Una crisis política de impredecibles consecuencias es la que atraviesa la administración de Alberto Fernández. Derrotado en las elecciones intermedias, el Gobierno cumple su segunda mitad de mandato en medio de reclamos de todo tipo y una espiral inflacionaria que esta semana concentrará aún más la atención con un porcentaje que todo indica que marcará un récord complejo. Rondará el 6%, un poco por arriba de ese número, o un poquito por abajo, pero estará ahí. Lo anuncian todos los cálculos y el propio secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, confirmó que va a ser “alta”, y tras aclarar que no hace “milagros”, responsabilizó al Ministerio de Economía.
En cualquier gobierno eso hubiera terminado con la renuncia de ese funcionario, pero en esta administración parcelada eso es imposible. De hecho, el viernes sonó fuerte durante toda la jornada la posible salida del ministro Martín Guzmán. El titular del Palacio de Hacienda que nunca pudo deshacerse del subsecretario de Energía que lo desafió, menos podría pedir la cabeza de Roberto Feletti.
En rigor, desde el Instituto Patria piden la suya. El presidente resiste, por ahora. En el mar de versiones que circulan, dicen que la vicepresidenta estaría dispuesta ahora a reunirse con Alberto Fernández, pero el que ahora no quiere aceptar un encuentro es él. No es cuestión de berrinches: sabe el presidente que Cristina nunca arría sus banderas y solo alentaría cierto armisticio si hay cambios, comenzando por el titular de Hacienda, y por eso AF prefiere rehuir un encuentro. Así están las cosas hoy en la cima del poder.
Si bien sigue pensando que la economía está mejorando, el presidente está amargado porque considera que el internismo ha esfumado parte de los efectos positivos generados por el acuerdo con el Fondo Monetario. Como botón de muestra exhibe el valor del dólar, que bajó durante la última semana. Ya se sabe lo que piensa que hubiera sucedido si no acordaba con el FMI; se lo dijo al periodista Mario Wainfeld: si no se hubiera firmado el acuerdo el viernes 28 de enero, el lunes siguiente hubiera tenido que decretar feriado bancario.
El fuego amigo tiene a maltraer a un presidente decidido a retener a su lado a Guzmán, pero incapaz de echar a funcionarios que lo desafían. Porque horadar al ministro de Economía, es desafiar la autoridad presidencial y eso ha hecho el ya citado Roberto Feletti reclamándole a Guzmán “una política antiinflacionaria consistente”.
En realidad, lo que dice el secretario es lo que piensa la mayoría del oficialismo, donde Guzmán es reconocido como un ministro de Hacienda, más no de Economía. Cargo vacante en este gobierno, reconocen a estas alturas en el propio Frente de Todos.
Mientras la presidenta del Senado le regala a su compañero de fórmula un libro que retrata de manera descarnada la debacle del gobierno de Raúl Alfonsín, que se fue arrastrado por una inflación desenfrenada, en la conferencia de prensa del último jueves de la portavoz presidencial -convocada para ordenar la comunicación oficial- se escucharon dos palabras que queman: hiperinflación y asamblea legislativa. “No hay ningún riesgo de hiperinflación”, respondió Gabriela Cerruti sobre lo primero, y respecto de los dichos del senador Alfredo Cornejo, que especuló sobre las razones que conducirían a una asamblea legislativa -léase salida de Alberto Fernández-, la funcionaria aclaró que no haría “comentarios de declaraciones, porque si no nos convertimos en comentaristas de declaraciones”. Pero incomoda que se vayan naturalizando semejantes posibilidades.
También preparó el terreno para lo que viene el diputado Máximo Kirchner el jueves en Merlo. Muy activo en el territorio bonaerense, el hijo de los Kirchner advirtió que “la próxima semana se va a conocer la inflación. Será muy duro. Es compleja la situación que nos toca pasar”. Y tras cargar contra “los que abusan con los precios y juegan con el hambre de nuestra gente gracias al amparo mediático”, reclamó “hacerse cargo de la gestión (…) Hay que cortarla con las pendejadas de la televisión y solucionar este complejo momento”.
Siempre críptico en sus mensajes, habrá que esforzarse por imaginar a quiénes se refiere Máximo, pero nombres sobran. El diputado no solo recorre la provincia en su calidad de jefe del PJ distrital. Es de los que analiza un eventual adelantamiento de las elecciones en el principal distrito del país. Algo que sería inédito, pero que gana fuerza dentro del oficialismo, que teme un Waterloo en 2023.
