El infierno de Corrientes es el mejor test Incendios: todos somos Cabandié de producto de esa poca cosa que somos hoy los argentinos. Del patetismo de una sociedad que ha perdido su rumbo y le pone burletes a puertas y ventanas para que no se cuele el viento caliente de la realidad.
La basura de palabras y acciones que hemos presenciado, y la que todavía vamos a ver, nos interpela fiero: siempre hay lugar para más tonterías, mientras se está quemando buena parte del país.
Esto no es un reproche sólo dirigible a la tribu política que vive en sus frascos y obsesionada con qué arañará en 2023. Una ciudadanía esclava del miedo, el egoísmo y la abulia la valida al desentenderse de su territorio calcinado.
“¡Yo no te vi marchar por esto!” es el desafío a militantes y simpatizantes de las banderas ecologistas, que hace muy poco han saltado como resorte frente al fracking, el petróleo offshore y las minas. Pero que callan ominosamente ante el mar saqueado por los chinos, los basurales, las cloacas, el aire podrido y nuestros centenares de Riachuelos desde La Quiaca hasta Usuhaia.
¡No fue la calor estúpido! Ya han denunciado los bomberos correntinos que el 90% de los focos han sido intencionales. Más grave aún, que las respectivas autoridades provinciales impidieron a los bomberos bonaerenses, cordobeses y entrerrianos acudir en ayuda de sus hermanos litoraleños, bajo amenaza de quitarles seguros, subsidios y otros beneficios. Así estamos, en manos de sicarios con chofer y guante blanco.
Corrientes, que ha pagado caro su gobierno no peronista, es la evidencia de nuestras miserias. Éramos imbéciles y el smartphone terminó de pudrirnos. En 1944, cuando las comunicaciones eran escasas, otra Argentina se movilizó por el terremoto de San Juan y sus 10.000 muertos. Hoy, con drones que muestran todo, la Patria del Yacaré en llamas quedó más sola que nunca.
Juan Cabandié y su staff ausente e incapaz, al igual que el de su jefe supremo devenido en ridículo goalkeeper playero, eximen de todo análisis. Desde que comenzó el infierno que multiplicará por 10 el promedio anual de incendios del país, el gobierno nacional ha decidido que el fuego no existe. Sólo ha esperado que llueva, mientras operaba pautas publicitarias, aprietes mediáticos y trolls, sus matafuegos hasta que este horror desaparezca, como la cocaína estirada de enero, de nuestras cortas memorias.
También se podría escribir y hablar horas sobre el pobrísimo rol de la oposición, que recién se acercó a las cenizas correntinas después de un mes, cuando ya se han incinerado un millón de hectáreas de cultivos, ganado, flora y fauna nativa, en uno de los santuarios verdes de la República. Apuntarle a esta estructura de poder perversa, imbécil y cerril es un ejercicio sin margen de error. Pero el caso es que este elefante inútil no nos deja ver nuestro bosque que no para de quemarse.
“Qué enojados están los argentinos con su destino” dice a menudo la prensa mundial cuando describe nuestro tobogán. Pero esta ira es el anverso de nuestro DNI, en el reverso está tatuada una red de miedos colectivos: A no poder comer y pagar las cuentas, a perder el pedazo de la torta, a ser boleteados por un motochorro, a la ruina de esforzados negocios, a quedarse sin laburo y caerse del sistema, a que los hijos no vuelvan a la escuela, a quedarnos solos, a sufrir horrores con jubilaciones paupérrimas… Siempre hay una razón en nuestro espejo no te deja ver el bosque.
Por whatsapp cunden cadenas de oraciones por Corrientes en llamas. Ok, “In God we trust”, pero qué culpa tiene Dios de que todo el tiempo dejemos la pava en el fuego. No hace mucho, millones de argentinos han moqueado frente a la tele al ver los incendios en la Amazonia boliviana y brasilera, lo mismo que en Australia. Muchos de ellos no sienten hoy similar horror por esta destrucción masiva cuya humareda llega a olerse en Buenos Aires
¿Qué hacer entonces? Cualquier cosa será poco y a la vez estará bien. Aunque el primer consejo sería darnos cuenta de esta ceguera asintomática. Mientras el fuego no cesa, vale la indignación ciudadana, esta vez por la inmensa tierra arrasada. Y no dejar que nos abracen y sonrían para la foto los que desde que comenzaron los incendios en 11 provincias argentinas han mirado y nos hicieron mirar para otro lado.
“Por favor no moleste, dormiremos hasta tarde”. Corrientes, la brava, bella, verde, intensa y heroica, agoniza en medio del silencio fulminante de 40 millones de almas, que han preferido jugar con sus celulares, lo más sagrado de sus vidas. Qué manera de tenernos a todos en un puño. Así las cosas, será estéril abundar en crónicas sobre funcionarios chorros y/o mediocres de lengua fácil y cero compromisos a los que nadie osará remover de sus poltronas. Su impune desparpajo se erige sobre la indolencia del gran pueblo argentino salud. De una u otra forma, hoy todos somos Cabandié.