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Genuflexiones II

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MORALES SOLÁ, LA NACIÓN Y LA ESTUPIDEZ
MORALES SOLÁ, LA NACIÓN Y LA ESTUPIDEZ

Sobre la semicalva cabeza de Joaquín Morales Solá se ha posado un buitre. Como oteando el enrarecido horizonte argentino, el ave rapaz se relame porque presiente que su eventual huésped está recurriendo nuevamente a la palabra mágica: sangre, sangre, sangre. Cual vampiro estilo siglo XXI, no tan interesante como Gary Oldman en la versión de Francis Ford Coppola, este otro autodidacta tucumano no tiene empacho en pontificar acerca de la aplicación de la solución final al “problema piquetero”.

 

 “No son las empresas de servicios públicos las que agitan la preocupación presidencial. Tampoco la oposición política -dentro y fuera del peronismo- provoca la inquietud de Néstor Kirchner. Y el actual curso de la economía no sirve para quitarle el sueño a nadie. Es, definitivamente, el movimiento piquetero, con sus formas diversas, con sus líderes contradictorios, con su enorme capacidad para paralizar la ciudad y crispar el ánimo social, el que espolea el berrinche y la vacilación del jefe del Estado.

El brete no es simple. La clase media porteña (la base social más seducida por Kirchner) tiene márgenes cada vez más cortos de paciencia frente a los inconvenientes de la protesta constante. ¿Seguiría siendo fiel al Presidente si una eventual represión dejara la secuela de nuevos muertos? Kirchner cree que la volatilidad de la sociedad argentina podría encajar en ambas posibilidades: reclama la intervención del Estado en la misma medida que objetaría el derramamiento de sangre.

La imagen de Eduardo Duhalde firmando su retirada anticipada del poder después de que sucedió la muerte de dos piqueteros en Avellaneda cerca permanentemente al jefe del gobierno”, escribió el “bueno” de Joaquín el miércoles en la tapa de La Nación.


La epopeya de Don Bartolo

 

 En la Argentina, los conservadores siempre se dieron cuenta que la simple denominación de su tendencia política provocaba miedito. Entonces, resolvieron travestirse de liberales al mejor estilo europeo. Claro, sentían escozor que se hiciera con ellos la analogía con la lata de sardinas: “conserva” = individuo que vive en una lata.

 Uno de sus máximos exponentes en el siglo XIX, fue precisamente Bartolomé Mitre, fundador del matutino en el que don Joaquín expone su ideario malthusiano. Don Bartolo, como le llamaban sus amigos, escribió en su diario (que en ese momento se llamaba La Nación Argentina) el 30 de agosto de 1863 que“en todos los puntos del globo los representantes de la idea liberal tienen la conciencia de la solidaridad de su causa”. Por supuesto que él se alineaba dentro de esa idea, dejando de lado que cuando le tocó pacificar el país luego de su victoria sobre Urquiza en Pavón, lo hizo mediante el deguello a mansalva de miles de compatriotas federales opositores. Porque no hay que olvidar que además de hombre de letras y presidente de la Nación, Don Bartolo también era militar. Y de esos que no tuvo empacho en emplear a una caterva de coroneles uruguayos, como Paunero, Rivas, Sandes y Arredondo, para llevar adelante su tarea civilizadora de limpieza étnica.

 Siendo presidente, Don Bartolo ensayó su más adecuada postura genuflexa ante el Imperio Británico que le pedía por favor que anulara el modelo de desarrollo paraguayo. Rápido para los deberes (léase homeworks) el traductor de la Divina Comedia metió al país en una guerra de exterminio que se extendió desde 1865 hasta 1870. Los saldos de la contienda para Paraguay fueron horrorosos, perdiendo el país guaraní su independencia económica, como constan fehacientemente en artículos escritos luego de la paz de las tumbas: “Las principales empresas pertenecen a extranjeros que residen fuera del Paraguay. La deuda externa se halla toda, o casi toda, en poder de ingleses; el ferrocarril central es, en su mayor parte, igualmente de capitales ingleses; las más importantes compañías de vapores son también de extranjeros, ingleses, argentinos, uruguayos, y aún el territorio es, en considerable superficie, de propiedad de extranjeros” (Geografía, de Onésimo Reclus).

 En 1909 el español Rafael Barret, de paso por la arrasada tierra paraguaya, consignó que “por una fatal excepción la guerra del Paraguay no solamente asoló y ensangrentó el país, sino que lo degeneró por mucho tiempo. Lo castró al destruir los gérmenes de aquella hermosa raza resplandeciente todavía en las nobles figuras de los viejos que sobreviven. Las generaciones posteriores se tallaron de otra manera. Nacieron a instituciones cuya letra es más libre, pero fueron menos libres ellas en su fuero interno, menos vigorosas, peor armadas, más indolentes, más viciosas, más incapaces de emanciparse por medio del esfuerzo individual. Fueron una casta distinta, inferior, otra nación improvisada, soldada de cualquier modo a la antigua. Para los habitantes actuales el progreso es difícil. No debe extrañarnos que dure tanto la depresión nacional. Han cambiado los rasgos del pueblo, se ha borrado la fisonomía de la patria. El hogar paraguayo es una ruina que sangre: es un hogar sin padre”.

 Don Bartolo hizo eficientemente el trabajo sucio que le indicaron sus amos británicos. Y recibió los laureles del perpetuo reconocimiento de los de su clase, que coronaron de laureles su memoria genocida. No es para menos, ya que a los lacayos obedientes el Imperio siempre les otorga un homenaje eterno.


