“La diferencia entre un
estadista y un político es que mientras el primero piensa en las siguientes
generaciones, el segundo sólo piensa en las próximas elecciones”. (Benjamín Disraeli)
A escasos días de la
instancia electoral que dará cuatro años más de gracia en el poder al
oficialismo, generador de múltiples desgracias para la ciudadanía, o en el caso
de que algún candidato de la oposición logre llegar a una segunda vuelta y le
arrebate el cetro a la reina fashion, sin saber luego cómo podrá arreglar
tanto desaguisado, es válido hacer un repaso de tanta vergüenza acumulada en
estos últimos tramos recorridos antes de llegar al crucial 28 de octubre.
No cabe duda de que el
estandarte, en la larga lista de vergüenzas argentinas, es portado por la
corrupción, la vieja dama indigna que más triunfos acumula en la medida en que
más va ascendiendo en la escala del poder político. Lamentablemente se ha vuelto
una costumbre tan arraigada que, o bien porque nos desanimamos al ver que no se
la combate más que con palabras huecas y no se castiga como se debe a los pocos
que son descubiertos cultivándola, o bien por el simple contagio que encuentra
fácil receptividad en nuestra idiosincrasia argentina –seguimos creyéndonos los
“vivos del año cero”-, los simples ciudadanos también nos hemos vuelto
corruptos, aunque fuera a menor nivel, pero corruptos al fin.
No vacilamos en quedarnos
con algunos vueltos de la caja de un comercio, o correr unos centímetros los
límites de un terreno para quitárselos al vecino, o poner rápidamente el pie
encima de un billete de cinco o diez pesos que se le cayó a quien caminaba
delante nuestro. Son ejemplos muy sencillos y podrá pensarse en que parecen
exagerados como para incluirlos como hechos de corrupción, pero es corrupción al
fin. Es que pensamos: “Si roban como roban los de arriba, ¿por qué no hacerlo
yo?, total no es para tanto...”. Y así nosotros mismos contribuimos a
institucionalizar la corrupción. Y los buitres del poder lo saben muy bien, y
piensan a su vez: “Total, la gilada no puede hacer nada, protestan un poco y
se les pasa enseguida, y nosotros siempre estamos protegidos”.
Esa tranquilidad de los
buitres se cimentó a partir del desastre en que concluyó el gobierno de Fernando
de la Rúa y la huída de éste en helicóptero. Tuvieron un breve período de
preocupación sólo mientras duró la bronca ciudadana de los cacerolazos y el
“que se vayan todos”. Luego esa bronca fue amainando, las abolladas
cacerolas fueron guardadas, la abulia volvió a ganarnos y todo quedó igual. Los
pocos que “se fueron” por un tiempo, volvieron. La corrupción, que en realidad
nunca se fue, también. Y todo está como era entonces. Con el agregado de que
aparecieron caras nuevas, desconocidas hasta hace cuatro años. Desde una lejana
provincia austral llegaron los Kirchner con su séquito de funcionarios adictos,
y sumando a sus filas a otros locales, mientras seguían mintiendo como “los
otros” exhibiendo las limpias palmas de sus manos, continuaron izando la bandera
de la corrupción en lo más alto del mástil.
El gen argentino
Son suficientemente
conocidos y fueron largamente tratados los casos de corrupción que blasonan
estos cuatro años de la gestión que finalizó el actual gobierno, esperando ávidamente ahora repetir otro período que le permita a sus ocupantes continuar
asegurándose un buen futuro económico.
Desde el retorno de la
democracia, rápidamente comenzaron a desfilar cuestiones tan faltas de ética
como los pollos podridos de Ricardo Mazzorín, los galpones de Tierra del Fuego o
los enjuagues de la Coordinadora con los militantes del Movimiento Todos por la
Patria, por citar sólo algunos casos durante el gobierno de Raúl Alfonsín. A
éstos sucedieron los largos años de festival de la administración farandulera de
Carlos Menem, con –también por mencionar sólo algunos ejemplos- los guardapolvos
de Eduardo Bauzá, la leche podrida de Miguel Angel Vico, la gestión de María
Julia Alsogaray como interventora de la ex ENTEL y luego al frente de la
secretaría de Medio Ambiente y la venta de armas a Croacia y Ecuador.
Por su parte, el hombre que
vino del frío en mayo del 2003 nos obsequió, después del “cuento chino” de la
fabulosa inversión de 20.000 millones de dólares del gobierno de China, con una
seguidilla de balandronadas, discursos sin sentido, mentiras, bravuconadas y
actos de patoterismo que pretendían salir al paso de las acusaciones sobre los
actos de corrupción que comenzaron a eslabonarse sin pausa a medida que iba
culminando el último tramo de su gestión, y que hicieron eclosión a lo largo de
este año.
Esos casos no fueron
denunciados precisamente por la llamada “gran prensa”, el grupo de principales
medios que siempre hicieron como el avestruz, escondiendo su cabeza bajo tierra
para no ver nada en aras de su complicidad con el poder, ya sea por los
beneficios que éste les otorgó en las pautas de publicidad oficial, por su
compra mediante otras concesiones o simplemente por tener una acendrada vocación
de genuflexos. Pero como todavía existen medios, principalmente digitales, que a
pesar de sus intentos el poder no pudo comprar o acallar con sus amenazas, sus
actos de corrupción están ahí, a la vista, seguidos, investigados y no
olvidados.
