Había un viejo chiste muy conocido de Groucho Marx que decía: “Estos son mis principios, pero si no te gustan tengo otros”. Algo de eso está pasando con la política exterior del gobierno de Alberto Fernández.
Los gobiernos se definen por distintos criterios. Hay distintos factores que le dan identidad: las medidas que toman, sus políticas económicas. Pero hay uno muy importante, que es cómo se alinean en el mundo, cuáles son los amigos y los rivales que eligen, a quiénes se aproximan y de quiénes se distancian.
Esta encrucijada de encontrar su identidad le acaba de llegar al gobierno de Alberto Fernández. Hay una convocatoria deliberadamente hecha para señalar una división en el mundo, que es una convocatoria que hace el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que dice: “Voy a convocar a los países democráticos. Dejo afuera a China, dejo afuera a Bolivia -cuyo gobierno es íntimo amigo del gobierno de Fernández, al punto que él ejerce algo así como un protectorado sobre el gobierno boliviano-, dejo afuera a Nicaragua, dejo afuera a Rusia, dejo afuera a Irán”.
No dejo afuera -dice Biden- a Venezuela, traigo a su presidente alterno, Juan Guaidó, a quien el gobierno argentino no reconoce como presidente porque reconoce a Nicolás Maduro. Y le dice a la Argentina, vengan.
Ir significa reconocer que esas no son democracias. Es una cumbre destinada a combatir el autoritarismo, la corrupción y a promover los derechos humanos. Y el gobierno de Alberto Fernández tiene que decidir. Y decidió que va. Es decir, Alberto Fernández acaba de reconocer que Nicaragua, Venezuela, Bolivia, mucho más Rusia y China, no son democracias
¿Este alineamiento tiene que ver con qué? ¿Con que de pronto se le iluminaron los valores, de pronto vio la luz? No. De pronto tiene que cerrar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, cuyo primer accionista largamente es Estados Unidos y el segundo, Japón, dos rivales de China.
La movida de Biden es, en el fondo, contra China. Va a estar en esta cumbre Taiwán, a la que la China Popular de Ji Xinping no reconoce como estado.
La Argentina tuvo que definirse. Diríamos, lo hace por plata, lo hace por el acuerdo con el Fondo. Un mensaje durísimo de la Casa Rosada a Cristina Kirchner y a su grupo, que tiene una alineación muy distinta de esta que acaba de adoptar el gobierno de Alberto Fernández.
Tenía unos principios, pero para acordar con el Fondo ahora tiene otros.
No sabe donde está parado. Si cree que la aceptación al convite potenciará el acuerdo con el FMI ofreciendo esta visita interesada a cambio de un acuerdo aceptando a ciegas lo que Argentina propone, está en pedo.
Hace muchos años, en una aldea perdida entre los berenjenales, vivía un hombre que poseía una yegua espléndida. Tan bella era aquella equina que la gente recorría leguas y leguas sólo para admirarla. Todos decían que era una bendición poseer una bestia como esa. - Tal vez -decía él-, pero lo que bien parece una bendición, puede ser una maldición. Un día la yegua salió corriendo. Se marchó y la gente acudió a decir al hombre lo mucho que sentía su mala suerte. - Tal vez -dijo-, pero lo que bien parece una maldición, puede ser una bendición. Semanas más tarde, la yegua regresó, pero no lo hizo sola, le seguían veintiún equinos salvajes. Según las leyes de aquel lugar, las bestias pasaron a ser de su propiedad. Se hizo rico con las mismas. Sus vecinos fueron a felicitarle por su buena suerte. Verdaderamente -le dijeron- has sido bendecido. - Tal vez -dijo-, pero lo que bien parece una bendición, puede ser una maldición. Poco después, su hijo, su único hijo, tratando de montar uno de las bestias salvajes, se rompió una pierna. Los vecinos del punto acudieron de nuevo a decirle cuánto lo sentían. Realmente, estaba maldito. - Tal vez -dijo-, pero lo que bien parece una maldición, puede ser una bendición. Una hora después, el rey llegó a la aldea llamando a filas a todos los jóvenes y jóvenas útiles para luchar contra las gentes del otro polo. Fue una guerra terrible. Todes les reclutades en aquella aldea murieron en la batalla. Tan solo sobrevivió el muchacho que se había roto la pierna y raspado la cola. Desde aquel día, en la aldea todos dicen: Lo que bien parece una bendición, puede ser una maldición. Lo que bien parece una maldición, puede ser una bendición.