Como muchos, la mayoría abrigados en sus casas y algunos miles soportando una inclemente lluvia para expresar su adoración a la diosa pagana y falsa que disertó el jueves, vi y escuché desde aquí un discurso psicótico y repetitivo que no merecería siquiera dedicarle demasiado tiempo útil. De todas maneras, la bastarda apropiación de la fecha patria con que el penoso acto del kirchnerismo, sumando en el escenario a grandes y emblemáticos personajes del terrorismo subversivo, celebró los veinte años de inmundo saqueo al que sometió al país entero, puso fuertes y denunciantes reflectores sobre el resto de los dirigentes políticos y sociales, que no fueron capaces de celebrar, como hubiera correspondido, un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo y generar así una imagen distinta.
En resumen, su “pueblo elegido” fue defraudado porque esperaba ver a su propio Moisés bajar del monte Sinaí del Calafate con sus nuevas tablas de la ley kirchnerista en las manos, renunciando a la auto-proscripción y convertida en candidata o, al menos, enterarse de quiénes serían los favoritos (Eduardo Wado de Pedro, Sergio Massa, Axel Kiciloff, el hijísimo Máximo) para heredarla, pero tuvieron que volver a sus míseros hogares desilusionados, tan golpeados y empobrecidos por la inflación, con hambre, sin salud, sin seguridad, sin cloacas ni agua potable como antes de ir a la plaza pero, además, empapados y sin futuro.
Después de lo que pasó anteayer, resulta absurdo negar la centralidad que conserva Cristina Fernández en el universo político nacional pero, a la vez, destacar que la desesperación que la embarga la llevó a descender aún más al barro con el lenguaje, al calificar de “mamarracho” a la Corte y gritar que la prensa independiente sólo decía “boludeces”. Y demostró, sobre todo, que los signos de interrogación de una nota –“Triste, solitaria y ¿final?”- que escribí el 25 de febrero pasado, ya resultan superfluos; las más que notorias ausencias de importantes gobernadores, intendentes, sindicalistas, etc., así lo certifican. Pero también merece ser calificada de patética, en especial cuando comenzó a llover copiosamente y simuló comparecerse de la situación de los fieles cooptados por su absurda iglesia, diciendo que le encantaban las tormentas, con sus privilegiados apóstoles protegidos bajo techo mientras que ellos se encontraban a la intemperie.
Por lo demás, si los fantásticos logros alcanzados entre 2003 y 2015 descriptos por ella hubieran sido ciertos y no un gran camelo destinado a una clientela que, para hacerla suya, debiera carecer de memoria, si los salarios y las jubilaciones hubieran sido tan altas, si había tanto trabajo, si no existía la inflación ni la deuda, hubieran sido ciertos, ¿por qué perdió su partido las elecciones presidenciales? ¿O en su mente enferma, esa derrota se debió sólo al error de designar tan malos candidatos a la Casa Rosada como Daniel Scioli y Carlos Chino Zannini, y Anímal Fernández a la Provincia de Buenos Aires? En resumen, miente descaradamente y, además, siempre elige mal a sus mariscales.
En este sentido, ruego a Dios porque quien asuma en diciembre no repita los graves errores de Mauricio Macri, que faltó el respeto a la sociedad ocultando las neutrónicas bombas que había recibido y así condenó irrevocablemente al fracaso a su gobierno, habilitando el regreso de la mafia saqueadora. Cuando quiso, muy tardíamente por cierto, informar acerca de la realidad de la herencia maldita, esa misma que hoy reivindica la eterna sacerdotisa de la corrupción, publicó “El estado del Estado”, un mamotreto que nadie leyó y que, a esa altura, careció de sentido.
A mi modo de ver, el gran perjudicado por los dichos de la Vicepresidente es el Aceitoso Ministro de Economía, quien para sobrevivir como candidato necesita indispensablemente de alguna ayuda externa que sostenga su “plan llegar”. De todas maneras, tampoco es que le vaya a resultar fácil acceder a la categoría de único ungido que pone como condición esencial para presentarse: además de la indomable inflación que lo golpea en la cara, La Cámpora lo detesta y Cristina, con toda razón, desconfía de él y descree por completo de la posibilidad de convertirlo en un nuevo títere. Mañana partirá hacia China con un invitado al menos raro, Máximo Kirchner, a intentar que Beijing abra una vez más la dolorosa hucha con la que abastece de yuanes a economías exhaustas, a las cuales impone condiciones tan duras y humillantes que todos los acuerdos que firma son estrictamente secretos. Después de las represas del río Santa Cruz –Kirchner y Cepernic-, el litio, una nueva central nuclear, la administración de la Hidrovía y la base militar instalada en Neuquén, ¿qué más pedirá ahora?
Al mismo tiempo, y en medio de una más que complicada renegociación con el FMI, donde Japón y Alemania no están en absoluto de acuerdo con la tolerante postura de Joe Biden con respecto a nosotros, Massa debe haber recibido como un balde de agua helada las belicosas posturas que enunció Cristina Fernández el jueves contra el organismo, cuando prácticamente propuso caer en default y lograr luego un drástico cambio en el cronograma de pagos de la deuda, vinculándolos con las exportaciones argentinas. ¿Está tan rematadamente loca como para llevar al país a una posición de no retorno y hacer explícita la tierra arrasada que quiere entregar a quien resulte vencedor en noviembre? ¿Cree, por ventura, que luego de empujar a la Argentina al abismo, llegarán a rescatarla China, Rusia, Brasil o Irán?
Mientras esa penosa comedia de enredos se desarrolla en el escenario visible para el conjunto de la ciudadanía, entre bambalinas los problemas se agudizan y el Banco Central, día tras día, se ve obligado a apretar la horca que el cepo cambiario ha colocado en el cuello de la economía real. Los depósitos de particulares, en dramático goteo, van abandonando los bancos y reduciendo, consecuentemente, los encajes que éstos deben mantener en la entidad rectora, que está indebidamente utilizando por el rango negativo en que se encuentran las reservas. La inflación de mayo, que será anunciada el 14 de junio, difícilmente se encuentre por debajo del dramático 10%, si es que no lo supera, y los pasivos remunerados –Leliq’s y bonos de deuda- ya exigen, por los enormes intereses que se ve obligado a ofrecer el Estado en sus licitaciones semanales, una creciente emisión que, pese a que es reabsorbida precisamente con los mismos instrumentos, no tiene otra posibilidad que espiralizarse, mientras la actividad se sigue paralizando.
Todos los economistas que trabajan en los planes económicos que anunciará la oposición están, al día de hoy, literalmente aterrados, por las cifras publicadas porque saben que, además, encontrarán bajo la alfombra muchísimos datos negativos que ignoran y que comprometerán gravemente, con certeza, la recuperación del país. Y no deben olvidar que, para que aparezcan las esenciales inversiones, sean de argentinos o extranjeros, el principal factor será recobrar un imán fundamental: la seguridad jurídica, tan claramente inexistente durante el kirchnerismo. Tal vez, para colaborar en ese proceso, no estaría mal imitar lo que hizo Lula da Silva en 2003, cuando su llegada al poder hizo entrar en pánico a propios y extraños: constituyó un fideicomiso en garantía de los contratos, con todas las acciones de empresas privadas que estaban en manos del Estado, y lo sometió a la jurisdicción de tribunales extranjeros, con un éxito inmediato.