Tampoco fueron atacados
decididamente por una oposición que, de manera suicida, no capitalizó tantos
aspectos que podían abrir un rumbo en el barco oficial y hacerlo naufragar. Esa
oposición, aletargada, permitió que ese barco, aún con importantes brechas en su
casco, haya logrado navegar a salvo hacia el puerto seguro de las elecciones de
octubre. Y quizás, reparado, volver a navegar incólume por otros cuatro años
más.
Extraño en verdad el
comportamiento de los políticos opositores. Podría pensarse que optaron por
ceder la iniciativa a un aparato gubernamental muy poderoso, y jugar la carta de
esperar que, aún triunfando en los próximos comicios, las múltiples dificultades
heredadas por la candidata-consorte hagan que su gestión caiga sola en poco
tiempo por su propio peso. Sin embargo, si es así no parece una jugada ni
valiente ni útil sino, por el contrario, peligrosa. Tanto por la capacidad de
reacción que pueden dejarle al oficialismo como por todos los aspectos que
pueden ensombrecer un posible colapso institucional. Suficientes ejemplos hubo
de ello en la historia política del país.
Final abierto
No hace falta, como se dijo
anteriormente, reseñar nuevamente en detalle los casos de corrupción enhebrados
por esta administración que busca repetirse en el poder a partir del 28 de
octubre.
Aunque el gobierno pretenda
sumirlos en la niebla del olvido o la distracción, allí está, siempre a la vista
de los que no somos ciegos, sordos ni mudos, el largo rosario de escándalos que
contiene, entre otras, estas cuentas: los sobreprecios de Skanska; las tramoyas
con los gasoductos del norte y del sur y con tanta obra pública diseminada por
el país; el mini-banco en el baño de Felisa Miceli; el desempeño en Medio
Ambiente de Romina Picolotti, que empalideció al de su antecesora, la inefable
María Julia Alsogaray; la exportación subfacturada de repuestos de armas de
Nilda Garré; el maletinazo de los 800.000 dólares de Guido Antonini Wilson con
la complicidad no investigada de Claudio Uberti y otros funcionarios del área
del ministro-cajero Julio De Vido; el falseamiento de los índices inflacionarios
del INDEC, que parecen indicar que para los miembros del gobierno no existen las
papas a $ 5 el kilo o los tomates a $ 18, ni otros infartantes precios como los
de la carne, la leche o los medicamentos, ni las altísimas cuotas de los
colegios privados, porque la palabra del INDEC oficialista es sagrada; los
contratos petroleros de Chubut y Santa Cruz con la empresa Pan American Energy,
que virtualmente le regalan a la misma la riqueza de los hidrocarburos por
cuarenta años; y varios etcéteras más.
Como corolario, acaban de
conocerse los hechos de corrupción –quizás por ese contagio que hace fácil presa
en nuestra idiosincracia al que aludimos al comienzo- protagonizados por malos
argentinos que se desempeñan en el Aeropuerto de Ezeiza, que con su ancestral
“viveza criolla” lograron meter la mano en un contenedor enviado por la Reserva
Federal de Estados Unidos al Banco Central y hurtar el diez por ciento de lo que
intentó pasar por la Aduana el famoso Antonini Wilson. Surgiendo además que en
la requisa dispuesta para la búsqueda de esos 80.000 dólares se descubrió que
esos empleados tenían sus armarios individuales llenos de cámaras digitales,
joyas, teléfonos móviles, dinero y otros valores quitados a sus propietarios de
sus equipajes. Empleados que probablemente contarán ahora con la solidaridad del
correspondiente sindicato, que prestamente dispondrá de la realización de paros
de protesta que sumarán más caos al que se viene generando a menudo en los
vuelos comerciales por la continuidad de medidas similares de otros sindicatos
afines.
Y es así como vamos llegando
a las elecciones del próximo 28 de octubre. Las elecciones que quizás más
expectativa han generado de las que se llevaron a cabo desde el restablecimiento
de la democracia.
Con el desánimo hecho carne
en la población, con la incertidumbre frente a lo que vendrá a partir de ese día
crucial, y con un panorama cubierto por una larga sombra de vergüenzas
argentinas desplegada por la inacabable corrupción del poder político, no
confrontada debidamente por la anemia de una oposición que parece empecinada en
continuar mirándose el ombligo.
Como viene ocurriendo
siempre desde 1983 en cada período pre-electoral, se escuchan en las campañas la
palabra y la frase más desgastadas por la hipocresía de los políticos:
“cambio” y “ahora sí”. La primera es esgrimida invariablemente por
todos y cada uno de los candidatos. A los del oficialismo habría que
preguntarles por qué no aplicaron ese cambio en todo el tiempo que tuvieron
durante su anterior período de gobierno. A los de la oposición, qué es lo que
van a cambiar y si esa propuesta no quedará, como suele suceder, en que nada
cambiará.
En cuanto a la frase
“ahora sí”, la pregunta que se le puede hacer a los hipócritas de turno es:
¿por qué antes no?. Como sea, son dos caballitos de batalla del buitrerío
político ya muy desgastados, como se dijo, y en los que ya nadie cree.
Para finalizar, dejaremos aquí la primera estrofa de
la poesía de un autor español contemporáneo, Víctor Corcoba Herrero, que puede
venir a cuento acerca de lo que está viviendo el argentino de hoy en relación al
poder que lo gobierna:
La impura planta del poder
Hablan por nosotros y nosotros sin
habla.
Dicen y nos desdicen y nada decimos.
Se sirven, sin conciencia,
de nuestra conciencia ausente.
Nos poseen y nos pasean a su antojo,
como si fuésemos una burbuja
de nada en la codicia del poder,
y esa pujanza nos reduce al silencio.
Carlos Machado