Entre las falacias expresadas por Donald Trump en el debate por la presidencia de Estados Unidos con su rival Kamala Harris, hubo dos que se destacaron y motivaron la intervención de los moderadores de la cadena ABC News. Cuando los candidatos exponían sobre el aborto, el ex presidente republicano dijo que en algunos estados se mataban niños recién nacidos. La periodista Linsey Davis lo interrumpió: “No hay ningún estado en este país donde sea legal matar a un bebé después de su nacimiento”. Luego en la discusión sobre inmigración, Trump dijo que, en Springfield (un pueblo de Ohio), los inmigrantes robaban perros y gatos y se los comían. El otro moderador, David Muir, le dijo que no había informes creíbles que indicaran eso. “La gente en la televisión dice: ‘Se llevaron a mi perro y lo usaron como alimento’”, reafirmó Trump. “No lo tomo de la televisión, -replicó Muir- Lo tomo del administrador de la ciudad”. Hace veinte años, tal vez un poco más, el ex presidente hubiese pagado un costo político y electoral por sus dichos, pero desde que la verdad de los hechos pasó a ser relativa, mentir no cuesta nada. Es más, entre “los convencidos” que apoyan a Trump su afirmación es valorada como cierta y se habla de una conspiración de la prensa para perjudicarlo. Algo que fue reafirmado por su equipo de comunicación al día siguiente del debate al acusar a los periodistas que lo corrigieron de “piratas informáticos”. En el tiempo del odio y las fake news, la actitud de Davis y Muir con sus chequeos inmediatos es un ejemplo a seguir si no queremos que el periodismo profesional sea arrasado.
El presidente Javier Milei, reconocido admirador de Donald Trump, suele copiar los mismos argumentos contra la prensa argentina. Como el candidato norteamericano cuestiona a cualquier periodista que no lo aplauda (no ahorra insultos, aunque su preferido es el de “ensobrados”) y suele recurrir a mentiras y datos falsos para justificar el ajuste que está ejecutando, y atacar a quienes lo critican. Según Fopea el 40 por ciento de los ataques directos a periodistas fueron emitidos, en lo que va del año, por el propio Presidente. El descrédito del periodismo es clave para sostener la validación de las redes sociales como el espacio donde sí se dice “la verdad”. Esta idea es parte central de una estrategia pensada cuidadosamente por el principal asesor del líder libertario, Santiago Caputo.
Las falacias del Presidente son muchas. Dos de las que más reitera indican que el gobierno anterior le dejó una proyección “del 15 mil por ciento de inflación”, el dato es cuestionado por los economistas más serios de cualquier ideología y tendencia (recibió una altísima inflación: 146 por ciento). La otra tiene relación con la pandemia de covid: “si los argentinos hubiéramos hecho las cosas como la media de los países, habríamos tenido 30.000 muertos, pero gracias al estado de descuido e ineficiencia, 130.000 argentinos perdieron la vida”, dice. Más allá de la discusión válida sobre la duración de la cuarentena y el cierre de escuelas, esos números no tienen fundamento científico. Hay que señalar, además, que la Argentina tuvo mejor perfomance que Brasil, Ecuador, México y Colombia, entre otros países de la región, según datos de organismos internacionales.
Otra de las mentiras gira en torno a frenar un posible aumento a las jubilaciones en el presupuesto por parte del Congreso. Milei asegura que no hubo licuación de las jubilaciones: “de los 5 puntos del déficit del Tesoro que hemos bajado, sólo el 0,4 responde a la pérdida de poder adquisitivo de las jubilaciones”. Sin embargo, varias consulturas explican que el recorte en el área previsional es del 35 por ciento, lo que implica un tercio del ajuste realizado.
Ni Trump, ni Milei, ni Viktor Orbán, ni Jair Bolsonaro quieren confrontar con datos chequeados ni responder a preguntas incómodas. Esta es una característica común más allá de cualquier afinidad ideológica. No quieren a los periodistas como intermediarios y embisten contra los medios de comunicación que no sienten propios. En eso se parecen a Nicolás Maduro o Daniel Ortega, sus enemigos políticos. Por eso privilegian el contacto con sus seguidores a través de las redes sociales, apelando a cuentas anónimas para amplificar sus mensajes y a ejércitos de trolls para montar campañas de desprestigio. El insulto permanente a los periodistas tiene como objetivo que la información contrastada no sea tomada en cuenta o se relativice. Nada debe despertar dudas sobre la tarea “de salvación” que llevan adelante.
Los medios de comunicación que son funcionales a sus ideas, son los únicos bien tratados y sus periodistas, elegidos para las entrevistas con el Presidente o los Ministros. Allí no hay peligro de repreguntas o cuestionamientos. Esta semana quedaron expuestos al repetir una noticia falsa sobre un niña gaseada por la policía. “Compraron” la información oficial que les indicaba decir que la responsable había sido una supuesta activista vestida con traje naranja.
Pero volvamos a Estados Unidos. No es casual el apoyo explícito que Elon Musk, dueño de X, le brinda a Trump en su intento de reelección. Ni que el ex presidente haya anunciado que el multimillonario dueño de Tesla estará a cargo de una agencia de desregulación (¿les suena la palabra?). Tampoco es casual que las grandes multinacionales de la información (Alphabet, dueña de Google y YouTube; Meta, dueña de Instagram, WhatsApp y Facebook; Apple; Amazon y Microsoft) que manejan más de la mitad del tráfico mundial de información, coincidan con Musk en rechazar las regulaciones estatales que puedan condicionar sus negocios. Cualquiera de las empresas nombradas tiene más poder que muchos estados. Para esos mismos grupos, Milei es un ídolo y un ejemplo a seguir.
La red social X tuvo un primer límite en Brasil gracias a que un juez del Supremo Tribunal Federal, Alexandre de Moraes, ordenó bloquear cuentas que incitaban al odio y la violencia. Elon Musk se negó, levantó las oficinas de X en Brasil y el conflicto terminó con la suspensión de la red. En un gesto inédito, un juez se animó a privilegiar la ley por sobre los negocios de Musk.
La disputa es por la libertad de expresión, pero también por el poder. En definitiva, está en juego la democracia tal cual la entendemos. La justicia, los políticos, pero también los periodistas y los medios de comunicación independientes tendrán un rol central en esa disputa que los autoritarios y el poder económico están dando, curiosamente, en nombre de “la libertad”.