Cuando todo arrancó en mayo del 2003, en
el momento en que Eduardo Duhalde le colocó la banda presidencial y le pasó el
bastón con el que jugó un rato, los argentinos no tenían la mínima idea de quién
era Néstor Kirchner. Solamente que venía de gobernar durante
varios años la austral provincia de Santa Cruz, aunque sin saber cómo.
Se lo recibió con
esperanzas, habituados como estamos a esperar que lo nuevo puede ser mejor,
sobre todo luego de que la gran mayoría, poco menos de dos años atrás y batiendo
sus cacerolas, gritara a voz en cuello: “¡Que se vayan todos!”.
No pasó mucho tiempo para
que en lugar de satisfacer aquellas esperanzas, el hombre que vino del frío
comenzara a mostrar su verdadera cara. Una sucesión de cuentos chinos, de actos
de corrupción en diversas áreas de su gobierno, de bravuconadas dirigidas
siempre desde el atril, de desprecio por la prensa y de su compra de buena parte
de ella, además de tantas otras cuestiones ya suficientemente reflejadas en
estas páginas, marcaron su gestión desde aquel momento hasta hoy.
Recién cuando ya estuvo bien
instalado en la Casa Rosada, comenzó a estudiarse con más detalle la historia de
su anterior vida política. Fue surgiendo así su transcurrir en Santa Cruz desde
que se recibió de abogado en La Plata, en 1976, y huyó a su provincia llevándose
con él a su flamante esposa Cristina, aún estudiante de la misma carrera. Lo de
“huyó” es en realidad un eufemismo, ya que su pretendida militancia en la
Juventud Peronista ligada a la organización Montoneros no fue tanta como para
considerarse un “perseguido político” por el gobierno militar.
Sin embargo es algo que más
tarde, una vez instalado en la presidencia de la Nación, aprovechó muy bien para
ganarse a los organismos que dicen defender los derechos humanos y a parte de la
izquierda, subsidiándolos incluso con el objetivo, rápidamente logrado, de que
aquellos no abran la boca sobre lo que sabían acerca del falso pasado
“combativo” del presidente. Una complicidad recíproca que, sumada al reparto de
cargos públicos para los antiguos miembros de organizaciones armadas, terminó de
abrirle las puertas entre los “jóvenes idealistas”, como él los llama.
También se conocieron otros
aspectos de su historia santacruceña, como el empleo inicial en una financiera
que ahogaba con préstamos incobrables a numerosos pobladores para luego
quitarles sus bienes, lo cual continuó haciendo posteriormente desde su propio
estudio jurídico-inmobiliario al amparo de la tristemente célebre Circular 1050,
al tiempo que mantenía excelentes relaciones con las autoridades militares. Todo
lo cual habla de forma no precisamente favorable acerca de su lucha por los
“derechos humanos”.
En definitiva, Néstor, tu
vida es una mentira...
Candidata “trucha” I
A la larga lista de
impresentables que conforman el gabinete del que se rodeó Kirchner,-en realidad
lo de “gabinete” también es un eufemismo ya que sólo es un coro de
“sí, Néstor” que jamás estuvieron en una reunión presidida por el presidente
y sólo obedecen sus órdenes- se agregaron los candidatos “dedocráticos”
impuestos por éste, donde se destacan, obviamente, los máximos referentes a
gobernar el país y el crucial distrito de la provincia de Buenos Aires.
Cristina Fernández de
Kirchner nació en Tolosa, localidad suburbana de La Plata. Según quienes conocen
su niñez y adolescencia, era una muchacha muy retraída y dominada por su madre,
prácticamente una “barrabrava” por su fanatismo por el club de fútbol Gimnasia y
Esgrima de la Plata, que la hacía prácticamente colgarse del alambrado y gritar
un vocabulario de todo calibre en los domingos futboleros. Del padre no se sabe
casi nada, sólo que fue un chofer de colectivo, tarea no por eso menos digna
aunque la hija prefiere olvidarlo. Precisamente una de las “enseñanzas” de la
madre fue que menospreciara al padre, mientras luchaba a brazo partido para que
su hija tuviera la suficiente instrucción como para que no fuera considerada
“una negrita de Tolosa”.
