Como un remedo de algunos errores y horrores de la guerra descriptos en la novela de Erich María Remarque, el Frente de Todos sigue disparando munición gruesa contra sus opositores e intenta seguir violando la sacralidad de las instituciones, para consagrar un proyecto hegemónico que hace agua por todos lados.
En ese escenario, Cristina sigue rebelándose contra la Justicia, desconociendo sus fallos y provocando terremotos dialécticos contra la sustancia de sus sentencias; Máximo, con su pobre lenguaje de cinco o seis frases “calcadas”, habla de los ricos y su renuencia a aceptar impuestos a una “renta extraordinaria” medida por los Camporistas mediante reglas atrabiliarias; Alberto F. conspira en silencio contra su “socia” (¿o madre?) política y se apoya en los dirigentes gremiales más combativos como Pablo Moyano, que intentan imponer la ley de la selva “a palos”; Sergio Massa, cual gomero mediocre de barrio, pone parches de baja calidad en los neumáticos pinchados del vehículo en el que se transporta el gobierno, acusando su desorientación; Kicillof pestífera las veinticuatro horas de cada día contra todos, utilizando un lenguaje directo y violento cargado de falacias discursivas, “soplándole” las orejas a Cristina; Zabaleta y Manzur deben salir corriendo para combatir a los que les incendian el rancho en su “territorio”; los jefes de bloque justicialista del Congreso se pelean entre sí para aprobar o desaprobar leyes fundamentales para el país; Gabriela Cerruti apela casi diariamente a las semejanzas más ultrajantes que puedan imaginarse en contra de la “derecha” (así en abstracto); D´Elía comenzó a odiar a los movimientos piqueteros que lo vieron nacer; Soria, Ministro de Justicia, trabaja agresivamente para involucrar a Dios y María Santísima en el atentado a nuestra Vice por parte de unos “copitos” extravagantes y devaluados, nacidos en el seno de una de las tantas familias que crían hijos como pueden y se agarran la cabeza por no poder enderezarlos.
La sociedad mientras tanto murmura y rezonga, por ahora en voz baja, pero se atisba un sentimiento popular: hacer acopio de alambre para encerrar a los kirchneristas en una jaula y aprovechar el encierro para mojarlos a “manguerazos” a ver si se despabilan.
En el actual estado de cosas, parece imposible llegar a las elecciones en un escenario de mínimo orden y los “fieles” a la payada de los K como, entre otros, De Mendiguren (¡Dios nos libre de los conversos!), solo atinan a rogar públicamente que si nos acercáramos al evento con una inflación mensual cercana al 4% “estaríamos salvados” (¿) en su afiebrada opinión.
Causa pena el tenor de las parrafadas de políticos que parecen recién salidos del secundario (los menos) la semana pasada y quieren demostrarnos que son muy buenos para recitar de corrido la tabla matemática del 2.
Estamos viviendo en un horno y el control de la llama de gas está en manos de quienes discursean desde el Olimpo en el que viven, apostando - ¡una vez más! -, a dominar los precios de los productos de primera necesidad mediante férreos controles que ahora disfrazan con una simpática denominación: “que sean justos”. ¿A juicio de quién? ¿En qué proporción?
A buen entendedor, pocas palabras.