Peligrosas repeticiones

 

 Don Joaquín quizá a veces se saque al buitre de su pelada. Tal vez lo hizo cuando su amigo genocida Bussi le coronó de laureles por apoyar la represión en su amado Tucumán. Ahora, está abogando desde sus púlpitos periodísticos la criminalización de la protesta social, uno de los requisitos indispensables para la implementación de la cooperación hemisférica que busca George Primate Bush. Como Don Bartolo necesitó de las páginas de La Nación Argentina para vender su guerrita, Don Joaquín precisa de las mismas para preconizar su contienda contra miles de desocupados. Como bien puntualiza Laura Guissani “Joaquín ha justificado en más de una oportunidad, en público y en privado, su adhesión al régimen militar de Videla, cuando escribía para el diario Clarín y la Gaceta de Tucumán avalando el régimen de Bussi, como un pecado de juventud. ¿Qué tipo de pecado será el que está cometiendo hoy? Deberíamos considerar que es víctima de un ataque de senilidad? En 1976 creía que la “sociedad” (entelequia que suele utilizar para explicar sus posturas) exigía orden y el General Bussi estaba en Tucumán para restablecer los valores de la patria. Hoy también reclama una matanza y lo hace en estos términos, para nada alegóricos: “El brete no es simple. La clase media porteña (la base social más seducida por Kirchner) tiene márgenes cada vez más cortos de paciencia frente a los inconvenientes de la protesta constante. ¿Seguiría siendo fiel al Presidente si una eventual represión dejara la secuela de nuevos muertos? Kirchner cree que la volatilidad de la sociedad argentina podría encajar en ambas posibilidades: reclama la intervención del Estado en la misma medida que objetaría el derramamiento de sangre.” Es decir, a Kirchner le cuesta reprimir no porque es injusto, antidemocrático y autoritario, sino porque todavía no hay espacio político para eso. Todavía. Parece molestarle a Joaquín que nuestra clase media todavía esté con estos pruritos y no soporte ver sangre en las calles. Si quieren transitar libremente con sus autos por la capital que se banquen la solución: alguien tendrá que morir. Y lo dice al día siguiente de una represión en la que se dispararon balas de plomo contra los desocupados y los principales dirigentes sociales de la provincia (o es acaso un piquetero radicalizado y violento el secretario general de la CTA provincial, o el encargado de prensa de la fábrica Zanón, o los docentes que fueron a apoyar para que paren los tiros o los que se negaron a recibir una orden de compra de alimentos en lugar de 150 pesos). ¿De qué habla Joaquín? ¿En qué mundo vive?

Unas líneas más adelante explica el porqué de su recelo hacia los piqueteros. Intenta, el bueno de Joaquín, comprender que hay razones sociales y que la pobreza aprieta y desespera, pero lo hace en estos términos: “El riesgo no está en esas muchedumbres silenciosas, formadas por personas que se mueven como zombis, caminando como autómatas sin dirección, sino en los militantes de cara tapada y con garrotes con púas en las manos. Son soberbios y autoritarios frente al padecimiento general de la sociedad.” ¿Hay que aguantar semejante falta de respeto? ¿De dónde saca Joaquín que son “zombis que se mueven como autómatas sin dirección”?. Los que allí están se hacen cargo de su opción, tan en así, que han arriesgado su vida en ello. Démosle, al menos, el derecho a respetarlos como personas. ¿O acaso era Maximiliano Kosteki un zombi que siguió como autómata a un dirigente barrial? ¿Se puede soportar semejante insulto? Maximiliano llevaba poco tiempo el el movimiento, era una de sus primeras marchas. Acaso su familia responsabilizó a algún dirigente por lavarle el cerebro a su hijo? ¿No fue su madre, y ahora su hermana, quienes levantan su decisión de haber participado en una marcha? Lo primero que hace Morales Solá es denigrar a la víctima. Sostiene él que contra los que hay que disparar (y si sale el muerto que salga) es contra unos perversos dirigentes que bien merecido se tienen las balas, y unos “zombis autómatas”. En momento alguno los ve como personas, ni como un movimiento social, o político (es malo si son un movimiento político?).Podría yo considerar que Joaquín (el de los pecados de juventud y los arrebatos seniles) tampoco es dueño de sus actos, que es como un periodista “zombi, que se mueve como autómata sin dirección” y escribe de manera graciosa e inconsciente defendiendo intereses de poderosos sectores económicos. Pero no. No creo que sea zombi. Creo que es responsable de sus palabras. Y que cada uno de los comunicadores que repitan su lógica también los son. Aquí no hay zombis. Hay personas que opinan y se comprometen. Cada uno sabrá qué compromiso toma”. Es que Joaquín ya ha tomado partido hace rato, aunque cuando asumió Alfonsín hace 20 años se travistió de democrático y era el favorito de la Noble Ernestina. Pero el miércoles pasado mostró las garras, perdón la hilacha y esto no debe molestarle demasiado. Pues está haciendo muy bien los deberes que, seguramente, le dictaron poderosísimos intereses económicos. Los mismos que le impusieron a Duhalde la famosa mano dura, que cegó las preciosas vidas de Kosteki y Santillán aquel infausto 26 de junio de 2002. Claro, a Joaquín y a sus mandantes no les importa porque según su óptica son nada más que zombies. O sea, hordas de cosas deshumanizadas que sería más que agradable aplastar.

 Cuidado, el periodismo genuflexo de señora gorda ataca de nuevo. Incitando desde los teclados y las pantallas, a que los jinetes del Apocalipsis negros como la noche salgan a cabalgar de nuevo.

 

 Fernando Paolella

 

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