Son muchos los científicos y otros que dicen temer que la Inteligencia Artificial -con mayúsculas- esté por jubilar a los seres humanos. Creen que podrá hacerlo porque funcionará de modo tan implacablemente lógico que sería inútil oponérsele. Pues bien: ¿por quienes votaría IA en las elecciones que están acercándose? A menos que ya haya decidido que sería beneficioso para el resto del mundo que la Argentina se suicidara, sería de suponer que favorecería a los presuntamente más capaces no sólo de idear medidas que podrían ahorrarle tamaña catástrofe sino también de aplicarlas.
En tal caso, se esforzaría por asegurar que los debates preelectorales se vieran dominados por controversias de alto nivel en torno a lo que el próximo gobierno tendría forzosamente que hacer para salvar de la ruina a un país sin reservas y sin acceso a más créditos que los proporcionados por el Fondo Monetario Internacional, uno que, como si esto ya no fuera más que suficiente, corre el riesgo de ser devastado por un estallido hiperinflacionario detonado por el gobierno actual que empobrecería todavía más a un sinfín de familias que están en peligro de caer en la indigencia y asestaría el golpe de gracia al grueso de la decimada clase media.
¿Es lo que está ocurriendo? Claro que no. Felizmente para muchos políticos, pero no necesariamente para los demás, por ahora su oficio particular no se ve amenazado por la IA que, según los preocupados por lo que a su juicio significa, pronto eliminará vaya a saber cuántos centenares de millones de empleos. Lejos de atraer a la gente, la racionalidad severa la intimida. La mayoría prefiere ser gobernada por sus semejantes; cree que serán más solidarios que una máquina calculadora omnisciente. Es por tal motivo que, en política, un relato reconfortante suele valer muchísimo más que un programa de gobierno brillante, por coherente y realista que fuera en opinión de los expertos.
En una situación tan insegura como la actual, el electorado terminará inclinándose por quienes parecen estar en condiciones de brindarle protección contra las amenazas planteadas por una economía fuera de control que está triturando sus proyectos personales y también por la proliferación de delincuentes brutales que, a veces, cuentan con el apoyo de políticos destacados que no quieren que representantes del Poder Judicial intenten obligarlos a respetar la ley. Para dormir en paz, nombran jueces y fiscales que comparten su propia escala de valores.
En los últimos años, pareció que a muy pocos ciudadanos comunes les perturbaban los vínculos entre la política y el crimen. La corrupción notoria de Cristina y otros integrantes de la cúpula kirchnerista, además de la campaña furiosa que siguen librando contra la Corte Suprema de Justicia y aquellos jueces y fiscales que les causaban problemas, no conmovió a los habituados a respaldarlos en las urnas. Con todo, no extrañaría que de resultas de lo que acaba de suceder en el Chaco dejaran de pasar por alto el salvajismo de aliados del ex Frente de Todos en las provincias calificadas de “feudales” que, para mantenerse a flote, dependen de los cheques que, siempre y cuando sus diputados y senadores lo apoyen en el Congreso, les envía el gobierno nacional.
El horror provocado por el presunto asesinato y, más escalofriante aún, descuartizamiento de la joven Cecilia Strzyzowski hizo estragos de la carrera política del gobernador chaqueño Jorge Capitanich que, algunos meses atrás, figuraba en la lista de hipotéticos presidenciables kirchneristas, y amenaza con contagiar a todo el movimiento en que milita. El que los investigadores hayan buscado restos humanos en la chanchería del “clan Sena” ha hecho aún más macabro el caso.
En un esfuerzo por limitar el daño que les han ocasionado Capitanich y sus adherentes Emerenciano Sena y Marcela Acuña, los kirchneristas están procurando alejarse sigilosamente del escenario del crimen, negándose a sumar sus voces al coro de indignación que han provocado las acusaciones en su contra. Así y todo, no les será fácil convencer a la gente de que sólo ha sido cuestión de un episodio “anecdótico” -uno de características mafiosas, ya que es tristemente célebre la costumbre de los padrinos sicilianos de echar a los cerdos los cadáveres de los acusados de traicionarlos para que los destrocen-, que no nos dice nada sobre la relación de caciques como Capitanich y sus congéneres de otras provincias y muchas municipalidades con los bajos fondos de la sociedad.
