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Un balance de fin de año bien personal pero que sintetiza lo que nos pasó a todos los argentinos

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En primera persona
En primera persona

Hoy es 31 de diciembre, último día del año. En muchos casos, las circunstancias dependen de la personalidad de cada persona, por eso están los que realizan un balance, un recuento de todo lo vivido en el transcurso del año que se va.

 

Están aquellos que solo pretenden darle una salida al año y que llegue el nuevo 2022, o bien, están los que desean festejar con todo, pasarla con amigos y despedir el año compartiendo y disfrutando.

Pero en esta ocasión y en primera persona me preocupa lo que pasa en la actualidad, así fue que decidí recorrer cada calle, cada barrio de nuestra ciudad y detenerme a preguntar y conversar en distintos lugares con todas aquellas personas, transeúntes que aceptaban este diálogo.

Nada fue elaborado o preparado, me movía la necesidad de saber: ¿Qué está pasando con esa persona? ¿Qué siente? ¿Cómo pasó este año? ¿Qué la afecta? ¿Cómo transitó el encierro?

Y así tantas preguntas y cuestionamientos en el medio de una pandemia que, a partir oficialmente del 19 de marzo 2020 hasta la actualidad, se vivió intensamente con renovaciones entre ASPO y DISPO, permisos, entre esenciales y no esenciales y a un ritmo que era arrollador y constante.

Como las noticias, informaciones que son dinámicas, constantes, instantáneas e inesperadas, que entran y salen sin pedir permiso y se renuevan todo el tiempo.

Las respuestas que me brindaron en distintos lugares de la ciudad y puntos de encuentro hasta llegar al límite con el Gran Buenos Aires, son contundentes, coinciden, van desde la indignación total hasta las pequeñas esperanzas, luces en el camino. Una brisa suave de alivio, deseos profundos para que este virus nos deje y retornar a la vida anterior, donde se podía salir con libertad, sin barbijo, tapaboca, mascarilla o como se quiera llamar.

Salir sin temor o preocupación, si alguien se acerca mucho o si está sin barbijo y habla sin la distancia que corresponde. Subir a un colectivo, a un tren, al subte, premetro, sin tanta prevención, y a cada lugar que tocamos rociándose con alcohol en gel, o líquido.

La realidad existe, el denominador común en la gran mayoría de las personas es el cansancio, agobio, bronca, decepción, están hartos de tanto protocolo, de tanta marcha y contramarcha, de los comunicados de la Organización Mundial de la Salud, de los mensajes de científicos del gobierno, del ministerio de Salud de la Nación y sus incongruencias constantes, de la inseguridad, de la violencia, de las peleas entre políticos

Necesitan volver a una vida normal, en muchos casos no ven a sus familiares directos desde hace casi dos años por la pandemia, por la falta de dinero para hacerlo o porque le temen a la nueva cepa... o a los contagios.

Es un antes y después que se produjo ante este virus a nivel nacional y mundial.

En tono gracioso, nombran a un enemigo con el que convivieron como la lavandina y todas las secuelas que dejó en la casa, en la ropa, en todo aquello que se destiño porque donde paso hizo estragos, limpiar con un trapo de rejilla embebido en lavandina mercaderías del supermercado, zapatos, alfombras, etc., por donde pasó dejó huellas y marcas.

Aquí debo confesarles que este fue el único momento de la charla que lo cuenta con gracia, con una sonrisa, como una anécdota divertida de ese ASPO 2020 y de un encierro que se hacía interminable y donde no pararon de ver películas, series y leer todo aquello que encontraban en su camino.

Por otro lado, la gran preocupación, decepción que arrastran, es la situación y la crisis económica: pasó un huracán con furia, con potencia y sacudió todo, y ya no es lo mismo. Están en su gran mayoría los que tuvieron que cerrar sus negocios, sus pequeños emprendimientos que arrancaban y se estaban haciendo conocer.

Que empezaban a caminar laboralmente, a quienes los despidieron porque el dueño del local no podía seguir sin abrir, lo devoraba el alquiler y demás, las empresas que se fueron del país y vinieron las indemnizaciones en algunos casos

Los chicos en casa, con clases por Zoom, mamás y papás que debían trabajar no podían , no tenían con quien dejar a sus a hijos, los abuelos y demás que ayudaban aislados y así infinidad de historias. Resistir el encierro absoluto más allá del miedo y sensación de incertidumbre que atravesaban.

Contaron cómo se reciclaron, cómo sobrevivieron, buscando opciones variadas que fuera una pequeña entrada más para juntar para el alquiler, o para pagar impuestos que seguían llegando y se hacía interminable y ante cada nuevo renovación de las medidas era un desconcierto total y era decir “otra vez lo mismo”.

El denominador común y coincidencia fue “ la indignación” de ver a los políticos desde el presidente hasta el último empleado del gobierno haciendo lo que querían, jactándose de poder, de superioridad, de gobernar por medio de (DNU) predicando sin sentido, y hablando de “los tengo que cuidar a todos los argentinos/as”, todo irreal, borrando con el codo lo que escriben con la mano y así infinidad de sensaciones, de sentimientos encontrados y cuando me detengo a escuchar lo que me dicen compruebo que todo es más de lo mismo y que hombres, mujeres, personas mayores, jóvenes, adolescentes, están saturados, cansados, agobiados y buscan la salida, vivir dignamente como cualquier persona.

El gran dolor en la mayoría es el fallecimiento por COVID-19 de sus seres queridos, de golpe, sin sentido que los sacudió de manera repentina, instantánea, que se presentó y ya nada era igual frente a tanta perdida y desgarro emocional.

