Si bien la “fanta-arqueología”, “pseudoarqueología” o
arqueología fantástica no pertenece al ámbito científico, es menos racional
cuando se imbrica con la llamada “Nueva Era”: pirámides, continentes
desaparecidos, control mental, levitación, astrología, reencarnación, curaciones
psíquicas, talismanes y cristales mágicos, Cristo, Buda, Krishna, cábala,
sufismo, misticismo, espiritismo, canalización, ángeles, meditación
trascendental, archivos akáshicos, mantras, yoga, etc. La Biblia junto al
calefón. Un poco de aquí, un poco de allá. Tomo este fragmento y le agrego este.
Un sincretismo que cada consumidor arma a su gusto. Una espiritualidad para
clase media, media alta y alta.
Como no me canso de reiterar: conozco bien al monstruo porque estuve en sus
entrañas.
Shirley Mac Laine en el Museo de Perú
Un ejemplo de la fusión entre “Nueva Era” y arqueología
fantástica se presenta en algunos textos de Shirley MacLaine.
La gran actriz, una de las grandes defensoras de la Nueva Era”, es autora de
unos cuantos libros autobiográficos: “No vaya montaña abajo”; Puedes entenderlo
desde aquí”; “Lo que sé de mi”; “Bailando en la luz”; “Todo está en el juego” y
“Dentro de mí”. En ellos narra sus experiencias sobre diversos tópicos: sus
“vidas anteriores”, cirugía psíquica, levitación, viajes astrales, poder de
curación de los cristales, curaciones milagrosas, cómo ser feliz, conversaciones
con sus guías, etc. También, volcó al celuloide su “mundo ego-biográfico”, en
1987, en la miniserie “En la cuerda floja”.
Justamente, en “Bailando en la luz” (1985) cuenta que Chris
Griscom una “acupunturista con gran experiencia en terapia psíquica” (1) le
practicó un tratamiento curativo al introducir tres finas agujas de oro en el
“Tercer Ojo”, “Ojo de Shiva” u “Ojo de la Sabiduría”, que se ubica —según la
tradición oriental— entre los ojos. La blonda actriz recuerda que mientras
visitaba un museo inca en Lima, Perú, pasó junto a una vitrina que contenía unos
cráneos, cada uno de los cuales tenía una perforación en el centro de la frente.
Expresa con asombro: “Mientras yo contemplaba aquellos cráneos, horrorizada,
recordé extrañamente lo que era. El guía del museo no tuvo que decirme siquiera
que los altos sacerdotes de los incas habían cincelado agujeros en el centro de
la frente para abrir paso a la energía psíquica del ‘Tercer Ojo’. Una zona
especialmente sensible para la conciencia espiritual. Se cree que la capacidad
de clarividencia, los niveles perceptivos del discernimiento están centrados en
ese lugar. Es el ojo que ‘ve’ más allá de la dimensión terrenal”. (2)
Es probable que la ganadora del Oscar por su actuación en
“La fuerza del cariño” (1984) haya recordado una de las obras de Cyril Henry
Hoskin, más conocido como Lobsang Rampa, quien en su novela “El
tercer ojo”, Capítulo V, cuenta que su maestro espiritual Mingyar Dondup le
dice: “Tendremos que hacerte una pequeña operación en la cabeza para forzar tu
clarividencia y luego vamos a acelerar hipnóticamente tus estudios”.
Es una pena que Shirley no dejara hablar al guía del museo
incaico. Tal vez, la hubiese desasnado.
Lobsang Rampa, la novela y los “gorilas” vernáculos
Una digresión. Quiero recordar que Rampa no fue ni
budista, ni tuvo maestro espiritual alguno, ni jamás estuvo en el Tibet. Fue un
novelista de mucho éxito.
Es importante destacar, ya que mucha gente ha leído sus obras y creyó que narra
vivencias reales, que no es así: son novelas, ficción. Tan es así, que cuando
lleva los originales de “El tercer ojo”, sus editores no confían demasiado en el
autotitulado lama, por lo que entregan la obra a una veintena de expertos para
su evaluación. El dictamen resultó negativo. El informe del antropólogo Agehananada Bharat es terminante y se edita en la publicación especializada:
"Tibet Society Bulletin" (volumen 7,1974): “Las primeras dos páginas me
convencieron de que el autor no era tibetano, las siguientes diez de que jamás
había estado ni en Tíbet ni en India, y de que no tenía absolutamente ni idea de
la menor noción de budismo en cualquiera de sus variantes”. También, Hugh
Richardson —miembro del gobierno colonial indio residente en Lhasa—; Marco Pallis
—autor de “Cumbres y lamas”, “Espectro luminoso del budismo” y de “El camino y
la montaña”, excelentes trabajos sobre la Tradición Tibetana—; Heinrich Harrer —autor de “Siete años en Tibet”— y el detective Clifford
Burgess, coinciden en que El tercer ojo se trata de un fraude. ¡SÍ, UN FRAUDE!
