El martes, la reentrée de Cristina Fernández después de su condena por corrupción marcó el más que evidente principio del fin de su prolongado reinado sobre el peronismo más rastrero; me refiero, es obvio, a aquél que, por falta de un liderazgo verdadero y consciente del poder que le confería a ella su ascendiente sobre el Conurbano empobrecido, le perdonó tantas humillaciones con tal de conservar sus quintas y kioscos.
Como estaba escrito después de la espontánea y más que masiva concentración con la que fue celebrado en las calles el triunfo de la “scaloneta”, lo peor para la ajada imagen de la emperatriz hotelera fue el acto mismo ya que, en comparación, podría haberse llevado a cabo en una cabina telefónica y, en lugar de ómnibus, transportado a los fieles en una pequeña flota de Fiat 600. Sólo los muy, muy propios estuvieron allí, siempre prendidos a sus polleras para intentar sobrevivir en el desierto que los espera inexorable. Ella misma, postergando cualquier reacción hasta marzo, certificó la imposibilidad de hacerlos sacar de las mochilas sus bastones de mariscal y llevar a su imaginaria tropa a la victoria.
Sabiendo que quienes la escuchaban no cuestionan sus dichos o ni siquiera saben de qué habla, mintió descaradamente cuando estableció una línea de tiempo en la causa Vialidad para relacionarla con su propio derrotero político, y acusó a la Justicia de haberla demorado para que coincidiera con los calendarios electorales; el proceso se extendió tanto en el tiempo por las innumerables trabas, apelaciones, nulidades y chicanas, todas fracasadas, que interpusieron sus propios abogados. Insistir con que su “renunciamiento” no era tal, puesto se trata en realidad de una proscripción, tampoco fue una novedad, aunque sea rigurosamente falso.
Confieso que me equivoqué cuando aseguré tantas veces que la reina del Calafate generaría violencia en la calle para evitar que la tocaran los jueces, y cuando supuse que dispondría de ingentes batallones de narco sicarios, barrabravas, criminales liberados y patotas sindicales para defenderla. Por el contrario, la generalizada sensación de inevitable derrota está haciendo que las ratas desesperanzadas huyan del escorado buque: lo prueban los múltiples adelantos de las elecciones provinciales respecto a las nacionales y, sobre todo, las renuncias de Victoria Donda al comando del INADI, de Félix Crous (el caradura que desistió de su rol de querellante en todas las causas contra la emperatriz hotelera) al de la Oficina Anticorrupción, y de Betina Stein, al cargo de Directora del Banco Central, todos ellos incondicionales de la PresidenteVice.
Por su parte, Sergio Massa despidió, de muy mal modo, a Rodolfo Gabrielli como jefe de la Casa de la Moneda; ¿habrá sido por no imprimir billetes a la velocidad necesaria como para alimentar a los voraces pero efímeros conejos que el Aceitoso saca constantemente de la galera? El “éxito” del “plan soja II” sólo adelantó los ingresos normales del año próximo para cumplir las metas –dibujadas- con el FMI, pero obligó al Banco Central a comprar los dólares de $ 280 y venderlos a $ 180 y así impulsa una emisión descontrolada, ya que se suma al “plan platita 22” implementado para controlar la protesta social, sobre todo en el Conurbano bonaerense, con la intención de conservar allí el cargo de Axel Kiciloff y transformarlo en el bunker para la futura resistencia.
Claro que la inflación, de ese modo, no puede más que acelerarse: no es el dólar el que sube (menos de lo que debiera, si lo ajustáramos); es el peso el que baja por el exceso de papelitos de colores que inundan la economía. El Gobierno los absorbe con nuevas letras y bonos que, a su vez, duplican anualmente la deuda soberana por los siderales intereses que se ve obligado a pagar para atraer a los reticentes inversores.
La contrapartida siempre es la pobreza, que alcanza al 50% de los argentinos, un pavoroso porcentaje que el resto de esta sociedad tan, pero tan apática ya ha internalizado y con el cual parece dispuesta a convivir. Ignora que no puede seguir bailando en este endeble escenario pues el riesgo de que ese inaceptable e inmoral forúnculo reviente y se transforme en un cataclismo social es cada vez más inminente.
El 2022 resultó, en muchísimos aspectos, trágico. Las guerras nunca dejaron de existir, pero la cruel invasión de Rusia a Ucrania, cuyo fin parece aún lejano, produjo un sismo en la economía mundial por el aumento de precios de la energía y de los alimentos que provocará mayores tragedias humanitarias. Y la epidemia de Covid, que volverá a expandirse tan pronto los chinos (que han tenido recientemente 250 millones de contagios) comiencen a llegar masivamente a otras geografías, augura que también continuará nuestra angustia.
Pero, dado que somos amantes de las matemáticas y, por ello, a celebrar el cambio de calendario que hoy sucederá, sólo me resta desear el mejor 2023 posible para todos y nuestras familias, pese a tener la certeza de que no será demasiado amable, menos aún para los argentinos.