“Por supuesto que me gustaría ser el que le pone el último clavo al ataúd del kirchnerismo con Cristina Kirchner adentro”, dijo el presidente Milei en un reportaje de Franco Mercuriali en TN.
A mi también… A mi también me gustaría ser el que pone ese clavo o el que ayude a Milei a ponerlo. Digo esto rápidamente para que quede claro dónde estoy parado.
Que el país, de la mano de la primera delincuente, haya entrado en una discusión idiota sobre una metáfora política después de que esa misma delincuente durante su larga e insoportable carrera política haya hablado de “matar” de “hacer desaparecer personas”, de “embocar” y de una innumerable cantidad de metáforas parecidas para dejar claro cuales eran sus objetivos, me parece de una hipocresía tal que no hace más que reflejar el grado de degradación al que el kirchnerismo ha llevado a la Argentina.
La cuestión quiere llevarse a propósito a un terreno en donde la oposición pueda filtrar un aluvión de empellones contra el presidente. Saben que no pueden entrarle a partir de discutirle sus fundamentos técnicos, intelectuales y de exactitud matemática, entonces buscan sandeces desde dónde poder hacerle algún daño.
La pantomima llegó al extremo de que un inservible funcionario del ministerio de seguridad de la provincia de Buenos Aires haya pretendido justificar el crimen en esa jurisdicción invivible en las palabras del presidente porque según él “contribuyen a la violencia”. ¡Pero por qué no vas a perseguir delincuentes en lugar de apañarlos, inservible de mierda!
Fue el kirchnerismo el que alentó con su política criminal el formidable estado de abandono y desasosiego en que vive gran parte de los argentinos que se encuentran a expensas de los delincuentes que ellos reivindicaron como el emergente de una “sociedad injusta”. ¿Van a tener ahora la cara de piedra para decir que la violencia es el producto de lo que dijo el presidente? Pues la respuesta es sí. Con un agregado: si alguien hubiera tenido como objetivo poner aquel clavo en el ataúd del kirchnerismo y de Cristina Kirchner antes que ahora, es posible que muchos argentinos -hombres, mujeres y chicos- no hubieran muerto a mano de la violencia criminal que ellos apañaron.
La capacidad que tiene esta ameba maléfica para llevar las discusiones que el país debe darse si alguna vez quiere volver al sendero de la civilización, a terrenos confusos, inútiles, mal interpretados, tendenciosos y cargados de un rencor ideológico que repugna, es francamente asombrosa.
Fíjense, si no, lo que esta ocurriendo con la discussion de los fondos públicos para la universidades, para las así llamadas actividades “culturales”, para los organismos relacionados con las políticas de género, etcétera: estos sátrapas -que no han hecho otra cosa toda su vida más que inventar curros con nombres “lindos” para que la sociedad les financie su vida fácil- llegan al extremo de subirse a un escenario y reivindicar los crímenes de una banda de sanguinarios en Gaza para arrastrar a una manada de idiotas que lo aplauden.
Eso demuestra que los monumentales daños económicos que, el peronismo en general y el kirchnerismo en particular, le ocasionaron al país y a los argentinos, son un juego de niños cuando se los compara con el deterioro que esas pestes provocaron en la trama social, mental y humana de la Argentina.
La hipocresía de los estudiantes que, en lugar de decir a cara descubierta que defienden un modelo politico totalitario, esconden el hecho de que se quedaron en sus casas cuando Massa le birló 70 mil millones de pesos al presupuesto universitario mientras que ahora se rasgan las vestiduras porque un presidente (que ha repetido hasta el cansancio que la universidad publica y no arancelada no esta en discusión) los quiere auditar para ver si los dineros de los argentinos son robados detrás de mascaras que a todos les parecen simpáticas, también debe anotarse entre los hechos más ominosos de las últimas semanas.
Esos bolsones de “cultura revoltosa” también deben terminarse en un país que ya debería estar cansado de tantas mentiras y de tantos eslóganes repetidos como clichés desde hace décadas.
Los sistemas que defienden estos inservibles dirigen a los países hacia lo que hoy es Cuba: una tierra arrasada por el hambre, la oscuridad (literal porque no hay luz), la miseria, la enfermedad y la corrupción de un grupo de cabecillas disfrazados con uniformes militares que no hacen otra cosa más que el mismo trabajo que las garrapatas: chuparle la sangre a un cuerpo esclavo.
No hay un solo ejemplo sobre la faz de la Tierra que estos inútiles puedan mostrar como eficiente y exitosos a la hora de entregarle a sus pueblos un nivel de vida holgado y digno. Donde ellos van todo es escasez y vergüenza.
Lo más triste para un país como la Argentina es que todos estos personajes sigan teniendo capacidad de hacerse un lugar en la tribuna política a partir de una inexplicable dosis de rencor que subyace en la sociedad: rencor por el que va para adelante, rencor por el que tiene éxito, rencor por el que triunfa, rencor por el que tiene más que yo. ¿De donde mierda nos viene ese espíritu envidioso? ¿Cual es el problema que tenemos contra las leyes ingambeteables de la Naturaleza?
Si hay que hacer un esfuerzo colosal para ponerle un último clavo al ataúd de la fuente de todo ese odio, ese esfuerzo me encontrara al lado de él. Ni un milímetro a los pusilánimes sensibleros que dicen “no, es demasiado fuerte”. ¡Demasiado fuerte las pelotas!
Fuerte es el llevar a un país al borde de la guerra civil como hizo el peronismo en los ‘70; fuerte es robarse cientos de miles de millones de dólares de los que menos tienen como hizo el kirchnerismo en los últimos 20 años; fuerte es cagarse de risa en la cara de esa misma gente a la que se la engaña diciéndole que se la está ayudando; fuerte es vivir como reyes cuando no se les conocen otras fuentes de ingreso más que el paso por las oficinas del Estado; fuerte es haber puesto a unos argentinos contra otros; fuerte es haber alineado al país con las dictaduras más vergonzantes de la Tierra; fuerte es haber politizado los claustros académicos (llegando incluso a insinuar que los que tienen determinadas ideas no pueden estudiar en las universidades públicas); fuerte es firmar un memorandum de entendimiento con los asesinos de doscientos argentinos; fuerte es mandar a matar al fiscal que me esta investigando… Eso es fuerte.
Decir que quiero ser el que le ponga el último clavo al ataúd de quien trajo todo eso no solo no es fuerte: debería ser el deseo detrás del cual se aúnen los esfuerzos de todos los ciudadanos honrados que quieren dejar atrás las consecuencias de haber sido gobernados por una banda de delincuentes que encontró en la política el mejor camuflaje para sus crímenes.