La bronca y dura realidad de no poder despedir a sus muertos, darles el último adiós, porque la pandemia y protocolos en un primer momento no lo permitían hasta que en septiembre de 2021 se comenzó a flexibilizar todo. El familiar entro al hospital, sanatorio y nunca más volvió. Entonces sienten impotencia, soledad. Atravesar el duelo y seguir porque de eso se trata la vida.

A ello se suma la indignación por las fiestas de los poderosos en el gobierno, festejo de cumpleaños todos juntos sin aforo y distancia social, como nada, con total desfachatez. Los vacunados VIP que tenían privilegio para los políticos, sus familias, amigos, y entorno que los rodeaba.

La otra realidad que sacudía eran hijos, padres, hermanos, hermanas que estaban a mitad de camino en provincias a la que no podían ingresar para acompañar a familiares cercanos que estaban en el final de sus vidas y el permiso que no llegaba nunca.

Así infinidad de historias donde la injusticia estaba presente, nadie los escuchaba porque la burocracia era superior y la justicia lenta no es justicia.

Aquí fue el momento en donde mi profesión de periodista que informa, refleja la realidad entra en juego y decidí perder objetividad, porque no se puede ser fría, calculadora, con una coraza o chapa de metal y pensar que es una estadística, información que debo realizar y nada más para cumplir.

Me desprendí de tal armadura y pase a ser una más de las tantas personas a las que me acerque para conversar con ellos/ellas porque tuvieron la grandeza y sencillez de darme su tiempo, sus palabras, sus testimonios y la necesidad poderosa de hablar, de decir, de contar, que alguien los escuchará, les prestará atención y me involucré en primera persona.

Porque si bien, no les resolvía la situación o daba una solución, sin embargo tenían la convicción “que no se sentían tan solos, solas”. Ya no estaba presente la indiferencia, la falta de empatía del gobierno y de las personas con las que interactuaban en la vida diaria, les hacía mal.

Me hablaron de la necesidad de volver a creer en el país, en los que gobiernan para que sus hijos, nietos, y jóvenes tengan un futuro, tengan un trabajo, puedan seguir estudiando, que no sea moneda común la posibilidad de irse del país, porque no eran lo que esperaban para ellos, para las nuevas generaciones todo lo contrario.

Escuchar y sentir lo que decían fue lo que me movilizó y en algunos casos vivencie emociones, dolor, impotencia y esa necesidad que me repitieron siempre “ser escuchados” detenerse a dialogar, hablar, porque en pandemia estuvieron en muchos casos muy solos, solas, sin familia que pudieran acercarse, por los contagios, la distancia y porque en otros casos son solos/as y necesitan hablar y compartir.

Simple y sencillamente contar que les pasaba, verse reflejados/as en esta realidad y que la columna no fuera de análisis político y de estadísticas sobre el gobierno o de como resulto el año a nivel político. Entonces el deseo es que todos aquellos que lean esta columna puedan sentirse identificados en alguna medida.

Allí es cuando, pienso en quienes nos gobiernan, en el presidente, que con el dedito acusador, y siempre transfiriendo culpas para afuera y culpando a la oposición o la herencia que le dejo “Macri”, al gobierno porteño, a la oposición en el nuevo congreso y así la culpa siempre es de otros, para afuera, tengan el nombre o título que sea, porque en realidad causaron todos los males y grieta profunda de la Argentina. Nunca escuchar un perdón, lo siento, tener la grandeza de hacerlo y no estar excedido en importancia

Este es un gran argumento y motivo que tienen siempre para no dar la cara, para no asumir errores, para entender qué es necesario que salgan de la vida fácil, en helicóptero, en autos con vidrios polarizados y herméticos que frenan la realidad. Es decir la transferencia de culpa es el latiguillo y excusa perfecta que siempre viene bien y es una salida elegante.

Asimismo, existe un gran cansancio hasta el hartazgo de los políticos y sus promesas, de tantos ministros, funcionarios, voceros y hasta el nuevo cargo de la portavoz del gobierno, que muy livianamente, como si nada pasará y con cara de póker habla a la prensa acreditada en casa de Gobierno, explica, y al final lo que dijo “no se entendió” Desmiente, se enreda y nada sirvió para informar, aclarar y tener un sentido de responsabilidad.

Cuando pensé en escribir esta columna y reflexionar sobre el final del año 2021, sentí la necesidad de involucrarme con cada uno de los hombres, mujeres, jóvenes, adolescentes, personas mayores, ancianos, ancianas, laburantes, empleados/as, obreros de la construcción, hombres y mujeres que a diario salen a la vida para trabajar y vivir dignamente frente a situaciones y condiciones que van más allá de lo permitido y transitando una pandemia.

No hubo estipulado encuentro o entrevistas pautadas por Zoom, esta vez, se fueron cruzando en mi camino y me hice eco de lo que me dijeron para volcar en estas líneas de forma natural y auténtica lo que sentían, lo que padecían a diario y poder transmitirlo

Mi recorrido fue positivo, enriquecedor con una gran experiencia a nivel profesional y personal que no se olvida, pero entendiendo como decía Gabriel García Márquez: “El periodismo es una pasión insaciable que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida”.

¡¡Hasta el año que viene 2022, estimados lectores/as siempre con lo mejor!!

 

1 comentario Dejá tu comentario

  1. ¿Nunca relee lo que escribe? El primer párrafo invita a abandonar la nota. Una nota en la que se mezcla todos, y se olvidan muchos acentos. Pobre, sin organización, reiterativa. Lástima. Saludos y buen año.

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