Silvina Batakis se pasó la primer semana de gestión armando su equipo de trabajo y la última la dedicó a su viaje a Estados Unidos para presentarse ante las autoridades del FMI y del Tesoro norteamericano. Si apenas duró poco más de tres semanas en el cargo, parece lógico reconocer que no se pudieran esperar resultados de un desempeño tan recortado.
En ese contexto cobra sentido la irónica referencia que sobre ella hizo el diputado del PRO Luciano Laspina: “Yo no sería tan duro con Batakis, porque después de Roque Fernández fue la ministra que menos inflación acumuló en su gestión”.
La fugaz ministra de Economía mostró temperamento al aceptar un cargo que nadie quería agarrar, en las circunstancias que lo hizo. Además, siempre quedó claro que no había sido la primera opción, razón por la cual arrancaba cojeando. Como sea, no se merecía semejante destrato, de ahí que se justifique su indignación al enterarse de su desplazamiento en pleno vuelo de regreso desde Estados Unidos. Si se recuerda la manera como despidieron a Felipe Solá, podríamos hablar de un curioso modus operandi de esta administración.
Ni pensar lo que deben estar diciendo de este gobierno las autoridades que recibieron en Washington y Nueva York a Batakis. También el fastidio del embajador Jorge Argüello, que armó contrarreloj una importante agenda. “La Griega” les dijo que contaba con el respaldo de la vicepresidenta Cristina Kirchner. Costará mucho recuperar la confianza de esos interlocutores.
La angustia de Batakis fue compensada de algún modo con su designación al frente del Banco Nación, en lugar de Eduardo Hecker, que se enteró de su despido participando de un acto en Catamarca. Cobra sentido la observación que le hizo el diputado Martín Tetaz cuando se conoció su nombramiento en Economía: no se le conoce trabajo en la actividad privada; ni antes de ser ministra de Economía de Daniel Scioli en la Provincia, ni cuando concluyó esa gestión y se refugió en la Municipalidad de Florencio Varela, hasta que en 2019 recaló en el Ministerio del Interior.
Tampoco Hecker quedará desempleado: lo ubicarán en el directorio del Banco Central. La generosidad infinita del Estado…
La crisis que presagiaba Sergio Massa cuando se dio por vencido tras haber negociado sin éxito todo el fin de semana de la salida intempestiva de Martín Guzmán, estalló más temprano que tarde. Dicen que cuando el titular de la Cámara de Diputados se resignó a continuar un tiempo más en el Poder Legislativo, tras no haber accedido el Presidente a sus condiciones, expresó algo así como un “nos vemos en la próxima crisis”. La reacción impiadosa de los mercados en los días sucesivos se ocupó de achicar los tiempos.
Los gobernadores, que le restaron apoyo a Batakis cuando se los convocó a Buenos Aires, emplazaron el miércoles 27 de julio al presidente Alberto Fernández. A esta altura, ya conocen los modos y sobre todo los tiempos del mandatario que da vueltas y más vueltas con cada problema que le toca afrontar; por eso es que cuando éste volvió a mostrarse renuente a tomar decisiones lo emplazaron: “Tenés que hacer algo ya”, le dijo un gobernador. El Presidente prometió decisiones para el fin de semana, y fue ahí que otro mandatario le advirtió que como iban las cosas el gobierno no llegaría al Mundial.
Bien temprano, ese día Malena Galmarini había dado inicio a la ofensiva final con la publicación de un viejo spot de campaña con el tema “Todo vuelve”. Su esposo cerró esa jornada llena de rumores aclarando que recién el fin de semana se reuniría con el Presidente para adoptar definiciones, pero quedaba claro que sería antes: solo estaban esperando la llegada de Batakis para cuidar al menos un poco las formas.
Alberto Fernández accedió finalmente el jueves a recomponer su Gabinete. Se resistió a la salida de Vilma Ibarra,la guardiana de su firma; y tampoco accedió a correr a Miguel Pesce del BCRA, como Sergio Massa reclamaba para poner allí a alguien propio. La experiencia muestra que en general el Presidente termina soltando, por lo que nadie puede estar seguro de que a ellos no les irá como a Daniel Scioli y Julián Domínguez, sendos ministros eyectados, o a Mercedes Marcó del Pont, cuyo lugar fue para un cristinista. La vicepresidenta tenía desde hace rato en la mira a la AFIP y tarde o temprano alcanza sus objetivos. Del Pont ocupará el puesto de Gustavo Beliz, que concluyó su tercera experiencia gubernamental de la misma manera que las anteriores veces: mal.
Cuando le anunciaron que Massa -con el que se peleó feo en Estados Unidos- manejaría a partir de ahora la relación con los organismos internacionales de crédito, redactó su despedida, breve y con aire bíblico: “Dios los guarde”.