Mal que les pese a los kirchneristas, un crimen espeluznante del tipo que, según los parientes de Cecilia, ocurrió hace algunas semanas en el Chaco, puede incidir todavía más que la inflación rampante en el estado de ánimo de la población del país. Por lo demás, no carece de significado el que la atrocidad denunciada haya coincidido con el nacimiento de Unión por la Patria, producto ésta de una operación cesárea llevada a cabo por Cristina para separar a la agrupación que encabeza de otra criatura suya, el Frente de Todos que engendró a Alberto. Para un movimiento que se ha aglutinado en torno a un relato, tales hechos simbólicos importan.
Cuando de la política se trata, la Argentina es un país sumamente conservador en que dirigentes sectoriales de mentalidad corporativa se especializan en impedir que se concreten las reformas estructurales que serían necesarias para poner fin a casi un siglo de declinación. Asimismo, puesto que los políticos no pueden sino hacer lo posible por congraciarse con una mayoría integrada por hombres y mujeres que hoy en día están mucho más interesados en su situación personal inmediata que en cualquier otra cosa, el inmovilismo que es tan típico del país contará con defensores bien ubicados en los meses y años próximos.
A juzgar por los resultados de las elecciones que ya se han celebrado en muchas provincias “feudales”, son cada vez más los que han llegado a la conclusión de que les sería inútil esperar que “la política” solucione los problemas que enfrentan. En el Chaco y otras jurisdicciones, casi la mitad del electorado optó por mantenerse alejada del cuarto oscuro o por votar en blanco.
No es que los muchos que boicotean las urnas sean indiferentes ante lo que está sucediendo en el país sino que han perdido fe en las bondades del sistema democrático. La abstención masiva no importaría si reflejaba nada peor que la convicción, que está ampliamente difundida en algunas democracias consolidadas, de que, por ser muy escasas las diferencias entre los partidos mayores, es legítimo asumir una postura neutral frente a lo que ofrecen, pero sucede que aquí hay muchísimo en juego. No sería lo mismo que ganara la larguísima y extraordinariamente enrevesada contienda presidencial un kirchnerista, un peronista disidente, uno de los precandidatos de Juntos por el Cambio o el libertario Javier Milei. Las culturas cívicas que representan los “espacios” en pugna son muy distintas.
Así y todo, si bien a primera vista son muy importantes las diferencias entre los idearios económicos que sostienen los diversos personajes que aspiran a mudarse a la Casa Rosada antes del fin de año, por ser tan graves las circunstancias las opciones frente al eventual triunfador estarán muy limitadas. A menos que el poder presidencial cayera en manos de un adalid del pobrismo que quisiera retraernos a la edad media, antes de la consolidación del capitalismo moderno, o de un incondicional de Cristina, el gobierno que surja del proceso electoral tendrá que encontrar la forma de reducir los daños sociales que provocará la extrema escasez sin asfixiar por completo lo que todavía quedará de la parte productiva de la economía, además de impedir que ocasionen un desastre equiparable con el sufrido por Venezuela aquellos sujetos que se proponen sacar provecho del desastre.
Sería por lo tanto razonable suponer que, en su fase inicial, una eventual gestión de Patricia Bullrich o Horacio Rodríguez Larreta se parecería bastante a una de Sergio Massa, Daniel Scioli o incluso Milei, con tal que se rodeara rápidamente de liberales relativamente sensatos.
Aún no sabemos cómo, o cuánto, influirán en el panorama electoral el truculento drama chaqueño y los disturbios violentos que hicieron de la capital de Jujuy un campo de batalla, pero sorprendería que no perjudicaran al sector oficialista recién rebautizado por Cristina. Al igual que el Frente de Todos, el nombre elegido, Unión por la Patria, tiene resonancias no muy democráticas, ya que da a entender que los que se le oponen son, como decían los militares cuando llamaban “antiargentinos” a quienes se animaban a criticarlos.
En Europa, un facción así nombrada sería automáticamente considerada ultraderechista, pero sucede que, a pesar de lo que efectivamente hacen y piensan, los kirchneristas, como sus amigos chavistas, fingen ser izquierdistas por entender que si a juicio de otros ocupan tal lugar en el mapa ideológico disfrutarán de la simpatía de “progresistas” no sólo de su propio país sino también de Europa y Estados Unidos, pero son tantas las contradicciones entre lo que reivindican y la forma en que reaccionan frente a episodios que dan asco que sería natural que muchos que se han prestado a la farsa decidieran abandonarlos a su suerte.