¡Tiempo! ¿Qué es esto que
transcurre?
¿Definiciones? Son varias, a saber: duración de las cosas sujetas a
cambio; parte de esta duración; época durante la cual vive una persona o
sucede alguna cosa; estación del año; edad; edad de las cosas desde que
empezaron a existir. En física, cuarta coordenada espacial en el
continuo espacio-tiempo.
Sí, bueno, pero... aparte de todo eso, ¿qué más es el tiempo?
Hubo una vez un sabio que nos habló de cierta particularidad del
tiempo. Se llamaba Albert Einstein y era un eminente físico, quién nos
explicó que la medida del tiempo es relativa, ¡sí, relativa!
Mas por mi parte, niego lisa y llanamente la mismísima existencia
del tiempo.
¡¿Qué?! ¿¡Negar el tiempo!? ¿Acaso no lo comprobamos entre todos
los habitantes del Globo, hasta los pájaros? ¿Qué indican nuestros
relojes?, ¿y el transcurso del día: mañana, tarde y noche? Es sólo una
ilusión, me apresuro a responder. Sólo hay fluir y cambios, de ahí
surgen las cosas, los astros, la vida, de algo que podemos denominar
como esencia del Universo.
En lugar de tiempo como ente,
prefiero llamarlo serie de sucesos.
Claro está que, cualquier persona me puede discutir esto a
rajatabla, remitiéndome a un tiempo pasado, a los orígenes del mundo
(que yo puedo denominar "uno de los mundos", del pasado, presente y
futuro, enlazados), para explicarme que hubo sin lugar a dudas, un
tiempo pasado, que hay un tiempo presente y habrá un tiempo futuro, ¡y
con certeza!
Pero todo esto es mental señores físicos; es nuestra mente que va y
viene, que pasa como por un pórtico del presente al futuro y viceversa,
del presente al pasado, o directamente, de un salto, del pasado al
futuro.
En realidad, vivimos en un solo presente que huye y sólo observamos
cambios: nuestro pensamiento, los relojes, cronómetros, el día y la
noche, la traslación planetaria, las estaciones del año, nuestro
envejecimiento, nuestras circunstancias y cambios en la vida, etc.; todo
como una película, como un vídeo, pero sin poder asirlo, y lo que
denominamos tiempo se nos escapa, se diluye, se esfuma, y sólo nos queda
entre manos el perenne presente ya mentado. Ya lo dijo el filósofo
francés André Comte-Sponville en su libro titulado
¿Qué es el tiempo? (Reflexiones sobre
el presente, el pasado y el futuro); (Editorial Andres Bello,
Santiago de Chile, 2001) que vivimos en un eterno presente sin pasado ni
futuro, cosas estas últimas que sólo quedan reducidas al ámbito mental.
Decimos, los que sabemos de astronomía, cuando observamos los
astros (tengo un modesto telescopio, y he observado el cielo también con
un telescopio más grande en el Observatorio Amigos de la Astronomía de
la ciudad de Buenos Aires), vemos el pasado en el presente, es decir,
cómo eran los astros: planetas y sus lunas, estrellas, nuestra Vía
Láctea y otras galaxias. Es decir, ¡cómo eran antes, no como son ahora!
Algunas cosas como las lejanas galaxias las observamos en su aspecto
como eran hace millones de años. La Luna, en otro ejemplo, como era hace
unos instantes antes de llegar su luz reflejada del Sol a la Tierra; al
planeta Júpiter, como era hace unos 35 minutos atrás cuando, por
ejemplo, su distancia a la Tierra era de 628 millones de kilómetros; la
galaxia Andrómeda qué aspecto tenía hace dos millones de años, y así
sucesivamente, en escala ascendente con el resto de los cuerpos
espaciales como los cuásares, agujeros negros, estrellas supernovas,
etc. Todo esto es, porque la luz tarda, puesto que se desplaza a razón
de 300.000 Km. por segundo en el vacío.
Fuera de la ciencia ficción y
de toda
pseudociencia, podemos decir entonces, que nosotros, los
terráqueos, no observamos el Universo como es
ahora, sino como era en el
pasado, siempre en el pasado, y ¡más notable aún!, cuando observamos
tanto un árbol cercano, como una lejana montaña, una nube, o nos
deslumbra un rayo durante una tormenta, no los vemos como son al
instante de observarlos, sino como eran antes, porque todo lo vemos en
tiempo pasado, pues reitero, la luz que nos hace ver, por ejemplo una
galaxia tal como era hace nada más ni nada menos que 12 mil millones de
años (según registros modernos), nos permite trasladarnos a ese lejano
tiempo casi en los albores del gran estallido o
big-bang, que formó luego todo
lo que vemos (y lo que no vemos), según la moderna cosmología.
Muchos objetos "celestes" que observa hoy el astrónomo para
realizar sus cálculos, ya no existen más. Son sólo imágenes fantasmas,
cuya "presencia" se denota por la luz que todavía nos llega y que
impresiona nuestra retina, las películas fotográficas o se registra en
video.
Pasando de la astronomía a la biología, o más exactamente al
proceso de la vida en la Tierra, no comprobamos otra cosa. También nos
engañamos, pues a cada instante se nos escapa el presente.
"¡Qué extravagante es este autor que estoy leyendo con santa
paciencia! ¡Miren lo que se le ocurre decir!", exclamará algún lector
acostumbrado a que le digan, desde pequeño, que: presente, pasado y
futuro existen por lógica pura!
Esto lo pensará más de uno, porque "sabemos a ciencia cierta" que
el pasado, el presente y el futuro existen y no hay lugar a dudas, ¿o
estamos todos locos?
No obstante este obstáculo racional, el autor patea la piedra
diciendo simplemente y con santa parsimonia que, la división del tiempo
es infinita, a saber: años, días, horas, minutos, segundos, milésimas,
millonésimas, billonésimas, trillonésimas... de segundo... y así
sucesivamente hasta el infinito. Ahora bien, ¿dónde podemos localizar en
este achicamiento infinito del tiempo, el
instante presente? A mi modo de
ver (y razonar), ¡nos es impsible pero existe! Siempre estamos en un
presente.
Aquí, a esta altura de mi exposición, aún habiendo denostado buena
parte de la filosofía, acude a mi mente el famoso Heráclito de la
filosofía antigua, quien descubrió que todo fluye: "no puede uno bañarse
dos veces en el mismo río porque las aguas ya pasaron".
Ahora somos esto, al instante somos ya otros y no podemos asir el
momento del cambio, este huye, se esfuma, y esto nos alerta precisamente
acerca del concepto de instante.
Volviendo a al filosofía, los filósofos se atreven a afirmar que
el instante se diferencia del ahora,
que es el límite o la condición del tiempo, ya que representa una
especie de encuentro o de compromiso, entre el tiempo y la eternidad.
Retornando una vez más al pasado, sabemos que el "divino" y ancho
de espaldas Platón, decía que "el instante parece indicar la transición
entre dos cambios inversos, o sea el paso del movimiento a la quietud y
viceversa". (Según Parménides; en Platón:
Obras Completas Editorial
Aguilar, Madrid, pág. 956).
Que me perdone el "divino", pero tengo que informarle, un poco
tardíamente por cierto, y no creo que estando en el cielo (pues Platón
creía en el alma inmortal), pueda darse cuenta de la existencia de este
artículo para leerlo desde allá arriba, o que tenga poderes para
penetrar en mis pensamientos como sostienen algunos ocultistas, que la
quietud es un mito y me quedo con el agudo Heráclito y su: "todo fluye";
para añadir de mi parte y sorpresivamente que: ¡el tiempo no existe más
que en nuestra mente! (sic).
Lo mismo podemos decir del placer, la moral, la justicia, la ya
mentada felicidad, la virtud, la amistad... ¡el odio!, y la mar de otras
cosas que pensó el estagirita Aristóteles y expuso con toda ingenuidad
como verdades clavadas en el
Cosmos, que un tal Vadas desmiente.
Creo que aquel pensador, ni por asomo, pensó que todo eso y
muchísimo más consiste en una emanación
de la mente humana, un producto de la índole del
Homo sapiens nesciens que
significa: hombre sabio nesciente (valga el contrasentido), y nunca algo
como enclavado en el Universo.
De modo que, pienso..., si existiera un millón de planetas (o más)
con vida inteligente, no tendrían valor allí los conceptos de amor,
solidaridad, paz... frente a sus contrapartidas: odio, egoísmo,
guerras..., por darse solamente lo primero y
de suyo. ¿O acaso existe alguna
ley universal de los contrarios? No lo creo, y en este tema andan
navegando y embaucando ciertos pseudocientíficos que admiten dicha ley y
otros buceando en el conocimiento del futuro en el presente, y se
denominan astróloglos, planetistas,
horoscópitos, judiciarios, matemáticos, etc. haciéndoles el
panegírico a los incautos creyentes que pagan sus servicios, para caer
en ridículo ante los sabios de verdad.
Ladislao Vadas