1.- Imposibilidad del gobierno popular
El diccionario de la Real Academia Española brinda una insuficiente definición de “populismo”.
«Tendencia política que pretende atraer a las clases populares”.
Derivó “populismo” en significante peyorativo, utilizado para desacreditar un sistema político.
O estigmatizar a un líder como “populista” para vulgarizar sus ideas. Disminuirlo.
La problemática del populismo alude, entre tanto desconocimiento, a la explícita imposibilidad de aceptar la existencia de un “gobierno popular”.
Con una conducción que tienda, en especial, a cumplir con las reivindicaciones básicas del Pueblo, concepto que dista de ser una abstracción imaginaria.
Término impreciso de las ciencias sociales. Útil para ser descalificado por los crucigramas del liberalismo.
Pero el significante “populista” apareció primero en la caja de herramientas del marxismo.
A un gobierno le correspondía el adjetivo “popular” cuando, quien lo encabezaba, se proclamaba marxista, y tenía un partido socialista revolucionario o comunista detrás.
Como Salvador Allende o Fidel Castro. «Diferentes caminos» que llevaban a la Revolución Socialista.
Pero cuando el líder no era marxista, como Haya de la Torre, Getulio Vargas o -sin ir más lejos- Juan Domingo Perón, su gobierno estaba condenado a ser “nacionalista burgués”.
Antesala del populismo, entendido como desviación demagógica de la «utopía popular».
Con el tiempo, el prejuicio psicobolche se confundió y pasó a ser tildado de populista hasta el sistema de Corea del Norte.
A partir de la caída del Muro y el derrumbe de la URSS, la superstición fue adoptada por el liberalismo.
Hoy es populista todo aquello que se aleje del recetario liberal, así sea tibiamente socialdemócrata.
El ensayista Ernesto Laclau trató de atribuirle cierta dignidad a la «razón populista». Con suerte bastante relativa.
“Populista” pasó a ser, por desconocimiento y pereza intelectual, un rechazo en el control de calidad ideológica.
La superstición se volvió semánticamente represiva cuando comenzaron a predominar los “populismos de derecha”. Como don Bolsonaro, versión patológica de Donald Trump. O Viktor Orbán, la señora Marine Le Pen. Siguen las firmas.
Para el liberalismo clásico los populismos de derecha son más digeribles y perdonables.
Menos condenables como el populismo brujo de Los Correa, el esotérico de los pajaritos de Maduro, hasta estampar el mismo apodo a Los Fernández, nena o varón.
Populismo o populista mantuvo el destino conceptual del significante Barbarie o bárbaro.
En la antigüedad la barbarie era todo aquello que se alejara del Imperio Romano.
Bárbaro era el pobre sujeto que residiera en el extranjero aquel.
Con el mismo rigor populista hoy es simplemente todo aquel equivocado que no sea liberal. Sea nacionalista popular, ególatra autoritario o sensible socialdemócrata.
2- Cuanto peor mejor
“Las presiones del pueblo van en dirección contraria a lo que al pueblo le conviene”.
Así ilustra la señora Kristalina Georgieva, titular del FMI, para aludir al laberinto argentino.
“Quieren que aumenten los gastos cuando no los pueden pagar y contribuyen a la inflación”.
40 años después de la restauración, cuesta reconocer la insuficiencia de la democracia para resolver los puntos vulnerables de la sociedad entrecruzada por culpas.
Argentina clama por las reformas estructurales que resultan imposibles, Kristalina, de encarar.
Demasiada pobreza e indigencia para inventar los recortes que contradicen el ideario populista más o menos instalado en el poder.
Un peronismo asediado por los reclamos sensatos del recetario liberal y neoliberal.
Mientras tanto se expande, en simultáneo, la versión más categórica de una izquierda que renueva el apotegma que condujo a la debacle de 1976. Aquel teórico “cuanto peor mejor”.
La táctica de agudizar las contradicciones del capitalismo en crisis, que para colmo no existe.
Antesala -en la teoría- de una situación pre-revolucionaria.
El auxilio discursivo del marxismo permite destratar a la clase dominante que invoca la fantasía apacible de hacerse uruguaya.
Los motivos impositivos pueden más que la pasión por la explotación.
Con tribulaciones del lenguaje se percibe una clara falta de convicción en los explotadores.
En realidad, en este capitalismo en formación hacen falta explotadores que puedan brindarle superiores justificaciones políticas a los explotados.
Proliferan a montones los pobres que no tienen siquiera un capitalista que los explote.
Se enrolan en un ejército social para reclamar por “trabajo genuino”. Predispuestos para ofrecer gratis la plusvalía sin que ningún capitalista explotador se atreva a captarla.
Crece la desigualdad y se expande una izquierda temible y sin explotadores que es financiada por el Estado. Algo que nunca logró soñar Leon Trotsky, el ideólogo asesinado en México. Cesó sin imaginar que en la lejana Argentina iba a ser posible.
En efecto, el ejército de desposeídos dramatiza el problema social que nadie niega. Evita semanalmente el desplazamiento por la ciudad. Como confirma Kristalina los desposeídos reclaman más gastos, piden más planes irrisorios, mientras ocupan las calles y aprovechan la estancada impotencia del peronismo.
Se trata de una izquierda que no solo se expande para marchar, acampar o discutir paritarias. Plantea la problemática del poder. Multiplica el estado de movilización permanente hasta lograr que pacientes ciudadanos impulsen la reacción represiva que siempre es, más que una consecuencia, el objetivo.
Entonces es imposible e inviable, Kristalina, pese a los esfuerzos de El Profesional, encarar desde el peronismo asediado las reformas económicas para plantar un capitalismo tolerable.
Cuando persiste una clase obrera combativa que hubiera cautivado a Trotsky y se encuentra financiada por el Estado que se quiere destruir. Y por una burguesía con reclamos que se siente acosada por impuestos y mantiene el objetivo módico de mudarse al Uruguay.
Cuanto peor, Kristalina, mejor. Aunque al Pueblo no le convenga para nada, como bien dice, con relativa razón.