Líder surgido de una crisis u otro síntoma de la misma crisis. Visionario o suertudo. Decidido u obtuso. En un país habituado a las confrontaciones, Javier Milei llevó la polarización al paroxismo y ganó la presidencia. Ahora, con 53 años, afronta su primera experiencia en la función pública y el mayor desafío de su vida: liderar la Argentina. ¿Podrá hacerlo?
Presentemos a Milei en sociedad: soltero, sin hijos, economista de profesión, libertario de vocación, fanático del fútbol y de los Rolling Stones, hijo de padres golpeadores con los que no se habló durante años. Era un ciudadano más, poco conocido en la academia —donde acumuló denuncias de plagio— y sin trayectoria política. De tanto en tanto llamaba la atención por tres motivos: su cabellera despeinada, un temperamento explosivo y la devoción por un perro al que llama su hijo. Sin embargo, el Loco —como le dicen desde sus tiempos en el colegio— llegó a la cúspide del poder.
¿Qué ocurrió? Como decimos por estas tierras, “pasaron cosas”. Se alinearon los planetas o se sucedieron las siete plagas de Egipto, según lo interpreten partidarios o detractores: una crisis económica que azota al país desde hace diez años y que ha combinado el estancamiento con una inflación del 238 % durante los últimos doce meses, pobreza y desempleos crecientes, la pandemia global, la crisis de los partidos políticos tradicionales, el auge de las redes sociales y el hartazgo de millones de personas hacia un Estado que funciona en el papel, pero fantasmea en los hechos.
En ese contexto, Milei fue una semilla en campo fértil. Creció, creció y creció. Primero como celebrity de televisión —en shows en los que hablaba sobre economía, pero donde también llegó a bailar y perorar sobre sexo tántrico y tríos—; luego como candidato outsider a legislador; y, ya en 2023, representando la oportunidad de echar a una dirigencia política que habla demasiado y concreta poquísimo. Sus diatribas contra la “casta” de “parásitos” y “ladrones” resonaron en el electorado. Como dice el antropólogo Pablo Semán, uno de los académicos que más ha investigado el fenómeno libertario en la Argentina durante los años recientes, Milei fue “el grito que estaba en el corazón de muchos”. Así se convirtió en la voz de millones de votantes. “Él ha sufrido la minimización, el ninguneo, el bullying”, recordó Semán en una entrevista que concedió a La Nación, “y ofreció la posibilidad de identificarse con él a todo aquel que ha sufrido algo similar, justo cuando retrocedía el antiguo régimen”.
Y vaya que muchos se identificaron con él. El 19 de noviembre, Milei derrotó en el balotaje al candidato oficialista, Sergio Massa, con el 56 % de los votos y tres semanas después —el 10 de diciembre— asumió la Presidencia. Entonces comenzó el verdadero baile. Todavía no ha superado el plazo de las nueve semanas y media de Kim Basinger y Mickey Rourke, pero ya acumula logros y traspiés a granel, mientras lo sobrevuela una pregunta: ¿logrará completar sus cuatro años de mandato o sumirá a la Argentina en una crisis similar a la de fines de 2001?1 La pregunta es incómoda.
En un país donde la política se debatía entre el peronismo —con Cristina Fernández de Kirchner a la cabeza— y la coalición Juntos por el Cambio —que incluye a la Propuesta Republicana de Mauricio Macri y a la Unión Cívica Radical del extinto Raúl Alfonsín—, Milei se lanzó a lo que llamó una “batalla cultural”. Se abocó a defender las libertades individuales y la meritocracia, a criticar el estatismo y lo que caracterizó como una ofensiva “comunista” que abarca desde las cuestiones de género o la lucha contra el cambio climático hasta al presidente colombiano Gustavo Petro y los programas de cualquier Estado de bienestar.
Así llegó el Loco a la Casa Rosada. Usó su discurso inaugural, de espaldas al Congreso, para mostrar una radiografía impiadosa de la situación económica, financiera, laboral, tributaria, previsional y social del país. La sintetizó con tres palabras que calaron hondo en los ciudadanos: “No hay plata”. Es decir, que la Argentina está quebrada, no tenemos quién nos preste en el extranjero—ni el FMI ni Wall Street— y ya raspamos el fondo de la olla local; no hay nada que nos permita demorar las reformas que hemos pospuesto demasiado tiempo.
A veces los discursos dicen mucho más de lo que aparentan. En su exposición inaugural, Milei citó a Jesús Huerta de Soto, un economista español que afirma que “Dios es libertario”, que Jesús jamás pagó impuestos —y tendríamos que imitarlo— y que “el Estado es la encarnación del Maligno”, por lo que debemos desmantelarlo para basar nuestra convivencia civil en la cooperación voluntaria y “el orden espontáneo de Dios”.
