Argentina es un país construido por el cruce entre población originaria e inmigración. Los argentinos de Buenos Aires y el litoral y, en menor medida, de otros puntos del país, efectivamente vinieron de los barcos. Es decir, que tienen algún ancestro que llegó desde Europa. Según un estudio del antropólogo Sergio Avena, citado por Chequeado.com, el 65 por ciento de los argentinos tiene origen europeo, un 31 por ciento desciende de indígenas americanos y un 4 por ciento de africanos. En las últimas décadas la inmigración proviene mayoritariamente de los países limítrofes. Tal vez por esa razón -no son altos, rubios, ni tienen ojos azules- se convirtieron en el eje de la discriminación y en sujetos de los ataques de distintos referentes de la derecha nacional. No es un mecanismo nuevo el responsabilizar a los migrantes extranjeros de los problemas económicos o sociales. Por el contrario, es una actitud recurrente en los dirigentes que imaginan salidas autoritarias.
La última que descargó sus prejuicios en forma pública fue la precandidata a presidenta por Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich. Lo hizo en el Foro Atlántico “Iberoamérica: Democracia y Libertad”, organizado por la Fundación Internacional para la Libertad, presidida por el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, una suerte de organización de la derecha liberal a nivel global. Al referirse a la educación universitaria argentina, dijo que “las universidades están vacías de alumnos, tenemos casi la mitad de la matrícula de alumnos extranjeros que vienen y toman las posibilidades que la Argentina da”.
La organización Chequeado, que se dedica a validar discursos públicos, le hizo notar su grosero error. “Sólo un 4,4 por ciento de los estudiantes universitarios son extranjeros. Según datos del Ministerio de Educación de la Nación, en 2020 (último dato disponible) 2.476.945 estudiantes realizaban estudios de pregrado, grado o posgrado en las universidades nacionales del país. De ese total, 108.180 eran extranjeros. Es decir, el 4,4 por ciento, una cifra lejana a la planteada por Bullrich”.
Luego consultaron a Pablo Ceriani Cernadas, director de la Especialización en Migración y Asilo de la Universidad Nacional de Lanús, quien aportó dos cuestiones más: “la cifra del 4,4 por ciento es una sub representación de nuestra sociedad: somos 46 millones de personas y entre un 5 y un 6 por ciento son inmigrantes. Esto quiere decir que las personas extranjeras van menos a la universidad que los argentinos nativos”. Y agregó, derribando otro mito, “muchas veces cuando se dan estos debates se plantea que ‘estudian gratis gracias a que los argentinos pagan impuestos’. Pero ellos también pagan impuestos como cualquier persona. Entonces, la financiación de las universidades públicas se da a partir de los aportes que toda la sociedad (argentinos e inmigrantes) hace a través del sistema tributario”.
No voy a extenderme aquí, pero hubo otras afirmaciones falsas de Patricia Bullrich en esa ponencia. Entre ellas que cada vez hay menos estudiantes universitarios en el país. En democracia la cantidad de estudiantes se decuplicó. Datos erróneos y prejuicios son una pésima combinación. Es alarmante el nivel de desconocimiento que exhibe sobre un área fundamental para el desarrollo del país que pretende gobernar.
Pero volvamos a los extranjeros como eje de los problemas. Su compañero de fórmula, el radical Luis Petri, los mencionó al hablar de la Salud Pública. “Hay que mejorar la atención de los hospitales públicos y terminar con los tours sanitarios de los extranjeros que vienen a hacerse atender a hospitales públicos y después se van a sus países”, dijo. Si bien existen personas que cruzan fronteras para utilizar el sistema de salud argentino, de mejor calidad que la mayoría de los que existen en los países limítrofes, el fenómeno del turismo de salud es una cuestión menor. El problema central del sistema de salud es su falta de financiamiento adecuado, los malos salarios que expulsan médicos y disuaden a quienes podrían dedicarse a la enfermería.
Las declaraciones contra los inmigrantes no son patrimonio del sector de los halcones de Juntos por el Cambio. Miguel Ángel Pichetto, precandidato a Senador Nacional por “las palomas” que orienta Horacio Rodríguez Larreta, es un especialista. En especial cuando habla de seguridad. Por ejemplo, afirmó que el veinte por ciento de los presos en las cárceles argentinas es de origen extranjero cuando ese número corresponde al Sistema Federal (donde están detenidos los presos por narcotráfico entre otros delitos), si se toman las cárceles en general el número llega al 6 por ciento.
Pichetto responsabiliza directamente de la inseguridad a los inmigrantes peruanos y paraguayos. A los bolivianos le asigna movidas desestabilizadoras. En su última aparición en redes sociales señaló: “En Jujuy hay actividad insurreccional con presencia de infiltrados bolivianos que responden a Evo Morales y piqueteros de izquierda de todo el país”. Hasta hoy no aportó ningún dato que confirme semejante afirmación.
A diferencia de lo que ocurre en otros países del mundo, la inmigración en Argentina se integra con facilidad. Y como pasa en otros lados del planeta, se desempeña en muchos trabajos que los locales no saben o no quieren realizar. Los recientes incidentes en Francia son un espejo donde mirar la complejidad del problema. A diferencia de lo que pasa allí, en Argentina los inmigrantes, salvo excepciones, se insertan con facilidad. Vale recordar que los extranjeros son poco más de dos millones y que, a los que no cumplen la ley le corresponde el mismo castigo que a los nacidos aquí.
Sería muy bueno que los dirigentes que están tan preocupados por los inmigrantes recuerden la generosa invitación que figura en el Preámbulo de la Constitución Nacional, uno de los textos más bellos de nuestra parafernalia institucional:
Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen, en cumplimiento de pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina.