Desde las PASO, las tan desprestigiadas empresas encuestadoras están mostrando un harto previsible crecimiento en la intención de voto de Javier Milei, y algunas llegan al extremo de pronosticar al candidato anarco-libertario un éxito en primera vuelta. Eso impone preguntarnos a quién se parece más, ¿a Mauricio Macri o a Cristina Fernández?
En la medida en que está fuera de discusión que expresa el hartazgo y la bronca de una ciudadanía herida hasta lo más hondo y cuyo tejido social ha sido completamente rasgado, la cuestión pasa por desentrañar si el espectáculo que diariamente nos brinda ante cada micrófono que se le pone delante es genuino o se trata sólo de una construcción voluntaria –luego descartable- para captar el voto de los muchos descontentos con el presente, aterrados por la falta de futuro.
En estos días, no sólo él mismo ha reducido en algo su agresividad, sino que quienes lo rodean y ocuparían cargos relevantes en su eventual administración, amén de contradecirse entre ellos en la explicación de sus recetas, han comenzado a explicar que muchas de sus medidas, anunciadas como inmediatas originalmente, en realidad se implementarán en “generaciones” sucesivas, inclusive en otros períodos presidenciales y hasta en décadas por venir. Propuestas como dolarizar de inmediato la economía, romper relaciones con China y salir del Mercosur, dinamitar el Banco Central, terminar con los subsidios sociales, echar a los empleados públicos innecesarios o liberar totalmente la portación de armas, por ejemplo, ahora se relativizan o se postergan para un incierto porvenir.
Pero hay rasgos de su personalidad que, si son verdaderos, debieran producir graves urticarias en la piel de los republicanos, sobre todo porque las matemáticas demuestran que no dispondrá de tantos legisladores propios como para sancionar en soledad las leyes que necesite, salvo que negocie con la “casta”. Tampoco sus reiteradas agresiones a periodistas y a quienes, desde la política, cuestionan sus posturas más extremas, permiten esperar con cierta tranquilidad la probabilidad de su investidura como primer mandatario. Con sólo recordar cómo se comportaron los antiguos líderes, Cristina y Mauricio, cuando cada uno de ellos ejerció el poder, la pregunta de a quién se parece más tiene suficiente justificación.
Imaginemos, ¿qué haría Milei, si llegara a la Presidencia, con la prensa libre?, ¿realmente pretende validar con democracia directa –el cacareado referéndum- sus aspiraciones legislativas si éstas no fueran sancionadas por el Congreso?, ¿cómo reaccionará cuando la Corte Suprema ponga necesario freno a las medidas inconstitucionales que pretenda implementar? Peor aún, considerando que con tan escasos legisladores propios estará siempre a tiro de un juicio político, como sucedió con Pedro Castillo (Perú) y Dilma Rousseff (Brasil), ¿qué estará dispuesto a hacer para conservar el poder?
Otro candidato, el Aceitoso Sergio Massa, ya no sabe qué conejo mostrar, toda vez que los que su galera contenía están todos muertos, asesinados por la altísima inflación, la enorme emisión monetaria, la imparable deuda en pesos, la creciente pobreza y la angustiante miseria, la rampante corrupción y el clarísimo descontento social motivado por el monumental deterioro del poder adquisitivo de salarios e ingresos informales. Esta semana fue el rimbombante anuncio de un arreglo con el FMI que, contra la versión oficial, no permitirá grandes intervenciones en el mercado cambiario. Todos esos factores convierten en altamente probable que el peronismo, al que finge representar, resulte ausente en un casi inevitable ballotage; precisamente por eso tanto la emperatriz de Calafate cuanto el pato rengo a cargo de la Presidencia formal guarden tanto silencio, con el sueño de no ser alcanzados por tamaña catástrofe electoral.
¿Por qué será que no me sorprende que, en un irreversible ocaso, un gobierno que ha convertido a la ideología en su instrumento basal de su política exterior pretenda, a pocos días de su partida, convertirnos en socios nada menos que de Irán, el Estado terrorista que tantos argentinos mató, y de quienes pretenden transformarse en opositores de Occidente en un mundo bipolar? No rechazo “vincularnos” a los BRICS, como a todo y cualquier conglomerado de países, pero sí a “asociarnos” a quienes se declaran enemigos, al menos económicos y monetarios, de los Estados Unidos y, en el camino, violan y asesinan a sus ciudadanos. Ahora, la Argentina tiene por delante un nuevo problemón, como el que tuvo Macri con China en las represas de Santa Cruz: si aceptara la invitación, compartiría la membrecía nada menos que con el país que concretó en el nuestro los atentados terroristas de la Embajada de Israel y la AMIA; por el contrario, si rechazara ingresar, sin duda ofendería a los socios originales, en especial a Brasil, que realizó ingentes esfuerzos para lograrlo.
El claro y franco apoyo de Horacio Rodríguez Larreta a la candidatura de Patricia Bullrich, y el inminente anuncio de un prestigioso gabinete económico que encabezaría Carlos Melconian e integran Hernán Lacunza, Luciano Laspina y otros notables permiten albergar esperanzas en que la ciudadanía reaccione a tiempo, no entregue su suerte a alguien que presenta en su personalidad tantos rasgos mesiánicos y compatibles con peligrosas patologías, y la convierta en Presidente. Ella ha conseguido conservar las díscolas voluntades del radicalismo, asegurando así la continuidad de Juntos por el Cambio en la historia argentina. No es poco, en un país tan raro como el nuestro, que ha enterrado a numerosos proyectos políticos virtuosos.