Ya en la Universidad de La
Plata para estudiar abogacía, Cristina se “soltó” más y mostró un fuerte
carácter, actitud favorecida porque la generalidad de los estudiantes provenía
del interior del país, y ella era allí más “local”. Se dice que “militó” en la
Juventud Universitaria Peronista (JUP), ligada a los Montoneros, pero que en los
hechos no tiró ni un cascotazo. Esa “militancia” se acabó con la huida hacia
Santa Cruz junto a Néstor Kirchner, recién casada y prontamente embarazada de su
hijo Máximo.
Lo que sigue es su desempeño
junto a su esposo en el estudio jurídico-inmobiliario montado por éste y sus
primeras incursiones en la política, lo que la llevaron progresivamente a ser
diputada provincial y luego nacional, para finalizar como senadora nacional,
primero por Santa Cruz y por último, tras un esfuerzo apoyado por el
“aparatchik” gubernamental por conseguirlo -aunque jamás se ocupó de ese
distrito-, representando a la provincia de Buenos Aires a partir de 2005.
Paralelamente, Néstor había escalado posiciones
políticas en su provincia, desde concejal municipal en Río Gallegos hasta
intendente, luego gobernador durante varios períodos hasta su lanzamiento en
paracaídas –con el auspicio de Eduardo Duhalde- para ocupar la presidencia de la
Nación con un magro 22% de los votos y bajo las circunstancias conocidas.
En el medio hay una nebulosa
en cuanto a la relación matrimonial de ambos. Consignan algunas malas lenguas
que esa relación estuvo enturbiada por algunas “travesuras” de Cristina, o de
ambos, lo que justificaría la brecha de quince años de diferencia entre los
nacimientos de sus hijos Máximo y Florencia, fruto este último de una
reconciliación que, finalmente, habría sido bastante breve. De todas maneras no
es algo que nos competa calificar aquí, por más que algunos aspectos no sean,
precisamente, un secreto.
El desempeño de Cristina en
el Senado de la Nación durante la gestión de Néstor no pudo ser más anodino.
Pasaron varios meses sin que concurriera, por ejemplo, a ocupar su lugar en la
Comisión de Asuntos Constitucionales, cuya labor se vio, gracias a ello,
paralizada. Ni hablar de cuando comenzó a ser enviada por su esposo al exterior
para que allí empezaran a verla como a una “estadista”. Como si ser “estadista”
significara solamente registrar varias horas de vuelo.
El caso es que Cristina “se
borró” definitivamente de su banca en el Senado –de todas maneras el Congreso
sólo había quedado desde hacía tiempo como mera figura decorativa- y diciendo:
“Esta es la mía”, arremetió contra cuanto shópping y spa
regenerativo hubiera en los países visitados. Una forma de desquitarse,
probablemente, de antiguas épocas de carestía. Sobre su desempeño en los
encuentros que sostuvo con gobernantes y empresarios también ya dimos suficiente
cuenta en este espacio, y no alcanzó la sobredimensión que pretendieron hacer,
para tapar la realidad del fiasco, el gobierno y sus adulones sobre el supuesto
“éxito” alcanzado.
Y ahora, como candidata del
oficialismo a la presidencia, por obra y gracia del dedo presidencial y no, como
correspondía, de un congreso partidario -que en los hechos no existe- o de una
elección interna, a la dama se le han subido más los humos y, dentro de sus
conocidas limitaciones intelectuales, la emprende con discursos parecidos en uno
u otro ámbito, vacíos de contenido y agregando a algunos cierto toque
filosófico, muy probablemente aportado por quien se los escribe, quizás un
habitante de la secretaría de Medios y Comunicación.
Además hay algo que llama la
atención y que seguramente algunos han descubierto: ya no se dirigen a ella tan
seguido, como hace un tiempo atrás, llamándola “doctora”. Ni en su
entorno, ni en los medios y noticieros obsecuentes. ¿Se deberá al revuelo
causado por la extraña ausencia de su título de abogada, tan comentada
últimamente e investigada, por éste y otros medios, con denuncia judicial
incluida?.
El caso es que Cristina, en
medio de su conocido problema de bipolaridad, mientras asegura que su eventual
gobierno traerá aparejado el “cambio” que en los hechos nada cambiará y espera
subirse al carro triunfal el 28 de octubre sin pensar hasta entonces cómo hará
para sacar al país del marasmo de la inflación desenfrenada, la falta de
inversión, la corrupción generalizada y otras graves piedras en su camino, no ha
mostrado hasta el momento algo concreto que ratifique su título de abogada.
Por todo lo hasta aquí
expuesto y otros aspectos que sería largo enumerar, Cristina, tu vida también es
una mentira...
