Dicen que el peronismo de Córdoba es distinto del resto del peronismo. Sin embargo, tanto Luis Juez -para gobernador- como Rodrigo de Loreto -para intendente de la Ciudad de Córdoba- hicieron una campaña centrada en la crítica al pero-kirchnerismo como si no hubiera distingo alguno y basados en los evidentes desastres que día tras día protagoniza el gobierno federal de Kirchner-Massa-Fernández, en ese orden.
Los resultados de hace un mes y los de ayer en esa provincia parecen demostrar que Juez y De Loredo estaban equivocados. O bien que una enorme porción de cordobeses lo está.
Quien debe estar saboreando cierto momento agradable luego de lo que ocurrió ayer en la capital mediteránea, es Horacio Rodríguez Larreta. Él fue el de la idea de empezar a conversar con Juan Schiaretti para encontrar maneras de incorporarlo, sino a JxC, al menos a una sociedad electoral post-PASO, para conformar esa masa del 70% de los votos con la que está obsesionado el Jefe de Gobierno porteño.
Esa diferencia entre el pero-kirchnerismo y el peronismo de Córdoba parecen haberla notado -hace mucho- tanto Mauricio Macri como algunos cordobeses: el ex presidente le ganó la elección a Scioli por la diferencia que le sacó en esa provincia.
La duda que se plantea es si los cordobeses que votan al peronismo en su provincia pero que no lo hacen a nivel nacional, se comportan de esa manera por un vínculo personal (y medio inasible) con Macri o si, por el contrario, aunque no estuviera Macri (como de hecho no va a estar en esta elección) también apoyarían al candidato de JxC a la presidencia.
La cuestión no es menor porque dentro de JxC el “approach Córdoba” fue todo un tema entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich: mientras el primero, como dijimos, planteó un acercamiento táctico con Schiaretti, la segunda consideró esa movida poco menos que como una traición.
Lo cierto es que, concretamente, hay elementos de la realidad que arrojan un resultado mixto cuando se estudia el comportamiento del llamado “peronismo cordobés”.
Si bien es claramente cierto que Schiaretti no suscribe muchas de las extravagancias cristino-camporistas (que hoy están más representadas por la marginalidad de Grabois que por el camaleonismo de Massa) también lo es que los diputados del peronismo de Córdoba votaron a favor de muchas iniciativas del kirchnerismo en el Congreso y que, en muchos casos, fue, justamente, gracias a esos votos que esas leyes pudieron pasar.
Y no es menos cierto que, si rebobinamos la película un poquito más, aparecerán no pocos fotogramas en donde el propio gobernador se deshace en elogios hacia la Sra de Kirchner.
Entonces, una vez más ¿adónde se para Schiaretti y el famoso “peronismo cordobés?
En lo personal, el gobernador decidió constituir un partido propio (“Hacemos por la Argentina”, un obvio espejo de “Hacemos por Córdoba”) para presentarse por sí mismo como candidato a presidente, acompañado por Florencio Randazzo, otro inasible que fue ministro de Cristina Fernández de Kirchner y ahora se presenta como una opción diferenciada.
Habrá que esperar a ver cómo son los tantos en las PASO para ver cómo se mueven Schiaretti y Larreta.
Si Larreta le gana la interna a Bullrich y Schiaretti no “clasifica” para jugar el partido final de octubre, estaría más que cantado que allí habrá algún tipo de acuerdo. Si Larreta gana y Schiaretti alcanza el mínimo requerido para presentarse en octubre (cosa muy probable) entrarán a jugar casi hasta aspectos de egos personales que tornan difícil un pronóstico.
Si Bullrich gana y Schiaretti no alcanza el mínimo de votos para participar en octubre, allí la pelota, más que a los protagonistas, pasará a los cordobeses para saber si en la elección final votarían a Bullrich que claramente, cuando fueron las elecciones para gobernador y para intendente, se mostró respaldando a quienes perdieron, tanto en la provincia como en la ciudad.
Si Bullrich gana y Schiaretti alcanza en las PASO los votos que lo habilitan a participar en octubre, está claro que no habrá acuerdo entre ellos (al menos por lo que han sido sus declaraciones hasta ahora, aunque en política y más en la política argentina nunca hay que decir “nunca”) con lo que el voto anti-kirchnerista se dividirá, favoreciendo a Massa.
Córdoba siempre ha sido un distrito decisivo en la Argentina. También siempre se le ha asignado un papel privilegiado en la interpretación anticipada de lo que luego puede ocurrir en el país. Es, además, una provincia en donde el trabajo verdadero parecería tener aún un rol importante, a pesar de que mucho de lo que ha hecho el peronismo a nivel nacional en las últimas décadas ha penetrado también allí y parte de aquella cultura del mérito, la honestidad, el estudio, el esfuerzo y hasta el sacrificio propio, ha sido dañada.
Sea como fuere, las posibilidades de que el fiel de la balanza electoral de octubre vuelva a pasar por Córdoba son altas.
Y, si miramos ese futuro a través de ese espejo, parecería que los argentinos, una vez más, quieren deshacerse de los delirios exagerados del kirchnerismo pero no del núcleo central de la llamada “doctrina peronista” que, en síntesis, implica insistir en las políticas de intervención estatal en la economía, en la indefinición sanatera respecto de la ubicación internacional de la Argentina (fundamentalmente en relación a Occidente) y en alguna variante de un nacionalismo cerrado que evite la competencia y la integración global.
Si ese es el caso, estamos muertos. El país podrá liberarse (hasta cierto punto) de las marginalidades impresentables del kirchnerismo pero su nivel de vida y la condición social de los argentinos que están peor no va a mejorar sustancialmente. Los argentinos seguirán navegando en ese gris lleno de miedos, muy parecido al que los trajo hasta adonde están hoy.