(Ver mi informe subjetivo en Tribuna
de Periodistas: “El fraude Lobsang Rampa: ni lama, ni tibetano, ni
budista” publicado el 14 de diciembre de 2003).
El semiólogo italiano Humberto Eco reivindica la novela
como género. Ante las discusiones que ocasionó la obra de Dan Brown, fundamenta:
“’El código da Vinci’ es una novela, y como tal tiene el derecho a inventar lo
que quiera (...) tampoco es grave que el autor nos diga al comienzo de la obra
que lo que cuenta es la verdad histórica. Como pueden comprender, la persona que
lee de forma habitual ya está acostumbrada a estas llamadas narrativas a la
verdad, forman parte del juego de la ficción. El problema comienza cuando vemos
que muchísimos lectores ocasionales han creído realmente en esta afirmación
(...) que todo este material contenía una sarta de patrañas se ha dicho y
demostrado desde hace tiempo”. (3)
Coincido con el autor de “Apocalípticos e integrados”, en
especial cuando sostiene que los lectores ocasionales pueden llegar a creerse la
ficción. En el caso de la obra de Rampa, la totalidad de los lectores fueron
estafados en su buena fe. Los editores deberían dejar bien en claro que es una
ficción, una especulación del autor.
A pesar de que este no es el lugar apropiado, no puedo
obviar la novela histórica.
No es novedoso que en la
Argentina, muchos escritores utilicen este género para inventar o deformar
hechos de la vida del personaje tratado en ella. Se baja línea en forma
subrepticia y el lector cree que se le da información neutra y objetiva. Tenemos
muchos ejemplos de personajes maltratados: Facundo Quiroga, Juan Manuel de
Rosas, José de San Martín, Eva Duarte de Perón, entre otros. Sobre esta última,
se escribió una novela —de gran repercusión comercial— que no tiene nada de
“santa” y que desde un básico análisis del discurso se nota, denota y connota un
resentimiento contra la protagonista y contra el peronismo. Este “neogorilismo”
tiene nuevos cultores. La idea es pegarle a Perón a través de Evita. Desde un
discurso pretendidamente inocente, se introduce en el imaginario social que sin
Evita, Perón no hubiera existido como líder: una novísima vertiente de peronismo
sin Perón. Y hoy, la moda es investigar los últimos días de Evita y mostrar cómo
se le ocultó la enfermedad que padecía...
Las extravagancias de Wilhelm Selhus
En una nota-investigación anterior, expuse algunos aspectos
de “Pero estuvieron aquí. Pruebas científicas de la presencia extraterrestre”
del “profesor” Wilhelm Selhus. Un disparatado libro
dedicado a la arqueología fantástica, centrado en los extraterrestres. (Ver “Las
manipulaciones genéticas de Wilhem Selhus”, publicado el 14 de febrero de 2008).
Selhus brinda su aporte a las
trepanaciones craneanas.
Dice en su libro, que aún se
puede comprar en las tiendas virtuales de Internet, que “para el Estado debió de
ser muy valioso que todos los conocimientos aprendidos le pertenecieran. Por
ello, el cerebro de los grandes estadistas, a su muerte, debía ser entregado a
la entidad oficial encargada de utilizar el extracto de esta órgano, así como
ponerlo al abrigo de cualquier robo. Entre funcionarios de significación
cósmica, era muy difícil encontrar diplomáticos adecuados. Si uno de estos
funcionarios no alcanzaba el nivel astral exigido, le practicaban unas finas
perforaciones en el cráneo, en las zonas adecuadas, y de allí, los frenólogos
estatales le inyectaban extracto cerebral de grandes ministros del universo. En
la lámina VI se ve una ‘operación de perfeccionamiento’ realizada en el cerebro
de un funcionario estatal. El frenólogo interviene en el cráneo para inyectarle
el extracto que guarda el recuerdo y las experiencias de épocas anteriores. Ya
que las leyes eran muy severas, se puede suponer que los robos de extracto o su
posesión ilegal, serían implacablemente castigados con la muerte.
