Como es sabido, uno de los principales motivos de
preocupación de los argentinos es la inseguridad. No es ninguna novedad que uno
de los ejes para controlar y combatir esa inseguridad es la policía, como así
también no es ninguna novedad que en muchos casos es, precisamente la misma
policía la que genera la inseguridad.
El hecho que publicamos no es más que un caso testigo
de muchos que ocurren a lo largo y a lo ancho de nuestro país.
Las protagonistas, Carolina Ambrogi y Marcela Clariá,
dos chicas que viven en la ciudad de Córdoba, fueron las víctimas de estos
uniformados y este es el relato de lo que vivieron.
"El 12 de diciembre de 2007, estábamos sentadas en la
puerta de la capilla de la palaza del barrio donde vivimos, en Quintas de Santa
Ana. Para aquellos que no conocen, queda al lado del Shopping Nuevo Centro, en
Córdoba Capital.
Cerca de las 22:00, estábamos (Carolina y Marcela) con
algunos vecinos que, al igual que nosotras, paseaban sus perros.
Unos 30 minutos después, la plaza se despeja, y
quedamos solas, dos chicas de estatura mediana, delgadas y una perrita cocker
de
no mas de 10kg.
Como casi todos los días, un móvil de la policía pasó
por enfrente de la plaza, con sus luces 'ahuyentadoras de mal vivientes'
prendidas, pero a diferencia de todos los días, esta vez, se detuvo. Bajaron del
móvil 2 policías, perfectamente uniformados y armados, se acercaron hasta donde
estábamos y nos exigieron que le mostráramos el DNI; les dijimos que no lo
teníamos, nos pidieron que nos acercáramos al móvil y nos exigían que le
diéramos nuestros datos. Preguntamos por qué, y dijeron que éramos sospechosas,
nos preguntaban qué hacíamos a esa hora en la plaza, cuando era evidente qué
estábamos haciendo: sólo charlábamos mientras paseábamos a nuestra perra. Le
pregunté qué podíamos tener de sospechosas dos chicas que conversan sentadas en
la puerta de una capilla mientras observan a su mascota.
Ellos insistían en que debíamos acompañarlos al
móvil y que es obligación salir con el documento de identidad, a lo que
objetamos que no era así y les preguntamos por qué estaban molestándonos de esa
forma, siendo que era evidente que no podíamos representar peligro alguno.
Los representantes de las fuerzas policiales,
comenzaron a emplear un tono más soberbio y manipulador, intentando provocar
miedo y exigiendo hacia ellos un respeto absurdo casi reverente.
Alegaban que era su deber 'controlar a los
sospechosos' y que era nuestra obligación responder a sus demandas, que nunca
quedaban bien claras cuáles eran, ya que como es sabido, es difícil conformar a
estas personas, que en definitiva sólo buscan la diversión a través del mal
pasar del otro, del físicamente mas débil.
La situación se puso cada vez densa, y en la zona ya
no circulaba gente. Los policías decían que teníamos que subirnos al móvil con
ellos porque estábamos faltando a las normativas.
Asustadas, ofrecimos ir caminando hasta la central de
policía, ya que de ninguna manera nos parecía una situación feliz y mucho menos
segura, subir a la parte trasera de un auto herméticamente cerrado conducidos
por dos personas que en todo momento, dejaron en evidencia su necesidad de
imponerse a través de agresión.
Salimos de casa sólo con una llave de la puerta de
ingreso, no teníamos celulares y no había cerca ningún teléfono donde pudiéramos
comunicarnos con nadie para avisar de la situación.
Ofrecimos ir caminando hasta la central de policía y
eso hicimos. En camino, estas personas nos seguían, y desde el auto murmuraban
sus amenazas refiriéndose a todas las faltas que íbamos cometiendo en este
trayecto. Finalmente a tres cuadras de ahí, nos interceptan otros 2 móviles, y 6
policías en total nos arrinconan en una esquina y nos fuerzan a subir a un
móvil.
La prepotencia y la intolerancia de estas personas
lograron que entraramos en un pánico que nos impedía subir a ese auto. Yo sólo atiné a
amarrarme de las rejas de una casa para que no pudieran subirme. Un oficial
femenino, como ellos dicen, amenazaba que era por voluntad propia o por la
fuerza pero que al auto iba a subir. 'si no subís te subo' dijo. Mientras tanto
el resto hablaba de llevar a mi perrita a la sociedad protectora de animales, y
demás cosas desagradables. Se divertían evidentemente con toda la situación. El
miedo y la fuerza bruta me hizo entrar en el móvil.
La oficial femenina bajó el volumen de la radio en la
que sonaba algún grupo de cumbia villera, se dio vuelta y nos dijo, 'no te va a
pasar nada'.... ¿Y lo que ya estaba pasando? Que significaba el nada?
Me dijeron que les de mi dirección y que llevaríamos a
la perrita a mi casa. Un amigo con el que vivo la recibió y preguntó qué pasaba,
desde el auto pude gritarle que no habíamos hecho nada que por favor avisara a
los padres de mi amiga. Salimos rumbo a la UCA, una ex cárcel en barrio Güemes,
edificio que estuvo un tiempo clausurado.
