¿Qué pasó cuando todo esto fue al revés? Cuando lo que regía en la Argentina era el orden jurídico liberal derivado de la Constitución de 1853/60, también se produjo un histórico cambio de paradigma que conmovió los cimientos mismos de las concepciones por las que el país se había gobernado en los casi 100 años anteriores.
Ese cisma lo produjo el peronismo y lo produjo, primero alentando desde grupos del ejército un golpe militar que derrocó al gobierno del presidente Castillo y, luego, con la llegada de Perón al poder, con una interminable artillería de decretos (más de 16000 en menos de un año) que derogaron gran parte de la arquitectura jurídica que había regido hasta el momento y -de hecho- en mucha medida la mismísima Constitución nacional.
Es más, como el objetivo final de aquel movimiento sísmico era el reemplazo del modelo de las Generaciones del ’37 y del ’80, Perón amañó unos años después el voto de las cámaras del Congreso para convocar una Constituyente que reemplazó la Constitución de Alberdi por la fascista Constitución “de Perón” jurada el 11 de marzo de 1949.
¿Qué ocurrió entonces cuando el peronismo empezó a fulminar el orden liberal? ¿Hubo acaso un “plan de lucha” de los liberales para tratar de impedir que Perón avanzara con la imposición de su régimen?
Las mismísimas palabras “plan de lucha” en general suponen acciones bastante iliberales como es el no descarte del uso de la violencia para conseguir un objetivo, de modo que las acciones de la parte de la sociedad que se oponía a los planes de Perón fueron bastante civilizadas y encauzadas dentro de los ambientes de discusión institucional que preveía la Constitución.
Con todo, Perón y el peronismo no dudaron en echar mano a de la agresión (como ha quedado registrado en cientos de videos y audios de la época en donde el mismísimo General alentaba las acciones violentas de sus partidarios contra lo que él llamaba “contreras”) para avanzar e imponer su modelo. Tampoco Perón renunció a encarcelar opositores, cerrar medios que lo enfrentaban con ideas distintas, usar la persecución política y amedrentar a sus opositores.
De modo que el súbito republicanismo peronista de hoy (y muy especialmente la directamente cómica actuación kirchnerista en ese sentido) frente al DNU del presidente Milei resulta patéticamente burlesco.
Cuando Perón echó mano de lo que él pomposamente llamó “decretos-leyes” para derrumbar un edificio de 100 años, los decretos de necesidad y urgencia ni siquiera existían como instrumentos constitucionales. Es más, eran impensables en ese momento ¿Qué el presidente pudiera por decreto avanzar sobre los derechos, garantías y seguridades de la Constitución y de las leyes? ¡Una locura! Sin embargo, Perón y el peronismo lo hicieron.
Y lo hicieron, en gran medida, porque estuvieron dispuestos a usar la fuerza. La fuerza física quiero decir.
Ahora vuelve a ocurrir lo mismo: una estructura jurídica amasada a la sombra de la Constitución (pero de, todos modos, finalmente impuesta de hecho) se ve amenazada por una contra-ola liberal cuyo objetivo es desarmar la legislación inconstitucional sancionada durante 80 años y profundizada en los últimos 20, para restaurar la plena vigencia del sistema alberdiano de derechos, garantías y libertades.
La diferencia radica en que hoy el peronismo (y las huestes para-colectivistas de las cuales el peronismo siempre se valió para su provecho) están dispuestas a presentar un nuevo “plan de lucha” esta vez no para imponer el régimen sino para impedir que se lo disuelva.
Ese bendito “plan de lucha” vuelve a insinuar el uso de la fuerza, de la violencia física ejercida contra los que no piensan como ellos. Exactamente igual a lo que Perón estimulaba.
Va quedando claro entonces que las diferencias entre los ataques a uno y otro paradigma se limitan a que, mientras el paradigma colectivista del peronismo está dispuesto a usar la agresión física (ya sea para imponer el colectivismo o para resistir la libertad), el paradigma liberal no sólo no contempla sino que rechaza el uso de la agresión.
El presidente Milei está cansado de repetir como una gota china la definición de liberalismo: “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el PRINCIPIO DE NO AGRESIÓN y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”.
Es decir, cualquier idea que ataque los derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad, atentan contra el ideario liberal, Del mismo modo, agredir a otro para imponer un proyecto de vida ajeno al que el prójimo quiere, también es profundamente anti-liberal.
Obviamente, un “enfrentamiento” entre dos posturas, una de las cuales renuncia a la violencia para imponerse y otra que, no sólo no renuncia, sino que presenta públicamente una seria amenaza de usarla, es muy despareja en términos de justicia, de equidistancia y de juego limpio.
Pero ese es, después de todo, el escenario que el pan-peronismo vuelve a presentarle a la sociedad: “o se impone lo que decimos nosotros o te cago a garrotazos”.
Esta es en el fondo la disyuntiva que debe resolver la sociedad: si quiere vivir en un esquema sustentado en la extorsión violenta a cambio de “paz social” o si se rebela contra esa patota y decide ser libre a como dé lugar.
El cambio propuesto por el presidente Milei es, comparado con el que impuso Perón hace 77 años, un cambio mucho más institucional y respetuoso de las normas vigentes que la avalancha fascista de 1946 que se llevó todo puesto sin ningún respeto por las represas de contención que la Constitución de Alberdi había preparado contra los déspotas que él había vivido de cerca con Rosas. De modo que escuchar los escozores institucionales del peronismo sería cómico si no fuera trágico.
El dilema moral que enfrenta el gobierno es el que supone resolver la disyuntiva sobre si la libertad es un bien susceptible de ser defendido por la fuerza.
Muchos responderán con una pregunta: ¿Cómo no va a poder defenderse la libertad por la fuerza si los que persiguen la servidumbre no dudan en echar mano a ella para esclavizar y para imponer un modelo de yugo y opresión?
Este planteo luce como razonable, pero ¿es factible? ¿Cuáles son las chances reales de que estemos en las vísperas de una nueva Batalla de Caseros?
El sentido de esta columna no es alarmar a nadie, pero cuando muchedumbres violentas amenazan con el uso de la fuerza para impedir la restauración de la libertad plena, quizás sea el momento de plantearse qué precio real está dispuesta a pagar la Argentina para desembarazarse del fascismo y volver a ser libre.