Con los jóvenes príncipes se
hacía una excepción. Para aumentar su nivel intelectual, se les inyectaba
extracto constantemente. En una interesante cerámica (fig. 29) vemos un
principito con un embudo sujeto a la cabeza, a través del cual se le introducía
la sabiduría «digerida». Ante el pueblo, naturalmente, se mantenía secreto este
método de «la inyección de la sabiduría». Seguramente, porque existía un gran
temor a que estadistas, sacerdotes y sabios fueran asesinados para robarles el
cerebro. Los funcionarios del Estado que lucían agujeros en la cabeza (para
inyectarles los extractos o aplicarles estimulación eléctrica) eran tenidos en
gran estima y muy respetados. Se les reconocía por sus sombreros especiales, que
les protegían de infecciones las heridas. Las manipulaciones en el cerebro
dieron lugar a una moda de sombreros muy variada. Así, podemos ver (lámina IV) a
un hombre paticorto, manipulado, con una especie de sombrero de copa de ala
estrecha; a una distinguida dama que lleva una especie de colmena —a la última
moda— y a unos nobles participantes en una cacería, con los sombreros reservados
a la aristocracia (lámina V). Uno de los cazadores lleva el bombín, que aún hoy
es un símbolo de clase para políticos, comerciantes distinguidos, agentes de
Bolsa, y mafiosos (fig. 30). Existía también otro método para realizar
manipulaciones en el cerebro, menos peligroso y al alcance de la baja
aristocracia: la deformación del cráneo. Cuando el niño era apenas un recién
nacido, se le entablillaba la cabeza, todavía elástica, y así se forzaba su
desarrollo alargado. Se creía firmemente que este procedimiento aumentaba la
inteligencia. Pero se trataba también de un símbolo social. Además de la cabeza
alargada en su parte posterior, se forzaba también el alargamiento hacia arriba,
dando origen a una cabeza en forma de huevo, característica —ya entonces—
de las mentes preclaras (fig. 31). Como ya hemos comentado anteriormente, las
clases altas de la cultura maya llevaban gigantescas narices falsas para
demostrar que descendían directamente de los nobles astronautas (fig. 32).
Recordemos que las narices de éstos se habían alargado, adaptándose al medio,
para conseguir el precalentamiento del aire durante el proceso respiratorio.
Pero en el caso de los mayas, no se trataba de una necesidad de adaptación, sino
de un símbolo de clase. El que llevaba una nariz ostiza daba a entender,
claramente, que no pertenecía a la clase de los trabajadores; algo semejante a
lo que ocurría con nuestros antepasados y sus pelucas, o con las largas uñas
postizas en la antigua China. Recapitulando lo dicho hasta ahora, podemos
concluir, pues, que los visitantes extraterrestres, embajadores de otras
culturas, poseían altos coeficientes de inteligencia. Que a su llegada a la
Tierra se encontraron con hombres elementales, de bajo nivel mental, pero cuya
capacidad intelectual lograron aumentar por medio de las manipulaciones
genéticas anteriormente descritas. Su valiosa herencia genética la conservaron
pura, estableciendo los matrimonios entre hermanos. Existían varias castas: las
más brillantes, intelectualmente, debían su alto nivel a factores hereditarios y
también a las manipulaciones genéticas, tratamientos eléctricos o inyecciones de
extractos de memoria y sabiduría. El control del sexo en los nacimientos, cuya
finalidad era obtener una mayoría de varones, como lo deseaban el ejército y el
Estado, se consiguió con las hondas de semen”. (4)
Cuesta entender que alguien pueda tomarse este texto en
serio.
