De no ser porque el peronismo transformó el país en una enorme villa miseria en donde la gente no puede perder tiempo en entender tecnicismos, el de ayer fue una gran día de aprendizaje cívico en la Argentina.
Un día en que, como pocas veces en los últimos años, quedó en claro los contrincantes de una lucha no resuelta.
Esa lucha plantea un partido entre la arquitectura diseñada por la Constitución por un lado, y la pretensión peronista por el otro.
Para el peronismo el silogismo democrático es muy simple y se reduce a este simple planteo:
Premisa mayor: la democracia es el voto.
Premisa menor: el voto es peronista.
Conclusión 1: la democracia es el peronismo.
Conclusión 2: toda decisión o resolución que vaya contra el peronismo, va en contra de la democracia.
Esta discusión de fondo es la que puso sobre la mesa la decisión de la Corte de suspender las elecciones a gobernador en San Juan y Tucumán.
El presidente, en una cadena nacional inconcebible hizo gala una vez más de sus atroces ignorancias. Es más, lo hizo en un tono que confirma una característica muy recurrente entre los peronistas: la soberbia de su pose y de sus gestos es tanto mayor cuanto más profundas son las burradas que dice: su altanería es directamente proporcional a la profundidad de su ignorancia.
Fernández dijo que la democracia cruje, olvidando que lo que cruje es la Argentina porque el peronismo ha decidido rebelarse contra los cimientos institucionales que la fundaron.
El peronismo está en rebeldía contra todo lo que la Constitución de 1853 representa.
Para la Constitución la democracia dista mucho de reducirse al voto. La democracia es la división de poderes, la alternancia en el poder, la periodicidad de los mandatos, la publicidad de los actos de gobierno, la independencia de la Justicia, la libertad de expresión. Eso es la democracia para la Constitución.
Para el peronismo, como quedó expuesto en el silogismo anterior, la democracia es el voto y el voto es peronista. Es más: debe ser peronista.
Según la Constitución en la Argentina no gobierna la voluntad popular; gobierna el Derecho. Por eso se presume que la Argentina es un Estado de Derecho y no un Estado de Personas.
Para el peronismo la Argentina debe ser un Estado de Personas. ¿De cuáles personas? De las de ellos. Por eso braman, en la voz de la hotelera condenada, contra el carácter vitalicio de los mandatos de los jueces pero pretenden amañar las reglas de las elecciones políticas para que los vitalicios sean ellos. Su ceguera por el poder es tal que no les permite ver sus propias groserías.
En el interior de la Argentina hay provincias que nunca conocieron un gobernador que no sea peronista. En muchas nunca han conocido un gobernador que no sea el mismo de siempre.
Esa “eternidad” a la señora de Kirchner no le molesta; la de los jueces, cuya principal función es ponerle un límite an ella y a los suyos, sí.
La Corte en el fallo del martes lo que hizo fue reivindicar el federalismo al basar su decisión nada más que en lo que dicen las Constituciones de San Juan y Tucumán: son esas cartas fundamentales las que les impedían a Uñac y Manzur ser candidatos.
Era lo que Jose Luis Gioja (el eterno caudillo peronista de San Juan) gritaba a los cuatro vientos -aplaudido por los propios peronistas- en febrero de este año cuando a viva voz decía que la Constitución de la provincia le impedía a Uñac ser candidato.
Muy bien, Gioja, la Corte le dio la razón.
El pequeño detalle es que, como la jefa de la banda dio la orden de salir a decir que la resolución era una orden de Macri a los jueces, ahora Gioja dice que éstos son “una lacra”. Son incalificables.
Otra de las mentiras que aburren y que el inepto sentado en Balcarce 50 repite como un loro es que Rosatti y Rozenkrantz fueron designados por decreto. Falso. Los dos jueces recibieron un amplio apoyo del Senado peronista: 60 votos sobre 72 para Rosatti y 58 sobre 72 para Rozenkrantz.
Además de ser falaz el argumento de un fallo que avasalla el federalismo (por lo que explicamos más arriba) causa cierta gracia que ese argumento sea blandido justamente por alguien del peronismo, el engendro que instaló el más rancio unitarismo en el país desde 1810 hasta hoy.
Lo mismo puede decirse de la enésima vez que el presidente desconoce la prohibición que el artículo 109 de la Constitución le impone solo y exclusivamente a él: no puede hablar (y mucho menos aún arrogarse el conocimiento) de causas judiciales en trámite.
Con un aire de taita que se las sabe todas dijo que el presidente de la Corte no tenía ni las atribuciones ni el conocimiento para hablar de la emisión monetaria, cuando en realidad el presidente de la Corte debe velar por el cumplimiento de la Constitución que, entre otras cosas, establece como deber del gobierno el cuidado del valor de la moneda.
O sea, Rosatti no sólo puede hablar de la emisión monetaria sino que debe hacerlo en tanto ese flagelo se contrapone con el mandato constitucional de entregarle al pueblo una herramienta de intercambio y de ahorro segura y estable.
En otro ataque descontrolado, Fernández se quejó de que no se conociera el patrimonio de los jueces. ¿Puede estar habilitado para hacer justamente ese planteo (que supone hablar de plata) quien no es otra cosa mas que un títere de una condenada que por la investigación de UN SOLO DELITO, le robó a los argentinos más de 1000 millones de dólares?
Por último la incitación explícita a que la gente salga a la calle a “voltear a la Corte” es de una gravedad institucional que solo una fuerza inimputable (inimputable en la Argentina, porque en otro lugar no duraría un minuto a la luz del sol) como el peronismo se puede dar el lujo de hacer.
Se trata de una prueba más de esta lucha soterrada que algún día deberá resolverse entre el modelo de matonismo totalitario y autocrático del peronismo o la civilización republicana de la Constitución.
Mientras ese “partido” no se resuelva en la Argentina, el país seguirá tironeado desde dos extremos incompatibles: el de una democracia moderna y equilibrada, en donde nadie es dueño de los votos de los ciudadanos, o el de un despotismo medieval en donde una nueva corona es la dueña de todo y desde esa alta torre decide sobre la vida y la fortuna de los argentinos.