Muchas veces resulta hasta increíble cómo el ministro-candidato Sergio Massa se da el lujo de hablar de cosas que ignora por completo con las palabras, el lenguaje corporal y la postura doctoral de alguien que, no solo las domina, sino que hace alarde de eso frente a otra gente que, según él, no entiende nada.
Massa, cuando habla de economía, es una especie de arado queriendo avanzar en un sembradío que arruina a cada paso. Despliega ignorancias (que nadie le retruca) con la impunidad de un entendido y habla con la soltura del experto sobre cuestiones que claramente están más allá de su entendimiento.
Algunas de ellas exceden el simple terreno económico. Son temas que el ministro-candidato podría deducir en el buen sentido y llegar a conclusiones correctas, no porque necesite conocer los palotes de la ciencia económica, sino porque están más dominados por el sentido común que por el conocimiento de la especialidad.
Eso nos lleva a una primera conclusión: Massa no es un mal ministro de economía y será -si es que gana la elección- un pésimo presidente porque ignora los palotes de una ciencia intrincada: Massa es un ministro desastroso y será un presidente igual de malo porque razona mal, porque tiene un patron deductivo equivocado, quizas como consecuencia de que su formación no fue la mejor y se nutrió de las lecturas erroneas.
En un reportaje que concedió el fin de semana insistió en la demagogia electoral de los precios de los servicios públicos de transporte. Si bien el ministro recalca los valores que tendrían esos servicios si no existieran los subsidios del Estado porque sabe que son insumos de uso cotidiano de una mayoría ciudadana importante, el criterio que utiliza para trasmitir ese miedo a los ciudadanos nos permite ver con claridad -en un análisis más amplio- la pésima idea que tiene sobre el funcionamiento del sistema de precios y sobre la actividad economica en general.
Massa da por sentado que si no fuera por los subsidios (es decir si no fuera por él, en otras palabras) la gente no podría pagar lo que el transporte valdría. El problema es que la gran cuestión de la Argentina (y de los argentinos) no es lo que cuestan las cosas (o, para mejor decir, lo que deberían costar) sino que los argentinos no pueden pagarlas por el nivel que tienen sus ingresos.
El problema no son los precios (que Massa vincula a los subsidios) sino los salarios, que el tipo de economía que propicia Massa ha llevado a que estén hundidos 100 metros bajo tierra. Ese es el problema, no los precios.
El problema es que el dirigismo económico que Massa propone profundizar, hundió a la Argentina en un escenario de pobreza estructural generalizada que hace que los argentinos no puedan disfrutar de buenos salarios porque el estatismo ha matado la creatividad, ha destruido el estímulo a la reinversión productiva y ha puesto en una situación de extrema inseguridad la propiedad del fruto del trabajo propio.
En ese escenario pauperrimo los argentinos ganan, en moneda constante, un salario también pauperizado que, efectivamente, si tuviera que pagar lo que las cosas valen realmente, los niveles de miseria se multiplicarían por mil.
Los adláteres del dirigismo económico -porque en él ven la posibilidad de tener no solo todo el poder en sus manos sino hacer que la mismísima vida de la gente dependa de ellos- en lugar de desatar el nudo gordiano que generó la pauperización económica (porque eso les haría perder el poder de ser los amos del destino de todos) inventan un sistema kafkiano de precios ficticios que, justamente por ser ficticios, los obligan a sofisticar cada vez más el intrincado sistema del cual dependen, generando una maraña incomprensible de disposiciones contradictorias, algunas temporarias, otras permanentes, que no solo destruyen cualquier aparato productivo normal sino que genera las condiciones para una corrupción rampante de la cual también se aprovechan para enriquecerse.
Si la Argentina se liberara de esa montaña contradictoria de disposiciones que neutraliza su capacidad productiva y estimulara la inversión sobre la base de garantizar la propiedad del fruto del trabajo, de la vigencia de un sistema impositivo simple y no confiscatorio y de la existencia de normas laborales cuyo principal objetivo fuera crear trabajo constante, el producto interno bruto se multiplicaría de tal forma que los salarios crecerían de modo acelerado.