Algunas explicaciones coherentes
La verdad científica la da el arqueólogo Fernad Schwarz. Al
estudiar las civilizaciones andinas, menciona la cultura de Paracas, Perú, que
floreció a lo largo del primer milenio de nuestra era. Expone sobre las
perforaciones halladas en los cráneos: “En la cabeza deformada de los difuntos
se puede observar la práctica de la trepanación. Sin duda, esa práctica surgió a
causa de la guerra. El cirujano empezaba por eliminar la carne alrededor de la
herida y apartar el cuero cabelludo hacia el exterior, con objeto de dejar al
desnudo el hueso golpeado. La anestesia debía de desempeñar en este estadio un
papel importante. La operación era muy delicada, ya que el menor desliz del
cuchillo de obsidiana podía causar un daño irreparable en la masa cerebral,
incluso podía provocar la muerte. Pero la mano firme del cirujano manejaba con
habilidad el cuchillo, con el que conseguía penetrar en la masa ósea sin tocar
el encéfalo. Una vez hechos los dos primeros cortes, se efectuaban otros dos,
paralelos entre sí y perpendiculares a los primeros; de esta manera se conseguía
la separación de la parte dañada. Después, sirviéndose siempre del cuchillo y
manejándolo a modo de palanca, se hacía saltar la tapa ósea en mal estado, de
tal manera que esa parte del cerebro quedaba al descubierto, iluminada por
primera vez por el sol. A continuación, se cerraba la cavidad con una placa de
metal. Después, teniendo siempre cuidado de evitar la infección, se cerraba v
suturaba la herida, y el cuero cabelludo volvía a su lugar. Así terminaba la
intervención quirúrgica. Conocemos la habilidad quirúrgica con que se realizaba
esta operación prodigiosa gracias a que «se ha encontrado en una caverna un
paquete conteniendo cuchillos de obsidiana, con sus mangos respectivos y
manchados de sangre, además de un cuchillito o palillo de dientes de hueso de
cachalote, trozos tic algodón para proteger las heridas, compresas, vendas e
hilos». La práctica de la trepanación estaba más extendida y más perfeccionada
en Paracas que en ningún otro lugar del mundo. Su gran mérito reside en el hecho
de que se llevaba a cabo «en vivo», es decir, sobre un hombre viviente, y no
post rnortem, sobre un cadáver. Pero, lo más importante de la trepanación de
Paracas consiste en que el operado sobrevivía a la intervención. Se puede
comprobar mediante el «callo óseo» descubierto en los cráneos, callo que se
forma solamente con los años y nunca después de la muerte. Se trata de una
soldadura entre las paredes de los huesos cortados o perforados y la placa de
metal que, gracias a las secreciones óseas de calcio, se queda inmóvil y bien
ajustada. ¡Maravilla de la antigüedad peruana, que tenía por autor al cirujano
indio...!”. (5)
En el Perú, esta práctica data de tiempos muy antiguos;
aunque la cultura de Paracas es la más conocida en lo que se refiere a este tipo
de intervención quirúrgica.
Schwarz, al referirse a las deformaciones de los cráneos,
afirma que “los cráneos deformados artificialmente (los primeros ejemplares
datan de alrededores del 6000 a. de C.) presentan un aspecto común en los
cadáveres de la época de las cavernas. Se aplanaba la nariz y la frente de la
manera que muestra la figura. No se conoce el origen de esta antigua práctica de
deformación. Se cree que estaba inspirada en un principio mágico-religioso, que
se convirtió más tarde en un hábito estético”. (6)
O sea, que esta práctica no es exclusiva de la cultura de
Paracas. Asimismo, la podemos hallar en África y entre los esquimales. (7)
Final para cerebros sin perforar
No es difícil para una mente inquisidora saber quién está
más cerca de la verdad. Una buena ayuda para saber qué autor actúa con
sinceridad es seguir su cuenta bancaria. Pero, sobretodo, comprender la frase
fulminante del paleontólogo y biólogo Stephen Jay Gould, “la ignorancia del
contexto es la señal más clara del farsante”.
Néstor Genta
Bibliografía y reconocimiento de fuentes
1. Maclaine Shirley. Bailando en la luz. Biblioteca Fundamental Año Cero. Editorial América Ibérica. 1994. p.291.
2. Ibid. p.304.
3. Eco Humberto. A paso de cangrejo. Artículos, reflexiones y decepciones, 2000-2006. Edit. Sudamericana. República Argentina. 2007. pp.310/1.
4. Selhus Wilhelm. Pero estuvieron aquí. Pruebas científicas de la presencia extraterrestre. Librería Editorial Argos. Barcelona. 1976. pp.85/9.
5.6. Schwarz Fernand. El enigma precolombino. Tradiciones, mitos y símbolos de la América antigua. Ediciones Martínez Roca. Barcelona. 1988.pp.152/4.
7. http://axxon.com.ar/axxon.htm