En la primavera de 2023 cuando la campaña presidencial estaba en plena ebullición y los candidatos recorrían los canales de televisión incansablemente para transmitir su mensaje, Javier Milei llegó al piso del Noticiero de La Nacion + y después de explicar lo que pensaba hacer, el periodista Eduardo Feinman le anticipó que tendría enormes resistencias para llevar ese programa liberador adelante. Después de tirar una chicana a su estilo (“¿usted me quiere decir que los argentinos van a rechazar ser libres?”) dijo: “si me rechazan todo voy a sobre exagerar el ajuste fiscal, pero que no le queden dudas que yo la inflación la voy a derrotar”.
La cuestión quedó allí, pero a mí siempre me quedó picando este pensamiento: ¡Qué duro va a ser atacar la inflación sólo mediante un ajuste feroz del presupuesto…! ¿Van a ser los argentinos tan idiotas de repetir un Rodrigazo sin preparar el trampolín para la verdadera salida?
Llegaron las elecciones, Milei alcanzó el ballotage y en noviembre superó holgadamente al peronismo kirchnerista de Massa. Aparecieron el DNU y el proyecto de Ley “Bases y Puntos de Partida”.
Los primeros crujidos del armazón corporativo empezaron a sentirse enseguida. El primer ariete fueron los sindicatos convocando a un paro general a 44 días de haber asumido el gobierno, algo nunca visto en la historia del hombre. Llovieron “demandas” judiciales contra el capítulo laboral del DNU. Sin que se haya trabado ninguna Litis (condición esencial de cualquier pleito) los gremios le pedían al Universo que declarara Urbi et Orbi la nulidad de las nuevas disposiciones. Lo hicieron en una jurisdicción completamente incompetente porque llamaron en su auxilio a los siempre parciales jueces laborales sin que hubiera una fucking disputa laboral de por medio.
Pero bueno, dale que va: estamos en la Argentina, después de todo.
Con la inflación corriendo al 200%, con la mitad del país hundido en la pobreza y con el 70% de los chicos menores de 14 años sin comer las tres comidas diarias, algunos jueces dijeron que no había ni necesidad ni urgencia.
Luego llegó el proyecto de ley “Bases”. De los ambiciosos 644 artículos iniciales, el presidente accedió a aprobar un proyecto de 365. Luego de la media sanción de Diputados, la votación en particular duró 5 minutos antes de que el propio presidente ordenara retirar el proyecto bajo el principio de que para tener una mala ley es mejor no tener nada. Demasiada lógica para el rosqueo político habitual de la Argentina. El rosqueo, muchas veces, huele a billetes. No hay rosqueo, no hay billetes; no hay billetes, hay furia.
En ese momento regresó a mi cerebro la frase de la campaña: “si me rechazan todo, voy a sobre exagerar el ajuste fiscal, pero yo la inflación la voy a derrotar”.
Veamos. En enero de 2023 el déficit del presupuesto fue 6%. Este enero fue cero. Mientras, se están licuando los pasivos remunerados (leliqs y otros pases) y se recuperaron 5000 millones dólares de reservas. El dolor está siendo inmenso. Todo el programa de expansión económica por la vía de encarar las reformas de fondo (del Estado, laboral, previsional, tributaria, comercial, judicial, administrativa) fue rechazado por la corporación fascista que se instaló, no en el gobierno, sino (y eso es lo peor) en la mente argentina hace 80 años.
El vaso medio vacío dice que la Argentina probó un cambio “dialogado” con el Presidente Macri y no funcionó. Ahora quiso probar un cambio a cara de perro con el Presidente Milei y tampoco funciona. El problema no es el diálogo o la cara de perro: el problema es el cambio.
Necesitar la anuencia de los que se van a perjudicar cuando el cambio se opere es un intríngulis que nadie ha podido resolver hasta ahora. Los que están afuera la hacen fácil. Cuando Macri dialogaba les decían: “tira el diálogo a la mierda y hace lo que tenés que hacer de una”.
Ahora que Milei no dialoga le dicen “estos tipos no tienen ‘calle política’, tienen que negociar para ir sacando las cosas que se puedan”. La gata Flora.
El problema es que no hay tiempo. Un economista de los más relevantes de la Argentina me comentaba: “Hay buenas noticias en lo fiscal y monetario. Es fundamental cerrar el año con equilibrio fiscal, con inflación en descenso y sin cepo. En 2025 se podrá dolarizar y luego de las legislativas se podrá volver con la Ley Bases”.
La Argentina no tiene ese tiempo. El presidente no lo tiene. Así como los hinchas no festejan los balances positivos de los clubes en el Obelisco sino que festejan campeonatos, blandir papeles con tinta en azul que reflejen el fin del déficit y la cancelación de los rojos presupuestarios no generará ningún entusiasmo popular.
Además el costo de haber llegado a esos números felices habrá sido enorme. Y aunque los representantes legislativos que los argentinos votaron libremente sean los últimos responsables de semejante desastre (por no haber dado luz verde a las reformas que habrían facilitado un programa expansivo de crecimiento e inversión) la sociedad culpará al Presidente y al liberalismo. Una vez más: cagados como poste de gallinero. Solo por decir las cosas son, por pretender terminar con los kioskos y con los curros y por embestirla contra los privilegiados que, mientras usan al pueblo para sus demagogias, compran bonos de las principales compañías norteamericanas y de la empresa del anticristo local por excelencia, Marcos Galperin y su Mercado Libre.
Tener que jugar tu último as en la primera mano, nunca es bueno. Esa reverberación que había quedado en mi cerebro luego de escuchar al entonces candidato Milei decir que, en última instancia, sobre actuaría el ajuste para alcanzar el equilibrio, trajo de nuevo a mi mente la idea de que, efectivamente, estamos ante la última instancia.