La verdad no sabía que Elisa Carrió había formado un nuevo frente programático de ideas con Aníbal Fernández y Horacio Verbitzky. Pero parece que eso quedó bastante claro esta semana cuando la líder de la CC dijo que un plan de tipo “liberal” al estilo de Macri o Milei necesariamente incluirá reprimir hasta el extremo de matar gente.
Este es el tipo de cosas que desde aquí veníamos advirtiendo aun cuando en la superficie de Juntos por el Cambio soplaran vientos de armonía, palabras agradables y convivencia, durante los últimos tres años.
De esos esfuerzos de diplomacia conciliatoria pasamos a esto: un cofundador de la coalición le dice a otro que su plan solo cierra matando gente, tal como decían Aníbal Fernández ahora y Verbitzky durante toda su vida.
En este último caso, está claro que “El Perro” tomó en sus manos toda esa estrategia para imponer las ideas de sentido opuesto (es decir las que someten permanentemente al ser humano a la bota de la servidumbre estatal) ya que dedicó prácticamente toda su vida a diseñar planes para matar gente. Y fue muy exitoso por cierto. Sus adláteres, gracias a Dios, no lograron completar de modo definitivo el plan de implantar una dictadura de esclavitud estatal, pero estuvieron cerca y en el camino del intento regaron -ellos sí- de sangre el suelo argentino.
Pero el exabrupto de Carrió -que ya aburrió a gran parte del país y que, por suerte, cada vez más gente advierte lo desquiciada que está- es una especie de caricatura, una exageración que pone en la superficie lo que desde hace mucho estaba pasando en la sorda profundidad de JxC.
Los desvaríos místicos de Carrió la han llevado al punto de decir lo que dijo sin que se le mueva un pelo, pero otros más “normales” que ella no lo dicen porque, justamente, su “normalidad” les pone un freno a tanto delirio. Pero en el fondo comparten la idea de que las ideas de la libertad suponen “un país para pocos”, sugestivamente el eterno eslogan del peronismo.
Nada hay más disparatado que eso. La libertad es la que pone la vida en manos de cada uno de los ciudadanos, bajo un marco de respeto, de institucionalidad, de civilización y de tolerancia que funciona auto-reguladamente, sin que ningún soberbio se crea como perteneciente a una elite iluminada para discernir mejor que las personas mismas lo que es mejor para ellas.
Ese gen de pertenecer a una elite diferente que discierne mejor que las personas mismas lo que es mejor para ellas es, precisamente, el denominador común que une transversalmente a muchos dirigentes que, a priori, se declararían como pertenecientes a “bandos” distintos.
Mientras se puede, los disimulos de la diplomacia y de la corrección política tapan esas diferencias. Pero cuando las papas queman y las fechas de eventos cruciales se aproximan, esos valores comunes afloran a la superficie y, finalmente, todo el mundo puede verlos. O, al menos, todos aquellos que los quieran ver.
¿Quién hubiera dicho, por ejemplo, en 2020 que Elisa Carrió diría algo que evidenciara un pensamiento de base muy similar al de Aníbal Fernández o Horacio Verbitzky? Muy pocos naturalmente. Pero allí había una hilacha de unión.
Es interesante ese dicho de “mostrar la hilacha”. Yo lo he contado varias veces aquí mismo, pero vale la pena recordarlo. El término viene de la jerga médica. Resulta ser que lo primero que se forma cuando un espermatozoide fecunda un óvulo, es una suerte de ovillo de finas fibras muy parecidas a una “hilacha”. Pues bien, más allá de esa aparente fragilidad allí se halla concentrado todo el ADN definitivo del nuevo ser. Esa huella digital será inmodificable. Los procesos de socialización, la cultura, la instrucción, en fin la vida en sociedad, podrán adaptarla un poco, pero allí se haya encerrado, de alguna manera, el nuevo ser humano por entero.
¿Y cuál termina siendo, en las ideas políticas, el fiel de la balanza que, como una cuchilla, separa las “hilachas” comunes de un lado y del otro? Respuesta: la intervención del Estado en la viuda de los ciudadanos.
Con todo el dolor que pueda causarme admitirlo (porque acepto que Carrió jugó papeles importantes cuando ciertas libertades estuvieron en peligro en la Argentina) está claro que cuando se trata de imaginar un país sin el peso del Estado sobre las espaldas de los ciudadanos, el pensamiento último de Carrió está más cerca del de Aníbal Fernández que del de Macri. Ni hablar del de Milei.
Y lo que está en juego hoy en la Argentina es precisamente eso: retirar de las espaldas de los ciudadanos el enorme peso que el Estado y sus estructuras significan para la sociedad. El esfuerzo de recorte y de ahorro que habrá que hacer será inmenso. Carrió supone que, cuando alguien intente implementarlo, habrá tanta reacción social que, si los que lo intentan son Macri o Milei, deberán salir a matar gente por la calle. Lo mismo opina Aníbal. Y lo mismo opinó siempre Verbitzky para quien la libertad económica sólo cierra con represión.
Por eso Carrió sueña con la existencia de un camino intermedio, como si dicho camino intermedio estuviera disponible. No. ¿Sabe algo, Carrió? Cuando la suma de la ecuación 2+2 no le está dando 4, debe revisar cómo está haciendo la cuenta, no los términos de la ecuación: la ecuación es correcta, 2+2 es igual a 4. Si a usted le da diferente debe modificar lo que está haciendo mal para que el resultado de 4, no 5, ni 7, ni 3. El resultado debe ser 4.
Yo entiendo que la clásica sensiblería argentina ha convencido a mucha gente de que esas exigencias son demasiado estrictas y que el ingrediente “humano” obliga a incorporar a la ecuación elementos que permitan resultados diferentes.
El pequeño problema consiste en que la Argentina ha invertido las últimas ocho décadas en tratar de demostrar la posibilidad de éxito de esos experimentos. Y el resultado fue pésimo para la “sensibilidad humana”: millones de argentinos fueron arrojados a vivir en la miseria por emperrarse en sostener ese delirio “humanístico”.
Si lo que hubiera imperado en todo este tiempo hubiera sido la aparente “frialdad” de los números los argentinos vivirían -no quiero decir como los australianos (porque en definitiva todos tenemos nuestra “hilacha” de argentinos)- pero sí tranquilamente como los españoles o los italianos. Solo el idiota “humanismo” (que pretende meterse en el mercado al que califica de insensible) ha provocado la catástrofe que hoy padecen millones de compatriotas. Está claro que ese “humanismo” ha servido para que, de paso, muchos vivos se convirtieran en millonarios, llenándose al mismo tiempo la boca entera con la palabra “pueblo”. No la acuso a Carrió de eso. Pero lamentablemente, su discurso idiota le ha venido como anillo al dedo a muchos con menos escrúpulos que ella.
Los tiempos se achican para que las hilachas se alineen como deben alinearse. Los tiempos de los disimulos, de la corrección política, de la diplomacia insulza han pasado. La Argentina ya consumió todo el tiempo que tenía para perder en esos disparates. Ahora solo cuentan las ecuaciones correctas. De ellas siempre se derivarán mejores resultados para la “sensibilidad” humana verdadera que de la demagogia hipócrita -porque lo que buscan los que la ejercen es su enriquecimiento personal- o de la demagogia idiota, porque quienes la sostienen lo hacen desde un “buenismo” tan inútil como dañino.