En ese escenario lo que cuestan las cosas dejaría de ser un problema porque los argentinos podrían pagarlas con sus ingresos, sin necesidad de las artificiosas “ayudas” creadas por los subsidios estatales.
Es verdad que, en ese caso, se habría dado nacimiento, también, a un nuevo tipo de ciudadano más independiente, más dueño de su vida y menos pendiente de la “dadivosa” mano de Massa o de quien fuera el capitoste de turno.
Es en este momento en donde los argentinos deberían preguntarse si a Massa le interesa defender una concepción basada en la idea de que los ciudadanos deben depender de las ayudas del Estado simplemente “porque es un buen tipo”, un lírico que cree en el romanticismo del Estado asistencial o si, por el contrario, echa mano de esa mentira porque en ella va comprometido su poder y su capacidad de hacer que la vida de todos dependa de lo que él decida, lo que equivale a decir que propone una idea en donde él quiere tener a todos en un puño: el de él.
Como se ve, a esta altura nos alejamos mucho de una simple ignorancia económica. Que Massa ponga una enjundia digna de mejores causas en defender burradas tales como decir que, para que los argentinos puedan vivir, las cosas no tienen que valer lo que valen sino tener un precio artificial que les va poner él para que los argentinos puedan comprarlas con sus salarios miserables, será harina de otro costal. Por qué, cuando dice esas burradas, nadie lo para en seco y lo corrige, también.
Pero lo que queda claro y confirmado aquí es que el sistema de vida que el ministro-candidato les porpone a los argentinos es uno que tacitamente les dice que el importante en este estofado es él, no ellos. Que sin él y sin lo que él haga esos argentinos no podrán vivir, simplemnete porque los precios de las cosas serían los verdaderos y que los argentinos sólo pueden vivir si lo hacen en una gigantesca mentira.
¿Sabe cómo terminan las mentiras de este porte cuando perduran en el tiempo, Massa? Terminan convirtiendo a los países en enormes villas miseria, goberanadas por una elite que es, al mismo tiempo, cada vez más minoritaria y más millonaria, mientras los ciudadanos son cada vez más miserables y cada vez más dependientes de que el mago de turno saque de la galera un nuevo artificio que cree una realidad que sería imposible si las cosas fueran como debieran ser.
Lo que la Argentina necesita es alguien que venga a darle al país condiciones legales y economicas que guarden con el sentido común una realción inquebrantable de la cual surja un orden jurídico economico que permita poner en funcionamiento normal las energías creadoras, innovativas y ambiciosas de los argentinos para que eso genere una afluencia economica que permita generar salarios e ingresos compatibles con el valor real de los bienes y servicios producidos.
Cuando esa relación está gobernada por una ficción artificial y discresional que depende de la mano de un funcionario, las fuerzas naturales de la inversion se retiran y eso hace caer el producto general con lo cual los salarios se hunden.
Si la solución que propone Massa para este entuerto creado por el adefesio del socialismo peronista es generar más precios artificales que dependan de su “buena voluntad” en lugar de liberar las cadenas que impiden que los argentinos ganen lo que merecen, la miseria se profundizará y, con gobernantes como Massa, solo tendremos más propuestas que la empeoren en lugar de poner en práctica algo nuevo que invierta los factores de la ecuación que han gobernado, no solo la economía, sino la vida de la Argentina desde que el peronismo apareció en la vida pública.
Si alguien supiera explotarla con una buena explicación, la así llamada “campaña del miedo” de Massa debería convertirse en su búmeran mas mortífero: la caída de la careta de alguien que abiertamente confiesa que no se postula para mejorar el ingreso de los argentinos sino para seguir haciendo magia para que crean que con la miseria que ganan pueden comprar lo que él les habilite.
Como el pez muere por la boca, si alguien se dedicara a machacar diariamente sobre este punto trascendente sobre los dos perfiles de país que se van a dirimir el 19 de noviembre, probablemente se produciría por primera vez el milagro de que el pornográfico alarde de ignorancia de un candidato pagaría, por fin, su merecido precio.