el propio Mauricio Macri dejó pasar en dos ocasiones la posibilidad de convocar a la oposición, sindicalistas y empresarios a una “Moncloa argentina”: en 2015, cuando ganó, y en 2017, cuando revalidó su mandato con las elecciones de medio término. ¿Hubiese tenido otro final su gobierno de haber acordado las reformas estructurales que la economía ya estaba pidiendo a gritos?
Pero el kirchnerismo, antes de empezar a hablar, tiene que definir si quiere acordar con el FMI un esquema para aliviar los fuertes pagos que caen en los próximos dos años.
Y antes de esperar que el Fondo diseñe un plan económico para que camporistas, piqueteros y sindicalistas salgan a las calles a “repudiarlo”, es el propio Gobierno el que tendría que proponer una serie de reformas que apunten a que no sea más solo el Estado el que genere empleo y reparta planes sociales.
Esa es la única forma de conseguir que el Estado pare de inflarse y asfixiar a toda la economía tomando más y más empleados, endeudándose más y más, matando a los argentinos a impuestos cada vez más impagables y devaluando la moneda imprimiendo irresponsablemente como si no pasara nada.
También tiene que elaborar un plan para generar la suficiente confianza en la moneda como para dejar atrás todos los cepos cambiarios que únicamente sirven para espantar cualquier tipo de inversión. Y probablemente para generar esa confianza, la Argentina tendría que mostrarle al mundo -y a los propios argentinos- que su modelo no es Venezuela, sino más bien España.
El llamado al Consejo Económico y Social que nunca funcionó
El propio presidente Fernández había prometido en su primera inauguración del Congreso, en marzo de 2020, que sentaría a empresarios y sindicalistas en un Consejo Económico y Social que sería dirigido por el exministro Roberto Lavagna para acordar una serie de reformas económicas importantes. Jamás precisó de qué se trataban las reformas y nunca llegó a convocar a Lavagna.
Ese Consejo jamás se llegó a crear, y cuando, meses después intentaron reunirse por su cuenta para conversar empresarios y algunos sindicalistas, la todopoderosa vicepresidenta Kirchner llamó enojada a los gremialistas para que desistieran de su actitud dialoguista: antes que nada, el presidente Fernández precisaría un Pacto de la Moncloa con su propia vicepresidenta.
El empresario francés Jean-Yves Ollivier era a su vez un agente de inteligencia de París que con gran maestría diplomática y habilidades formidables para las relaciones públicas logró un acuerdo de paz entre la Angola procubana de Jonas Savimbi y Sudáfrica, que apoyaba a los guerrilleros que lo combatían.
El acuerdo terminaría con una década de guerra en la que estaba involucrada no solo Cuba y el gobierno sudafricano, sino todas las superpotencias. El empresario-espía más tarde fue clave para la liberación de Nelson Mandela y el fin del régimen del apartheid en Sudáfrica.
Cuál fue el principal secreto para semejantes proezas diplomáticas en un continente por demás violento: generar confianza entre líderes que decían aborrecerse, aislándolos varios días en un hotel resort de lujo en Sudáfrica, haciéndolos pasear estilo safari y compartiendo whiskies hasta darse cuenta de que podían llegar a acuerdos.
Es muy difícil imaginar que genere confianza un gobierno que le organiza causas judiciales al expresidente Macri, que acusa a la oposición de golpista o de haber tomado la deuda con el FMI para darles dinero a los amigos. ¿Con qué empresarios puede el gobierno sentarse a negociar, si los considera “miserables” y los acusa de ser los culpables de la inflación? ¿Podrá reconocer el Presidente que la inflación se debe exclusivamente a su mala política económica?
Es muy difícil de imaginar, pero si el lunes el Presidente no da señales de querer presentar un plan de reformas económicas estructurales, profundas y urgentes no solo será difícil llegar a un acuerdo serio con el FMI: será muy difícil imaginar un final feliz para el descalabro económico actual.