Candidato “trucho” II
El candidato del oficialismo
a gobernador de la provincia de Buenos Aires, por su parte, también ha logrado
acumular un frondoso centimil de irregularidades.
Daniel Osvaldo Scioli es
quizás uno de los ejemplos más claros de camaleonismo político. Transitó, desde
un buen pasar como empresario y campeón de motonáutica durante los gobiernos
militares, a sus fuertes relaciones con el menemismo, su sobrevivencia como
funcionario en el gobierno de Fernando de la Rúa y su actual profesión de fe
kirchnerista en la administración homónima, que lo elevó de una oscura función
en la secretaría de Deportes y Turismo a la vicepresidencia de la Nación, y
ahora a su candidatura a gobernador bonaerense.
Aunque las cuestiones más
tortuosas de su pasado han sido borradas, obviamente, por los aplicados
alcahuetes oficiales, es válido recordarlas.
En una ocasión construyó, de
manera ilegal, un quincho en el sector destinado a “aire y luz” en el edificio
capitalino de Callao y Posadas donde ocupaba un inmueble. Allí se produjo un
incendio que acabó con el departamento del piso superior donde residía un vecino
de origen suizo y con la vida del encargado del edificio que intentaba rescatar
a una muchacha cercada por el fuego.
Daniel jamás le pagó a su
vecino los 200.000 dólares por el resarcimiento de ese daño, declarándose
“insolvente”, mientras su esposa, la ex modelo Karina Rabollini, tiraba el
dinero en negocios de dudoso éxito y quedaba debiendo al Banco de la Provincia
de Buenos Aires –el mismo al que Scioli controlará en caso de llegar a la
gobernación bonaerense- unos dos millones de dólares solicitados en préstamo que
terminaron pasando al fideicomiso de la provincia, es decir a la sección de
“incobrables”.
Por supuesto, el expediente
de la causa por aquel infausto suceso quedó convenientemente “cajoneado” y
olvidado.
En otra demostración de
“hombría”, Daniel había tenido una hija extramatrimonial a la que no reconoció
durante 19 años, hasta que finalmente lo hizo a instancias de Karina Rabollini,
cuando la madre de la joven había iniciado un juicio por filiación y el
escándalo había alcanzado las tapas de la revista “Gente”.
Sus vinculaciones políticas
durante el gobierno de Carlos Menem le habían permitido, en su momento, obtener
un jugoso contrato millonario con la empresa YPF, entonces estatal, como
sponsor de su lancha. Muchos habrán recordado, poco después, la fama de
“mufa” de Menem cuando la lancha de Scioli chocó en el Delta con un tronco
flotante, accidente que le causó la pérdida de su brazo derecho.
Para más ejemplos de la
deshonestidad de Scioli, el entonces famoso comercio familiar de
electrodomésticos conocido como “Casa Scioli” –creado por su padre- quebró tras
ser “fundido” por la administración de Daniel y sus novedosas ideas de
renovación y crecimiento a través de la importación de “novedosos elementos
electrónicos”. Ello finalmente derivó en la iniciación de dos procesos
por contrabando contra quien hoy hace apología de la industria nacional, pero el
deshonesto de Daniel terminó por culpar a su propio padre de la quiebra del
negocio y del contrabando, evitando así dar explicaciones ante la Justicia.
En cuanto a los acreedores
que esperaban cobrar algo tras decretarse la quiebra del comercio de Scioli,
bien gracias. Y será muy difícil que a esta altura de las circunstancias se
atrevan a aparecer y a hacerle un juicio político al vicepresidente de la Nación
y candidato a gobernador bonaerense.
Evidentemente, Daniel,
también tu vida es una mentira...
Conclusión
En suma, la mentira es lo
que rige ancestralmente a los políticos. A todos los políticos. Claro que sucede
no sólo aquí sino en cualquier lugar del mundo. Pero lógicamente nos ocupamos
hasta aquí de lo que nos afecta a los argentinos.
Lo anteriormente expuesto
son ejemplos que rodean a dos de las principales figuras que competirán por los
más altos cargos a que se puede aspirar en el tablero político nacional.
Estos son los candidatos a
los que se les asignan las mayores probabilidades de alcanzar el máximo poder,
tanto en la más alta magistratura de la Nación como en la sede gubernamental de
la capital bonaerense.
Por lo tanto cabe aguardar
que, si triunfan en las elecciones del próximo 28 de octubre, “que Dios nos
agarre confesados”, como dicen en algunos lugares del Caribe.
Carlos Machado