Con semejante visión teórica, Milei impulsó un alud de reformas de tinte refundacional mediante un decreto “de necesidad y urgencia” y un megaproyecto de ley que, como era de esperarse, cosecharon un aluvión de apoyos y críticas. Existe una dificultad adicional: sin experiencia política y como líder de la nueva coalición La Libertad Avanza, el libertario asumió la presidencia sin un equipo para gobernar ni legisladores para aprobar sus propuestas en el Congreso. ¿Qué se puede esperar? Tanto la gestión ejecutiva como el debate legislativo acumulan dosis inquietantes de torpeza, inacción e ingenuidad: un cóctel que puede tornarse peligroso, si no mortal, para sus propios objetivos.
El megaproyecto de ley que envió al Congreso tenía 664 artículos, pero el presidente apenas cuenta con 37 de 257 diputados. Su iniciativa se redujo a 365 artículos al cabo de un mes de discusión parlamentaria y solo retuvo tres de sus elementos centrales —desregulaciones, privatizaciones y delegación de facultades—, antes de que el pleno de la Cámara de Diputados la devolviera a la casilla de inicio. Dicho de otro modo, los legisladores demolieron el megaproyecto sin que fuera necesario emitir un certificado de defunción. Mientras esto ocurría, los legisladores de Milei —muchos de ellos novatos en el Congreso y en la política— se tomaban selfies.
Milei enfrenta, ahora, una encrucijada. Llegó al poder demonizando a la “casta política”, aunque la necesita para aprobar las reformas que considera urgentes. Pero si negocia con los políticos de siempre, puede que sus votantes lo vean como “más de lo mismo”. Además, en términos de temperamento, el libertario muestra una notable tendencia a la rigidez, al todo o nada, a analizar cualquier asunto en términos dicotómicos. Como dice Emilio Monzó, uno de los líderes del Congreso que intentó consensuar con los libertarios y cosechó agravios de Milei en Twitter, el presidente “tiene reacciones de adolescencia tardía”.
Parece una exageración, pero no lo es. El libertario tiene como referentes a Donald Trump, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele y Elon Musk. A principios de enero, viajó a Suiza para participar en el Foro Económico Mundial, donde menospreció a la élite que debía seducir. Dijo en su discurso que “Occidente está en peligro” y que el evento mismo de Davos estaba “contaminado por el socialismo”, además de negar el rol de la humanidad en el cambio climático, levantando resistencias y suspicacias entre aquellos a los que, en teoría, quería pedirles inversiones.
El Loco está convencido de sus ideas, que rozan el mesianismo. Sostiene que Dios le asignó una misión y que conoció a su amado perro Conan hace dos milenios en el Coliseo romano, según le confesó a una docena de personas. Él era un gladiador y su perro un león, aunque no llegaron a pelear porque el Uno —como el ahora presidente alude a Dios— les comunicó que unirían fuerzas cuando llegara el momento indicado. El momento llegó en la Argentina de estos días.
En público, Milei evita ahondar en la senda mística. “A mí me han pasado cosas muy fuertes que exceden toda explicación científica”, fue lo máximo que respondió cuando le preguntaron en televisión por qué creía en Dios si su existencia es incomprobable. Él está convencido de que el Uno le habla, aunque a veces recurra a las dotes tarotistas de su hermana Karina —otrora vendedora de pasteles por Instagram y hoy secretaria general de la Presidencia— para evaluar en quién puede confiar, o a la veterinaria Celia Melamed para conversar con sus perros, algo que no confirmó ni desmintió en una entrevista con el diario El País. “Lo que yo haga puertas adentro de mi casa es problema mío”, zanjó.
Conan, cabe aclarar, murió hace años, pero Milei habló en presente de ese perro muerto durante mucho tiempo como si hubiera estado vivo, y lo definió como su hijo. Hay más: lo clonó en Estados Unidos y un día apareció con cuatro cachorros, a los que llama “nietitos” y a quienes les puso nombres de economistas. Los mastines ingleses Milton (Friedman), Murray (Rothbard) y Robert y Lucas (Robert Lucas).
Por ahora, Milei cuenta con una ventaja relativa. Su triunfo sumió al peronismo en una crisis de liderazgo y llevó a Juntos por el Cambio a su virtual implosión. Sin embargo, es cuestión de tiempo para que surjan nuevos referentes y los argentinos dejen de criticar al gobierno que salió del poder y comiencen a exigir resultados en la lucha contra la inflación, la pobreza, la desigualdad, la inseguridad y tantas otras falencias. Mientras tanto, la inflación supera el 20 % mensual. “Prevemos que los próximos meses serán muy complejos al respecto”, alerta el informe más reciente de Equilibra, una de las consultoras más respetadas del país.
Por lo pronto, decenas de miles se volcaron a las calles en rechazo a las reformas que promueve el gobierno libertario. Las centrales obreras concretaron su primer paro general tras cuatro años de silencio vergonzoso ante los gobiernos de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner. Las encuestas todavía le sonríen al Loco, quien no descarta convocar un plebiscito para que los argentinos expresen si apoyan o rechazan sus propuestas. El protagonista de los próximos años es peculiar: Milei tiene poco que perder, juega siempre a pleno y, a menudo, sin fichas. Hoy está ante la oportunidad de su vida. Todo esto puede ser muy eficaz para tomar decisiones o muy peligroso. El reloj ha comenzado a correr.