El ministro de Comercio de Paraguay, Luis Castiglioni, acaba de afirmar que le gustaría construir una muralla en la frontera entre la Argentina y su país.
Dijo que, al estilo de lo que hizo Trump en su presidencia cuando anunció y dio comienzo a la construcción de una muralla fronteriza en el límite con México, él levantaría ese muro para evitar el flagelo del contrabando ilegal.
Castiglioni dijo que la Argentina se encuentra en una situación lamentable, producto de políticas macroeconómicas totalmente diferentes y descoordinadas.
Seguidamente insistió en que la crónica situación argentina afecta a todos los países limítrofes y que la muralla estaría destinada a mitigar los flagelos que provocan los enormes incentivos a contrabandear.
En primer lugar, es obvio que resulta vergonzoso para los argentinos tener que escuchar estas declaraciones cuando todo el mundo sabe que tienen un completo asidero y que, mal que le pese al orgullo nacional, están completamente justificadas.
El desbarajuste económico que el peronismo produjo en la Argentina está expandiéndose al resto de los países limítrofes, en especial los del Mercosur, que deben congeniar con los desatinos argentinos para no resultar perjudicados.
Ya son célebres las diferencias con Uruguay que vive bregando en silencio (y a veces no tan en silencio) para modificar el Mercosur o para salir directamente de esa cárcel que le impide abrirse al mundo y a la modernización.
Ahora es la voz paraguaya la que se hace escuchar. Obviamente, Castiglioni no lo dijo, pero la Argentina es la primera perjudicada por sus propios delirios porque una inmensa cantidad de producto nacional es contrabandeado fuera del país (en este caso Paraguay) para hacerlo salir como originado allí y así eludir las confiscatorias retenciones y otros impuestos que el insaciable Estado argentino les cobra a los productores locales.
En segundo lugar, habría que anotar que el eventual muro de contención también tendría un efecto benéfico para la Argentina porque evitaría (o al menos haría más difícil) el cruce de paraguayos entongados con los gobiernos de Formosa y Chaco para votar en las elecciones locales a favor de los gobernadores feudales de esas provincias que compran los votos de ciudadanos del país vecino en operaciones ad-hoc.
Ni hablar de quienes utilizan las prestaciones sociales de la Argentina como si el país fuera una gran obra social para América Latina que dispone de servicios médicos gratis para quien quiera atenderse en los hospitales públicos que son sostenidos por los impuestos que paga la sociedad que trabaja.
Para un país como la Argentina -llamado a ser por las instituciones que lo organizaron- una potencia libre para liderar a la región hacia más grados de libertad, integración y comercio, tener que escuchar estas verdades de un ministro extranjero cansado ya de tanto desvarío peronista, es una afrenta a la memoria de quienes imaginaron para la república un vergel de oportunidades y afluencia.
Esto demuestra una vez más y por si aún hiciera falta que la riqueza no yace en los recursos naturales o en las dotes con que Dios haya privilegiado a un determinado país sino en las instituciones, las leyes y las costumbres que rigen en un lugar puntual.
Hoy en día, en plena era del conocimiento, países que no tienen nada desde el punto de vista de la naturaleza son potencias mundiales porque tienen un grado de integración global y un nivel competitivo que les permite generar riqueza no en el suelo o en el subsuelo sino en la mente de las personas.
Solo imaginen por un instante lo que sería un país que, a las ventajas con las que lo dotó la Naturaleza, le sumara el poder creativo de las personas, si éste estuviera libre de las ataduras estatales.
Pero la maraña peronista, fogoneada por el odio y el resentimiento clasista, prefirió anular ese poder inmaterial e infinito y someter a la libertad creativa del cerebro a un encierro cruel, encarnado en miles de regulaciones, prohibiciones y restricciones que hoy, por ejemplo, hacen más conveniente contrabandear la soja a Paraguay y exportarla desde allí que hacerlo según las normas del orden jurídico argentino.
Obviamente Castiglioni -creo- habló figuradamente, pero sus dichos son un indicio de cómo se ve a la Argentina fuera de sus propias fronteras y hasta donde llegan los delirios del gobierno.
Si Massa cree que puede continuar con este modelo de miseria y que los argentinos pueden creerse el verso de que él lo va a arreglar (no se entendería porque no empieza hacerlo ahora en ese caso) allá él con su ilusión.
Lo cierto es que no hay otra explicación para la candidatura del ministro récord en inflación en 30 años que no sea el hecho de intuir que su figura puede resultar útil para seguir engañando a unos cuantos idiotas útiles mientras, al mismo tiempo, es funcional a que la raza a la que él mismo pertenece siga accediendo a sus privilegios y a las fuentes de riqueza que les niegan al pueblo por el que dicen desvivirse.
Si la Argentina quiere seguir siendo el blanco de estas ofensas extranjeras -que, por más razonables que parezcan en sus países, no dejan de ser vergonzantes en el nuestro- tiene a mano la opción que les ofrece el ministro de economía. Si en cambio, quiere dejar de ser el hazmereir de la región sus ciudadanos deberían animarse a probar otro camino que el fracaso al que los condujo el peronismo.