No son pocas las cosas que en nuestro país funcionan
al revés, y podríamos dedicar varias notas a respecto. Una de ellas podría ser cómo funcionan los derechos
humanos, de una manera totalmente distorsionada a la que fueron creados, que es,
sencillamente, garantizar por parte del Estado al ciudadano el derecho de tener
acceso a las necesidades básicas, como el derecho a la vivienda digna, la salud,
la educación, la seguridad... basta por transitar por cualquier avenida porteña
y ver familias enteras durmiendo en la calle para comprobar que el Estado
Nacional viola permanentemente los derechos humanos; ni hablar de una persona
que deba someterse a una operación o un tratamiento oncológico en cualquier
hospital público, y mucho menos de la seguridad jurídica o física. Cualquiera
que haya tenido la triste experiencia de hacer una denuncia por robo y el
delincuente fuera apresado, pudo comprobar que la libertad de este se produce
más rápidamente que lo que demora el denunciante en realizar el trámite.
Como dijimos, podríamos derrochar "ríos de tinta", como
decían los viejos periodistas, sobre cosas que funcionan al revés.
El éxito, en cierta manera, también se paga. Prueba de
ello es que hoy estamos pagando nuestro éxito económico, ya que debemos
restringir forzadamente el consumo de energía.
No es ninguna novedad que después de la devaluación,
la industria nacional tuvo una sensible reactivación, y mucho más se puede
apreciar en el campo, donde a esto se sumaron los favorables aumentos
internacionales en los precios de los comodities.
Tampoco es ninguna novedad que, al haber una mejora en
la economía, el consumo crece, entonces, si sumamos estos dos factores, el
internacional y el nacional, obtendremos como resultante que habrá un mayor
consumo de insumos por parte del campo, la industria y todas las actividades en
general, y el principal insumo para cualquier actividad es la energía, ya sea
eléctrica, gasífera o en hidrocarburos.
En cualquier país en crecimiento, que hoy son casi
todos en el planeta, el Estado, ya sea a través de obras públicas o privadas,
acompaña esta evolución a través de obras de infraestructura, con políticas de
Estado a corto, mediano y largo plazo concretas y viables.
En nuestro país, tanto las palabras infraestrucuta,
como políticas de Estado parecen no existir en el vocabulario de
nuestros gobernantes; si no, haga un repaso en su memoria y compruébelo usted
mismo. Es más ¿a cuantos políticos escuchó hablar de estas cosas? empezando por
los máximos responsables, el ex presidente Kirchner, la actual presidente o
algunos de sus ministros.
Usted podrá decir que el problema de la energía no es
de ahora y que el Frente Para la Victoria lo heredó, y es verdad. Como así
también es verdad que en cuatro años y medio de gobierno el FPV no se hizo
absolutamente nada, más allá que negar la crisis.
Lo menos que deberían haber hecho es obligar a las
empresas a realizar inversiones y cumplir con el compromiso adquirido cuando se
hicieron cargo de las firmas estatales. O sea, atacar a las causas y no a las
consecuencias, como lo están haciendo ahora con un ridículo “plan de regulación
energética”, que consiste en modificar el uso horario e invitar a la población a
que consuma menos energía, además de controlar, al mejor estilo totalitarista,
el consumo de la industria.
Hay varios ejemplos de países que en los últimos 15 o
20 años crecieron y obtuvieron éxito económico, como Nueva Zelanda, Irlanda,
India o China, pero también aquí, en Sudamérica, tenemos un ejemplo, Chile.
¿cómo hicieron estos países para crecer y no castigar con falta de energía a
aquellos empresarios y productores exitosos que ayudan al crecimiento de sus
respectivos países a través de exportaciones y generando puestos de trabajo? Es
simple: con obras de infraestructura y políticas de Estado.
Hoy, a raíz de la crisis energética, los más
castigados son los industriales, a quienes obligan a consumir menos energía, en
verano eléctrica y gas en invierno, los productores agropecuarios también tienen
inconvenientes con el gasoil, y por supuesto los comerciantes y los ciudadanos
comunes sufrimos esta crisis, que es consecuencia, sencillamente, de la falta o
nula inversión en el sector, ya sea privada o por parte del Estado.
Evidentemente, el éxito económico nos está castigando,
y parece que castiga en forma pareja a todos, incluso al gobierno, ya que debido
a esta crisis la imagen de (no sabemos todavía si de Néstor o Cristina, hasta
que se defina bien quién es el presidente) bajó notablemente.
Uno de los principales logros que se arroga el Frente
Para la Victoria es haber obtenido un gran éxito económico, pero como estamos en
Argentina y muchas cosas funcionan al revés, el “castigo al éxito” les llegó
también a ellos, como al resto de los mortales.
Pablo Dócimo