Patricia Bullrich presentó a Carlos Melconian como su referente económico. La mayoría a su vez cree que si ella gana las elecciones, el líder de la Fundación Mediterránea será su ministro de economía.
El país tiene recuerdos agradables de la Fundación Mediterránea. De ese think tank surgió el Plan de Convertibilidad y el programa de reformas de los ‘90. Muchos de los objetivos finales de esa arquitectura no se pudieron completar porque el peronismo le impidió a Menem profundizar su plan de reformas y sin esa profundidad la Convertibilidad sucumbió.
Duró más de lo que los números fríos sugerían, pero ese desfase se pagó con puestos de trabajo perdidos que el relato le achaca al “neoliberalismo” pero cuyas causas deben buscarse en realidad y paradójicamente en los dirigentes sindicales que extorsionaron al presidente para que la transformación se abortara y con ello quedaran a salvo sus privilegios personales.
El presidente sucumbió al chantaje y las consecuencias todos las conocemos aunque muchos diferimos notoriamente sobre las causas.
Obviamente aquellos nombres de la Fundación ya no están. Pero la impronta de la institución y sus fundamentals económicos siguen siendo los mismos. Melconian no es un economista “original” de la FM. Llegó allí hace un año y medio, haciéndose cargo del IERAL (el instituto económico creado por Domingo Cavallo en 1977) para “trabajar con vistas a un verdadero cambio en la organización económica, a partir de un programa productivo y federal”, según sus propias palabras al asumir.
“El objetivo es poner sobre la mesa un programa amplio y ambicioso, que instale nuevamente a la Argentina en el marco de un capitalismo moderno, occidental y progresista, que hoy predomina en el mundo y al que tenemos que volver a integrarnos”, amplió en aquel momento. También, según sus propias palabras, el programa que tiene en mente propone “un cambio de régimen, donde las necesidades de replanteo fiscal, monetario y financiero estén al servicio de un crecimiento armónico de todas las regiones del país y generen, fundamentalmente, empleo privado y la mejora de la calidad de vida de los argentinos”.
Según dijo la candidata de JxC, es ese costado productivista y regionalista la que la inclinó a adoptar a Melconian y a su plan como su propia propuesta económica para el país. Cuando le preguntaron a Patricia por qué había elegido a Melconian repitió casi textualmente ese lineamiento: programa productivista enfocado en el desarrollo regional.
La oportunidad sirvió para entregarnos, quizás por primera vez, un trazo bien distintivo que divide los enfoques de Bullrich y Milei desde el punto de vista económico. Quizás, arrastrado por el magnetismo de Javier, el electorado que lo votó no entienda bien la tremenda profundidad que tiene un escenario como el que él plantea: lo que Milei propone es que, efectivamente, no haya anabólicos estatales para nadie; que tampoco haya obstáculos, pero, fundamentalmente, que no haya anabólicos. En su mente se dibuja un escenario en donde se pasaría de estar gobernados por el principio de que todo está básicamente prohibido a estar dirigidos por la idea de que todo está básicamente permitido. Ese es su programa “productivista”. Es decir, que la Argentina sea un país con abundancia de producción (si por “productivista” entendemos eso) dependerá de las ganas que le pongan los argentinos, dentro de un nuevo orden jurídico que prácticamente no les prohibirá hacer nada que sea legalmente lícito. Pero, bajo su idea, no habrá “incentivos”, ni productivistas, ni regionales, ni nada: solo habrá una ley liberal que les permita a los ciudadanos hacer lo que quieran para progresar, si lo que quieren es progresar (y si por progresar entendemos vivir hoy mejor que ayer y mañana mejor que hoy, y si por vivir mejor entendemos ser materialmente más ricos, sin rubores de ninguna especie).
La pregunta es, entonces, ¿los que votaron a Milei están avisados de esto? Si realmente entendieron el mensaje y, de verdad, un tercio del país quiere retomar el control completo de su vida sin ayuda de ninguna especie pero tampoco sin obstáculos que tornen imposible trabajar, entonces estaríamos frente a un escenario maravilloso: por fin los argentinos habrían decidido entrar en la edad adulta valiéndose finalmente por sí mismos.
El problema es que, en lo personal, yo dudo de que estemos frente a ese escenario. Sin comprar tampoco la idea de que el voto a Milei se explica solo por una expresión de furia, me cuesta admitir que, de verdad, más de siete millones de argentinos hayan decidido romper lanzas con una idiosincrasia paternalista que, en la mayoría de los casos, es lo único que han conocido en su vida.
