El presidente Milei en su reciente visita a Italia afirmó tajantemente que quienes no compartan la línea de ideas del partido LLA serían expulsados.
Más allá de que creo que formalmente la vicepresidente Villarruel no forma parte del partido del presidente, todo el mundo interpretó que las afirmaciones del jefe del Estado eran un tiro por elevación a su compañera de fórmula y presidente del Senado, luego de que la vicepresidente encadenara una serie de actos y manifestaciones que molestaron al gobierno.
Obviamente uno puede estar más o menos de acuerdo con lo dicho por el presidente (con independencia de si se refería o no indirectamente a Villarruel) en cuanto a expulsar de un partido a alguien que manifieste alguna diferencia con alguna línea de pensamiento.
Muchos pueden considerar que se trata de un acto de extremo purismo y que, en general, los procesos de “purificaciones” y “limpiezas” no solo no han terminado bien, sino que tienen un perfume feo porque eliminan las diferencias, siendo que, las diferencias en un partido nada menos que liberal, son casi las que lo definen conceptualmente, toda vez que es el liberalismo es el que rescata la idea de que, si bien todos deben ser iguales ante la ley, cada ser humano es diferente al otro y que en eso radica, precisamente, el valor agregado que cada uno le hace al universo desde su exclusiva singularidad.
Pero pongamos que el presidente está en un momento en donde necesita definir un núcleo central de ideas y que, respecto de ese núcleo, reclama una identidad pétrea y sin fisuras, debiendo, el que las plantee, retirarse del partido.
Si tratamos de definir los tres o cuatro cimientos filosóficos de ese núcleo deberíamos incluir, desde ya, la economía libre con respeto irrestricto por el derecho de propiedad, la supremacía de la soberanía individual sobre el Estado y sobre lo colectivo, la idea del progreso en la vida por mérito y del concepto de que “quien las hace las paga” (en materia de seguridad pública), una alianza de hecho con los que siempre se definió como “democracias liberales de Occidente” y… una idea de honestidad en el ejercicio de la función pública completamente intachable.
Definido ese núcleo a partir de esos cimientos, yo entendería que, en este momento, el presidente pida una unión sin fisuras alrededor de esos valores.
Muy bien. Si esto es así, el presidente debería echar ya mismo de su puesto (de nuevo, creo que este personaje no pertenece a LLA) al titular de la DGI Andrés Vázquez que no declaró un importante patrimonio consistente en inmuebles de su propiedad en Miami, Florida.
O sea, estamos diciendo que el que le debe reclamar una determinada conducta impositiva a los ciudadanos es el primero que la evade. Hasta ahora la Oficina Anticorrupción que es el organismo del Gobierno de control de sus funcionarios y quien debería verificar la consistencia de sus declaraciones juradas de bienes, no ha dicho nada y, hasta que esto se escribe, no hay nada que indique que Vázquez vaya a ser removido de su cargo.
El gobierno de Javier Milei fue oscilante en su política de impulsar investigaciones de hechos de corrupción y presentarse como querellante en esos casos. Durante la presidencia de Alberto Fernández, la Oficina Anticorrupción se retiró en 32 causas penales donde actuaba como querellante. Es decir, decidió no impulsar la acusación ni pedir medidas de prueba. Con la llegada de Javier Milei, el Gobierno dijo que iba a mantenerse con la misma política, pues destacaba que esa tarea correspondía a los fiscales y no al Poder Ejecutivo.
Sin embargo, las críticas la forzaron a modificar su posición y anunció que la oficina iba a ser querellante en los casos de resonancia institucional. Muy bien: este es un caso de resonancia institucional.
Es más: más que un caso de “resonancia institucional” es una piña en la jeta de la gente que el titular de la DGI sea un evasor. Además de eso su conducta pega directamente en uno de los cimientos del núcleo del partido, esto es, “la honestidad en el ejercicio de la función pública debe ser completamente intachable”.
Vázquez, al que muchos vinculan con el peronismo de Massa y que estuvo al frente del operativo de apriete al grupo Clarín por parte del kirchnerismo en 2009, debe ser despedido de inmediato o, como mínimo apartado de su cargo hasta que logre demostrar en un lapso razonable el derecho que le asiste o las justificaciones que expliquen por qué no informó los inmuebles en sus declaraciones, más allá de que, obviamente, también tenga que demostrar que su patrimonio legal le permitía hacer esas adquisiciones de acuerdo a sus ingresos lícitos.
Esto también debería ser considerado “una línea del partido” y su inobservancia causa suficiente de expulsión (en este caso de su cargo).
El alineamiento compacto alrededor de un conjunto de ideas debe necesariamente incluir el impecable legajo cuando se desempeña un cargo público. Si bien es importante, por ejemplo, que quienes manejan las relaciones exteriores del gobierno estén alineados con el rumbo y las alianzas que el gobierno elige y privilegia (cuyo descuidado desvío motivó el reemplazo de Diana Mondino como canciller) el apartamiento de la intachable conducta también debe motivar el mismo efecto: Vázquez debe ser removido ya mismo.
El presidente y su partido no cuentan con las capas de seguridad de teflón que la sociedad parece otorgarle solo al peronismo. De modo que si no actúa con total prolijidad en estos casos, la hipocresía argentina se lo reclamará como si fuera la última basura de la Tierra. Solo el peronismo puede hacerse encima de esas demandas que, pese a que son perfectamente correctas, los peronistas han logrado un extraño embrujo que parece anestesiar a la sociedad cuando los reclamos deberían dirigirse a ellos.
Entonces, el presidente Milei, no debe rifar el crédito del que goza y debe expulsar a Vázquez. No declarar propiedades de su patrimonio cuando encima es el Director que debe cobrarles los impuestos a los demás es tan o más grave que votar a favor de Cuba en la ONU. Si eso fue suficiente para volar a Mondino, esto es más que suficiente para poner a Vázquez de un voleo en medio del banquillo de los que deben dar explicaciones, estando ya, por supuesto, fuera del gobierno.