Ricardo Jaime recuperó la libertad. Misión cumplida. Lo hemos logrado. El último de los mohicanos de la corrupción kirchnerista, uno de sus emblemas más distinguidos, está libre. Jaime podrá holgazanear y parrandear con sus compañeros Boudou, De Vido, López, Baratta y la larga lista de pandilleros que honraron al gobierno nacional y popular en los últimos veinte años. Ingratitud de Cristina con Alberto. Todos los presos K enriquecidos como jeques árabes están libres como pajaritos. Ella, la que te dije, sigue libre, condenada pero libre.
La única combatiente que no puede disfrutar de los beneficios de la libertad es la compañera Milagros Sala. Se hizo lo posible y lo imposible para arrancarla de las mazmorras del gorila de Gerardo Morales, pero no se pudo. Se seguirá intentando, pero por favor no sean injustos con Alberto que cumplió hasta lo humanamente posible con el compromiso antes de asumir la presidencia: ni un preso peronista. Libres y con los bolsillos llenos. Cristina, por supuesto, va por más: que desaparezcan las causas que la comprometen, a ella y a su marido. Y que le entreguen una medalla por los generosos servicios prestados a la patria. La Señora quiere la libertad y el bronce. Y, por supuesto, que no le toquen las cuentas bancarias. Las conocidas y las desconocidas. Muchacha exigente.
Ricardo Jaime es un emblema de la corrupción kirchnerista. Un clásico, como se dice. Corrupto, ladrón y honrado de serlo. Peronista, por supuesto. En su momento, ni sus compañeros estaban dispuestos a dar la cara por él. En su momento, porque hoy parece ser una víctima de la represión neoliberal y cipaya. Hoy es un ex presidiario, pero en sus tiempos de oro fue un exitoso funcionario de la gestión kirchnerista, un integrante de la mesa chica del gobierno pingüino. Hacía y deshacía a su gusto. Se paseaba exhibiendo su porte de karateca, rodeado de guardaespaldas y con esa expresión en el rostro, mezcla de fanfarronería y prepotencia, que distingue a los titulares del poder, pero muy en particular, a quienes escalaron hasta las cimas del poder con la moral de Lucky Luciano y Al Capone.
Los jueces, los fiscales, probaron hasta en los detalles las fechorías cometidas por el compañero, pero para la opinión pública quedaba claro, más allá de despachos judiciales, que esa fortuna acumulada y exhibida (a los populistas decididos a robar les apasiona exhibir sus fortunas) no se adquiere trabajando. Ninguno de los 74 malandrinos detenidos en su momento por corruptos pudieron probar el origen de sus fortunas.
No lo pudo probar el finado Daniel Muñoz, el mismo que cuando el kirchnerismo llegó al poder se trasladaba por las calles de Río Gallegos en un auto atado con alambre y luego, oh milagros de la Virgen, su fortuna superó los cien millones de dólares; no lo pudo probar un modesto alcahuete como Fabián Gutiérrez, quien luego, vaya uno a saber por qué escabrosos menesteres, fue ejecutado en su idílico El Calafate; por supuesto, tampoco pueden probar el origen de su fortuna los compañeros Báez, Néstor y Cristina. En todos los casos, resulta evidente que, más allá de expedientes judiciales y acumulación de pruebas, esas fortunas no se hacen trabajando.
A la historia, a veces, le complace expresarse con símbolos, símbolos que sintetizan una verdad política, un momento histórico, la virtud o el vicio de los dirigentes. En el tema que nos ocupa, el kirchnerismo ha sido un formidable gestador de símbolos, de escenas que perdurarán en la historia. Los compañeros contando fajos de dólares en la Rosadita, es una pinturita o un lienzo que Caravaggio hubiera querido pintar para retratar la villanía, la vileza y el delito.
"Política, dinero y lascivia", podría ser el título de esa escena, pero también ese título podría expresar el instante religioso en el que Néstor abraza con fe de devoto y dominado por un estado de gracia o éxtasis la caja fuerte. De todos modos, la escena por la que Tarantino, los hermanos Cohen o incluso, en otro género, Pedro Almodovar, hubieran pagado lo que no tienen, es la de los bolsos nocturnos, esa excursión nocturna bajo la luz de una pálida luna, del señor López por los arrabales de Buenos Aires hasta los muros de un convento donde unas monjas comprometidas con la Gracia del Señor lo aguardaban con "el Jesús en la boca".
Alguna vez, un profesor, que más que profesor fue un maestro, me dijo que el estilo gótico necesitaba para ser tal de un castillo en ruinas o un convento, de la oscuridad de la noche y de algún hombre o alguna mujer que expresara en sus ojos, en la gestualidad de los labios, en los tonos oscuros de las ropas, ese estado de alienación, locura y éxtasis. Pues bien, López y los bolsos, López y sus jefes y jefas, se ajustan como anillo al dedo a las aspiraciones estéticas del estilo gótico que conjuga el mal, con la locura, la muerte y la codicia. El kirchnerismo como un actor histórico creado por Walpole, Lovecraft o Machen. Para pensarlo. Quién sabe si el Oscar que Llinás y Mitre perdieron en Hollywood por una película cuyo guión parecía estar escrito por un kirchnerista con culpas, no lo podrían recuperar con este proyecto que les estoy sugiriendo.
"Superar la grieta", parece ser la consigna de moda. Lo correcto políticamente es pronunciarse a favor de esa superación; pero manifestada la voluntad para hacerlo, el primer obstáculo que se presenta es "cómo", cómo hacerlo. La respuesta parece obvia: arreglar entre el oficialismo y la oposición, Acordar un consenso del ochenta por ciento para gobernar. ¿Es posible? Yo creo que sí. Siempre y cuando, claro está, que se disponga del estómago para hacerlo.
No quiero simplificar, pero si la oposición dijera que desiste de acusar a Cristina de jefa de una banda de saqueadores de recurso nacionales, si entre los dirigentes del oficialismo y la oposición se pusieran de acuerdo para "perdonar", "olvidar" o amnistiar a la jefa, la grieta automáticamente se superaría. Es cuestión de decidirse. Y hacerse cargo de las consecuencias.
¿Qué consecuencias? Que, de aquí en más, en la Argentina está permitido robar desde el poder y, más que robar, montar una maquinaria implacable de succión de recursos, sin que los responsables paguen por ello. Cleptocracia libre. Así de fácil y así de complicado. Perdonemos a Cristina e incluso consintamos en entregarle alguna medallita por los servicios patrióticos prestados, y el panorama político se despeja. Tailhade deviene en un demócrata volteriano, Moreau se transforma en un político con convicciones y hasta Parrilli se compromete a no ocupar más el lugar de "pelotudo" que le asignó su jefa. Yo, en lo personal, no aconsejaría pagar ese precio para "superar la grieta", pero lo que yo diga no tiene mucha importancia. En nombre de la paz social, en nombre de la unidad nacional, en nombre del respeto a los poderosos, a dejarse de joder con la corrupción.
La unidad nacional como coartada para asegurar la impunidad y convivir con hábitos y prácticas políticas y económicas que en los últimos setenta años están transformando a la Argentina en una ostentosa villa miseria y en el idílico territorio preferido del hampa.