Y es en esa rendija de duda por donde se cuelan las posibilidades del dúo Bullrich-Melconian. El elaborar un plan de perfil “productivista” y “regionalista” implica que una élite ha tomado esa decisión y ha trazado un programa de medidas para lograrlo. Ojo: no estoy diciendo que presentar un programa productivista y regionalista sea un error o que no sea lo mejor para el país. Lo que digo es que, de nuevo, será una tecnocracia la que elabore las reglas para ir en esa dirección y esas reglas necesariamente conllevan la asignación de recursos públicos en un sentido y no en otro.
Esa decisión de tomar un sentido u otro no la estaría tomando la gente libremente alocando recursos de manera espontánea sino un grupo técnico que, ex-ante, decidió que el mejor destino de los recursos públicos seran “producción” y el “regionalismo”.
De nuevo para que quede claro: no estoy diciendo que no lo sean. Lo que digo es que la decisión del uso de recursos públicos para la “producción” y el “regionalismo” no fue hecha (en este esquema) libremente por la gente sino por una burocracia técnica.
Aquí solo un párrafo que me parece interesante aclarar: la palabra “productivista” (que curiosamente fue traída al vocabulario político argentino por Duhalde) lleva dentro de sí la idea de que es algo que no surge de la naturalidad de las cosas sino que viene “forzada” por un paquete intencionado de estímulos que pretende lograr, precisamente, ese fin. “Productivista” no es lo mismo que “producción” o “productividad”: “productivista” implica una acción deliberada. En términos económicos, la “acción deliberada” toma el formato de lo que aquí llamamos “anabólicos” y los anabólicos, consisten la mayoría de las veces en inyectar recursos públicos en áreas económicas predeterminadas, áreas que no fueron decididas espontáneamente por los ciudadanos sino de modo artificial por una tecnocracia.
La historia económica moderna del país no conoce prácticamente otra cosa que no sean equipos de tecnócratas tomando decisiones de asignación de recursos de acuerdo a lo que ellos predeterminadamente definieron. Está claro que, además (y especialmente desde que el peronismo apareció en la política argentina) a ésta altanería de creer que un grupo reducido de personas puede asignar recursos públicos mejor de lo que la gente lo haría si en lugar de públicos fueran privados, se ha sumado una caterva de delincuentes que, con el verso de alocar recursos para actividades que ellos definieron como “fundamentales”, se han robado todo, en incontables maniobras de defraudación pública.
Pero también debemos decir que la mismísima concepción de creer que los recursos deben ser asignados por una elite iluminada lleva dentro de sí el simiente de la corrupción. Que luego no se caiga en esa estafa depende de la buena suerte, pero no de un sistema que por default la haga inviable.
Conozco a Bullrich y a Melconian y estoy convencido que ambos son honestos y están muy lejos de usar en beneficio propio un sistema que les permita a ellos mismos asignar anabólicos estatales. Estoy seguro que tienen la mejor intención y que están convencidos de que ese es el mejor camino. Lo mismo podría decir de alguien a quien considero directamente un amigo, Enrique Szewach.
Pero ahora sí tenemos delante una clara división filosófica entre Bullrich y Milei: Patricia quiere dirigirnos a la libertad, Javier quiere que seamos libres.
Yo creo que la historia general de la Argentina, desde 1810 en adelante, tiene más que ver con lo que propone Patricia que con lo que propone Javier. Es más, la mismísima Constitución fue un programa para “dirigirnos” a la libertad: paradójicamente, creo que no hubiéramos elegido la libertad si hubiéramos sido libres. Probablemente habríamos tomado alguno de los múltiples caminos paternalistas que ya, plagados de fracasos, habíamos transitado hasta allí.
Tuvo que llegar justamente una élite iluminada para que, casi a la fuerza, le dijera a los argentinos: “la suerte de esto está en sus manos muchachos… Les hemos dado esta Constitución para que sus ganas no sean bloqueadas por ningún obstáculo burocrático… Pero el futuro es suyo, no nuestro”.
Quizás el mejor camino hacia la libertad “total” no sea la libertad total de entrada sino un trayecto que tenga una escala previa en una estación que podríamos llamar “aprendiendo a ser libres”.
En esa estación, aquellos a quienes nos molesta que los recursos públicos sean asignados de manera coactiva por el Estado, quizás tengamos que resignar esa aspiración de máxima apostando a que un conjunto de gente honrada vaya llevando de la mano a la Argentina hacia el terreno de la prosperidad, de la afluencia, del confort y de la modernidad. Tal vez, llegados a a ese escalón, la libertad completa caerá como cae de un árbol una fruta madura.