Para evitar malos entendidos, declaro que apoyo firmemente la gestión del Presidente en su gigantesca lucha contra la pavorosa herencia que recibió de la tríada Fernández²/Massa, cuyo principal contenido era un hiperinflación al borde de estallar. Aunque me duelan, como a tantos, las consecuencias de esa ardua pelea, su éxito se comprueba precisamente en que el tema ha pasado al cuarto lugar en las preocupaciones urgentes de la sociedad, cuando hace sólo seis meses era prioritario. Y la recesión, único remedio posible contra ese terrible flagelo, parece haber tocado su durísimo piso y comenzado a rebotar, sobre todo en el interior.
Javier Milei, por formación, ha asumido la economía como único objeto de su interés, y entregado el comando real del resto de la administración nacional y de la política libertaria a su hermana Karina, Secretaria General de la Presidencia, y a ese raro asesor sin cargo oficial, Santiago Caputo, que ha demostrado disponer de un poder ilimitado sobre funcionarios y legisladores; su influencia es tal como para ser el responsable directo de un sideral traspié reputacional como es la propuesta del impresentable Alfredo Lijo para integrar la Corte Suprema. El miércoles, el Ministro de Justicia confirmó que había sido el ladino Ricardo Lorenzetti quien había instilado el veneno llamado Lijo en los crédulos e inexpertos oídos de esas dos personas.
La “casta”, demonizada por Milei en sus discursos, estará de fiesta porque el nefasto candidato, tan sospechosamente enriquecido, será una verdadera garantía de impunidad para funcionarios y empresarios corruptos aplicando su gran experiencia en dormir las causas más complicadas, aún cuando esa conducta redunde en un sideral perjuicio para el Estado (como sucedió con las vinculadas a la privatización, vaciamiento y re-estatización de YPF). Si llegara a la Corte, y aún cuando la mayoría que conforman hoy Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Juan Carlos Maqueda se mantuviera en temas clave, Lijo podrá desempeñar su rol de adormecedor demorando indefinidamente su indispensable firma en las sentencias del alto Tribunal.
La cerrada e inexplicable defensa que hace de este nefasto personaje significa para Milei una tácita renuncia a todas las promesas de campaña, porque sólo podrá llevarla a buen puerto si transa con lo peor de la política, el pero-kirchnerismo, dueño de los votos necesarios para consagrar al candidato. Se trata de un razonamiento elemental porque ¿qué exigirán Cristina Fernández y los suyos a cambio de prestar ese acuerdo? ¿Guarda esa negociación alguna relación con las tan escasas denuncias judiciales en comparación con los escándalos que diariamente destapa el Ejecutivo?
Si los votos se repartieran como se vio en las sesiones de Diputados y Senado en la reforma jubilatoria, es altamente probable que sus enemigos (en realidad, quienes buscan estrellar el plan económico para lograr imponer una devaluación que, al concretarse, impactaría de lleno sobre la inflación que, con tanto sacrificio, estamos intentando domar) lograran alcanzar los dos tercios necesarios para insistir en el texto aprobado y, de ese modo, sortear el veto presidencial. Cuidado, porque si esta oposición de permanente geometría variable consiguiera reunir nuevamente ese porcentaje podría hasta hacerle juicio político al propio Presidente.
Cuando digo “enemigos”, no me refiero sólo a los políticos y gremialistas que perderían canonjías y kioscos varios si el Presidente tuviera éxito sino, también a los empresarios argentinos, que se niegan a invertir en sus propias industrias (generando puestos de trabajo de calidad), mejorar la productividad y competir con sus homólogos del exterior y así, permitir que gocemos de mejores precios y más calidad en lo que compramos y consumimos.
Pero las derrotas que sufrió el Ejecutivo en el Congreso no se debieron sólo a una oposición que, en defensa propia, está dispuesta a hacer saltar todo por el aire, sino a las crisis que exponen a cielo abierto las disidencias intra-bloques libertarios y, en especial, a inexplicables procederes del propio Presidente de la Nación, que da permanentes muestras de incontinencia verbal.
Estoy en total desacuerdo con el sistemático e injurioso ataque que despliega diariamente la granja de trolls de Santiago Caputo, que Milei retuitea, contra los periodistas que se niegan a aplaudir como focas amaestradas al Gobierno, cualquiera sea el dislate que éste cometa. Los vergonzosos episodios del acoso a los diputados que visitaron a los presos políticos, el permanente desencuentro entre el Presidente y la Vice y la expulsión del Senador Francisco Paoltroni del mini-bloque libertario por haber cuestionado la candidatura de Lijo, son ejemplos clarísimos de un autoritarismo anti-republicano que me niego de plano a convalidar.
Todo eso me duele mucho y ruego que se corrija prontamente, porque estoy convencido de que, en este período presidencial, se concentra la esperanza de una sociedad que, como reflejan todos los análisis de opinión pública y ratifica la ausencia de estallidos sociales, confía en dar vuelta definitivamente la página de trágica decadencia que comenzó a escribir, en una actitud claramente suicida, hace ya ocho décadas.