Habrá que reconocerle a Sergio Massa la osadía de entrar a un área donde nadie quiere estar y hay más chances de fracasar que de salir airoso. Si bien se venía manejando su desembarco en el Ejecutivo, se hablaba más de la posibilidad de ser jefe de Gabinete. Pero esa función, así como está, no era suficiente. Ya la ocupó Massa durante más de un año al reemplazar a Alberto Fernández durante el primer gobierno de Cristina Kirchner, por lo que ahora quería un manejo de toda la botonera ministerial, sobre todo el área económica. Tal desembarco implicaba el desplazamiento de Juan Manzur, quien si bien no está satisfecho con esta experiencia, no quería alejarse de este modo. Y menos para pasar a la Cancillería, como se le ofreció.
Por eso se definió Massa por el plan B -que supo ser el plan A-, consistente en manejar toda el área Economía, absorbiendo dos ministerios. ¿Vale la pena semejante riesgo? El no duda que sí. Si bien ese sillón es una suerte de silla eléctrica en las actuales circunstancias, también es cierto que cualquier mejora que pueda alcanzar ameritará un reconocimiento.
La suerte de Massa -y del actual gobierno, podría decirse- se jugará en el término de ocho meses: desde agosto hasta marzo, pues después la Argentina entra en “modo electoral”. Durante ese tiempo debe conseguir resultados módicos que puedan valerle para recomponer una imagen que no necesariamente se acercará a la que supo tener en 2013, cuando se soñaba presidente seguro en dos años, pero al menos podría ser nuevamente competitivo. Para cumplir lo que siempre se propuso ser: el candidato presidencial del Frente de Todos.
Por eso es que a sabiendas de que donde estaba no tendría el lustre suficiente para jugar en 2023, siempre se imaginó en el Ejecutivo durante el último año de esta gestión. Crisis mediante, los tiempos se adelantaron.
Los riesgos son enormes, como muestran ejemplos recientes. Manzur llegó a la Jefatura de Gabinete con todos los bríos y enseguida se empezó a hablar del proyecto Juan XXIII, en alusión a una candidatura presidencial para el próximo año. Ya se sabe cuánto duró la musculatura política que se especuló le daría a esta alicaída administración.
Ni qué decir de Daniel Scioli, repatriado fugazmente para suceder a Matías Kulfas –hoy devenido en guitarrista de su pareja-, para volver ahora a Brasil tras un paso fugaz por Desarrollo Productivo. Y más allá en el tiempo y las circunstancias, recordemos los bríos con los que arrancó Adolfo Rodríguez Saá al reemplazar a De la Rúa. Duró una semana.
Como ministro de Economía, Massa no piensa en el Domingo Cavallo autosuficiente que aceptó precisamente el pedido de Fernando de la Rúa para acudir a su auxilio con plenos poderes en 2001. El Mingo gozó de esos “superpoderes” que le brindó el Congreso en marzo de ese año, pero no le evitaron ser arrastrado definitivamente por la mega crisis. El todavía presidente de la Cámara baja prefiere al Mingo de su primera gestión con Carlos Menem. O menos estruendoso, pero más cercano en el tiempo y a su paladar, quisiera compararse con Roberto Lavagna, al que cortejó desde el Frente Renovador y con el que se reunió días pasados antes de confirmarse su desembarco en el Ejecutivo.
La diferencia es que tanto Cavallo como Lavagna fueron ministros de Economía con presidentes fuertes en circunstancias excepcionales. No sería ese el caso actual.
Así las cosas, sabe que tiempo no le sobra y por eso arma este fin de semana el equipo que lo acompañará para presentar las medidas el miércoles. Los resultados previos no han sido malos, más bien auspiciosos. La baja de ese dólar que cuando sube todos los gobiernos dicen que “no mueve el amperímetro”, pero cuando baja se dan corte, no fue un dato menor. Massa confía en que contará con una “luna de miel” cuya extensión se adecuará a los resultados módicos que vaya alcanzando. Fue toda una señal el mensaje de bienvenida que el titular del BID, Mauricio Claver-Carone, le dedicó saludando su designación. Se sabe que el amigo de Donald Trump detestaba a Beliz, que le disputó su lugar al frente del BID y había descartado brindarle un préstamo a la Argentina, que terminó concediendo. El futuro superministro cuenta con que el Banco Mundial y precisamente el BID aceleren los préstamos para que las reservas crezcan. Tiene una premisa: conseguir dólares, para que la devaluación que inexorablemente deberá acontecer, sea con la mayor liquidez posible.
La vicepresidenta, con la que se reunió el jueves antes de los anuncios, no lo bendecirá a través de las redes sociales ni públicamente, como tampoco hizo con Batakis y muchos le reprochan. Se espera otra demostración, más contundente: una foto pública en los próximos días en la que aparezcan los tres referentes de la coalición gobernante. Esa sí sería una demostración de respaldo para darle musculatura política a la gestión en momentos decisivos.