La idea es hacer las PASO en marzo y votar para gobernador e intendentes en junio. Con ello, no necesitarían ninguna ley de una Legislatura donde el oficialismo no es mayoría, y alcanzaría con un decreto del gobernador. Pasa que es Axel Kicillof el que más reparos pone a esa posibilidad. Porque sabe además el gobernador que en esas especulaciones que entre otros manejan Máximo y el jefe de Gabinete provincial, Martín Insaurralde, no contemplan la reelección del gobernador.
La idea del adelantamiento va en línea con la posibilidad de que el kirchnerismo -que imagina una derrota en la Nación en 2023- se refugie los cuatro años venideros en la Provincia. Así como el peronismo es un partido de poder, podría decirse que el kirchnerismo es un partido de Estado: está acostumbrado a fortalecerse allí.
La última palabra la tendrá Cristina Kirchner, quien piensa además seguir en el Senado a partir de 2023, ya no presidiéndolo, pero sí en una banca; a menos que -improbable- compita por un escalón más alto del que hoy ostenta. Ella confía en el arrastre de su nombre en las boletas del principal distrito del país, pero si hubiera desdoblamiento no participaría de esa elección adelantada, sino que lo haría en agosto y octubre, en una boleta donde figuraría pegada al candidato presidencial. Lugar que quiere ocupar Alberto Fernández. Será por eso que, dicen, Cristina hoy no está convencida de separar las elecciones.
¿Qué opina la oposición al respecto? Si bien preferiría elecciones conjuntas, tampoco rechazan la idea por una razón contundente: Javier Milei y su candidatura presidencial. Cualquiera sea el postulante a gobernador que presente, le sacará votos a Juntos por el Cambio en una elección donde no hay balotaje. Razón de más para convencerlos de la conveniencia de elecciones separadas. Aunque los que aspiran a competir por la presidencial tienen los mismos reparos que Cristina o el propio Alberto Fernández: si los intendentes resuelven sus destinos antes, se desentienden luego de la presidencial.
Si se adelantaran las elecciones, casi no habría dudas de que el candidato debería ser Diego Santilli, quien desde la campaña anterior no para de recorrer la provincia y además es la alternativa más instalada. Pero de todas maneras hay dudas, pues los propios intendentes del Pro se encuentran sorprendidos porque el vidalismo hace campaña por otro candidato: Cristian Ritondo. Si bien las partes insisten en que ambos son amigos y no competirán entre sí, en el partido amarillo advierten preocupados que si el Pro presenta más de un candidato en las PASO, el radicalismo podría derrotarlos.
Un panorama similar al que presenta la Ciudad de Buenos Aires, donde en el oficialismo reconocen por lo bajo que el jefe de Gobierno parece más preocupado por la pelea nacional y la bonaerense, que por el destino electoral que vaya a tener el distrito de origen del PRO.
Ministro de Gobierno de CABA, Jorge Macri se consolida como posible candidato, y algunos del oficialismo porteño miran preocupados, pues no le ven al intendente de Vicente López la amplitud que Rodríguez Larreta exhibió durante estos años para incorporar al oficialismo local otras fuerzas. Todavía se preguntan qué es lo que desea María Eugenia Vidal para su futuro político. “Ya se pagó el costo político por el cambio de distrito… No me digas que fue para nada”, se quejó desorientado ante este medio un aliado del PRO. Son los mismos que se preguntan por el internismo bonaerense en ese mismo espacio. “Ganaste ahí las elecciones de 2021, consolidemos al candidato”, sugieren.
Mientras tanto, se supo de una cena en casa de Juan Manuel Urtubey en la que participaron los gobernadores Schiaretti y Gerardo Morales, Emilio Monzó, Florencio Randazzo, Graciela Camaño, Rogelio Frigerio y el intendente de Rosario Pablo Javkin. Fue promocionada como una cena “antigrieta”, pero la realidad es que allí no hubo oficialistas.
Aunque algunos no lo admitan, todos confían en que al final aparezcan voces poderosas que ordenen el espacio. Que en la Ciudad Larreta diga “este es mi candidato”, y que en la Provincia se unifiquen las voces, como sucedió el año pasado. Lo mismo a nivel nacional, donde el larretismo espera que al final del camino Mauricio Macri se defina por el jefe de Gobierno, aunque con fotos como la que exhibió en la semana junto a Donald Trump parezca que el expresidente está pensando más en sí mismo para el “segundo tiempo”.
En Juntos por el Cambio admiten preocupados: “La crisis en el oficialismo nos desordena”.