Durante todo el camino pregunté cómo haríamos para
volvernos de ese lugar, la mujer que manejaba se limitó a corear los versos de
la banda de cumbia y a golpetear al ritmo de la música el volante del auto y la
palanca de cambios, y entre tanto pasó más de un semáforo en rojo.
Llegamos finalmente a un lugar que daba miedo sólo por
la zona en la que estaba. Una enorme puerta de hierro blanca era el ingreso al
lugar. Nos dijeron que íbamos ahí por tramites administrativos.
El tramite administrativo fue bastamente largo: cuando
llegamos pasamos a unos cuartitos inmundamente sucios donde debíamos sacarnos la
ropa para ser controladas por una mujer uniformada. Después retuvieron nuestras
pertenencias —que no eran mas que pulseras de macramé y una llave de la casa— y
nos aseguraban que cuando saliéramos nos devolverían todo.
Después pasamos a la revisación médica, donde pasamos
por la misma experiencia que con la oficial femenina. Hasta ese momento el
tramite administrativo había excedido lo que por lo menos yo entiendo por
'tramite administrativo'.
Un oficial nos hizo firmar una papel, donde decía que
estábamos ahí por haber inflingido las leyes numero 70 y 51 (esto es: por
negarse a identificarse y por disturbios en la vía publica) infracciones que por
supuesto no habíamos cometido. El oficial nos dijo que no nos estaban
consultando si estábamos de acuerdo con lo que en el papel decía, simplemente
nos informaban por que nos detuvieron.
Nos subieron después a un lugar donde 'nos pintaron
los dedos'. Un gran pasillo con celdas oscurísimas nos condujo hasta el lugar.
Un señor tosco y autómata hizo todo el procedimiento
para pintarnos los dedos. El lugar era espantoso, excesivamente sucio y mal
oliente, y sobre un mueble de lata un cartel sugería que colaboráramos con la
limpieza del lugar.
Ya con los dedos manchados nos llevaron a que
hiciéramos una llamada. Y de ahí a un calabozo, tan espantoso que no hay forma
de describirlo en palabras.
Una mujer que estaba encerrada en la celda que nos
tocó, nos ofreció un lugar en sus colchas para que durmiéramos ahí. Las celdas
no tienen luz, y son prácticamente un sanitario que huele peor que el peor de
ellos.
Paso un rato, no se bien cuanto, y una oficial nos
manda a llamar y nos dice que nos dejarán en libertad.
En ese momento estás feliz, por fin te vas de ese
lugar y las mismas personas a las que horas antes en la plaza te parecían unos
abusadores, ahora te parecen hermosas y consideradas personas que te dan por fin
tu libertad.
Durante el camino de vuelta por los pasillos, todos los
policías se reían de que teníamos la cara y el cuerpo pintado, de la misma forma
que lo hicieron todo el tiempo, cuando nos generaban miedo, cuando lograron que
llorara, cuado muertas de frío nos hacían permanecer en un patio y pasaban
haciendo comentarios sobre el clima.
Las fuerzas de seguridad, a las que les pagamos el
sueldo, nos privan gratuitamente de la libertad, abusan de su poder en todo
sentido, y finalmente nos dejan 'libres' a la madrugada del miércoles en pleno
barrio Güemes. Por si no hubiera sido suficiente susto y estrés con lo que pasó
adentro, nos dejan afuera, en uno de los barrios mas peligrosos de Córdoba.
Como último consejo, un oficial nos despide diciendo
'ya sabes para la próxima, si un policía te dice algo, vos le decís que sí, y te quedás callada'.
Por supuesto que después de tantos abusos uno se queda
sin palabras... pero espero que no nos quedemos callados.
Hicimos dos denuncias de las cuales no tenemos ningún
papel. Son denuncias administrativas, una en tribunal de conducta de la policía
y otra en la oficina de DDHH en tribunales.
En ningún caso nos dieron una copia de la denuncia.
Estamos citadas en tribunales, no se si nos dirán algo de cómo sigue la causa,
parece que nos pueden poner un abogado a fin de que podamos hacer una denuncia
penal.
Tenemos los nombres de los policías, pero por el
momento preferimos no decirlos públicamente, ya que nuestro interés es que se
modifique el código de faltas y que estas cosas dejen de pasar, y no que parezca
que es algo personal entre nosotras y estos policías. Por supuesto nosotras
estamos denunciando específicamente a estas personas en donde corresponde.
Me gustaría que todos los que estén cansados de los
abusos de poder por parte de las fuerzas de seguridad, como ellos se llaman, me
escriban un mail con su nombre, para poder confeccionar una lista y así poder
dejar constancia de cuántos somos, de lo hartos que estamos, de los abusos
que cometen estas personas peligrosamente armadas a las que les pagamos el
sueldo, las pizzas, el transporte, etc..
Una maestra de Yoga me dijo una vez que el
hombre entiende recién el tercer "no". Hemos dicho mucho mas que cuatro "no" en el
transcurso de la historia, pero a ver si sirve: No me quiero quedar callada, No
me quiero quedar callada, No me quiero quedar callada, No me quiero quedar
callada...
Carolina Ambrogi, DNI 26.085.718
caro_ambrogi@hotmail.com ".
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Redacción de Tribuna de Periodistas