Argentina creció fuertemente desde 2003. Pero esto surge como consecuencia de
la combinación de un repunte natural luego de un colapso y un boom global en los
commodities. Mientras tanto, debajo de esta recuperación se encuentra la
contradicción básica que generó la crisis económica en 2001. A saber, mientras
un peso fuerte beneficiaba a los argentinos en los 90, era incompatible con la
economía cerrada y rígida. La misma situación se observa hoy: o bien se abre la
economía, se flexibilizan los mercados laborales y mejora el clima de negocios o
el gobierno se aferra a una política de peso débil para compensar un modelo
económico no competitivo y regresa la inflación. Elijan el que quieran.
Al elegir el último, los Kirchner se ganaron el apoyo de ese segmento de la
economía argentina fiel a los principios de Juan Perón. Pero, al generar
inflación y provocar desabastecimientos, la Kirchneromía también está
alimentando un descontento generalizado.
La señora Kirchner dice que el aumento de los impuestos es un mecanismo de
redistribución y sugiere que se debe forzar a los productores a compartir más de
su gran fortuna con otros. Sin embargo, la gran motivación detrás de esta suba
en las retenciones es la inflación.
Parece que este gobierno hará todo lo que sea necesario para reducir la
inflación, excepto la única cosa que resolvería el problema: dejar que el peso
se fortalezca. Impuso controles de precios; congeló y luego subsidió los valores
de la energía; y prohibió la exportación de carne. El año pasado, despidió a la
directora del instituto estatal de estadísticas porque se negó a amañar las
cifras. Aun así, los precios subieron un 20% en 2007 y las expectativas para
este año siguen siendo altas. Esto explicaría la nueva serie de impuestos
confiscatorios sobre la exportación. Al tratar de convencer a los productores de
que no envíen alimentos al exterior, el gobierno cree que puede aumentar las
provisiones de alimentos dentro del país y así enfriar los precios.
Enfureciendo a los productores y reduciendo el incentivo a producir, el gobierno
no trata las causas de la inflación, que son la expansión monetaria y la
incapacidad de la economía de atraer inversiones y aumentar la capacidad
productiva. Un peso fuerte y el compromiso del gobierno de respetar la propiedad
privada es lo que la Argentina necesita para afrontar los precios en alza.
Sin embargo, como fieles subalternos desesperados por tapar agujeros en un dique
que pierde, el grupo económico de la señora Kirchner da vueltas tratando de
compensar los numerosos errores de la política Kirchner sin liberar la economía.
La crisis de la inflación es sólo el último fracaso. Los subsidios para
compensar los nuevos impuestos a las exportaciones no están mucho más lejos.
Pero no se preocupen. El poder Kirchner no se basa en un modelo económico
racional. La principal idea del matrimonio de manejar la economía es cobrar
impuestos, prohibir, regular, subsidiar y micro-manejar cada aspecto de la vida
argentina para que ninguna decisión se tome sin preguntarles a ellos primero.
Si dudan de ésto, tomen en cuenta el hecho de que el señor Kirchner se pasó los
últimos cinco años desmantelando los controles institucionales y los balances
para que, cuando este momento venga, todo el poder estuviese en el palacio
presidencial. Él y su esposa ahora controlan el poder judicial, la legislatura,
el banco central, la policía federal y el gasto en las provincias. La única
avenida que quedó libre para expresar disconformidad es la desobediencia civil.
Como vimos la semana pasada, ese camino también se estaría cerrando, ya que los
Kirchner ahora tienen su propio ejército en las calles de Buenos Aires, liderado
por el señor D'Elía. La ira y la envidia detrás de la furia de esta turba es lo
que el kirchnerismo ha sembrado desde 2002. Aquellos que se animan a discrepar
corren el riesgo de ser enfrentados con más ferocidad.
Mary Anastasia O'Grady
©Wall Street Journal