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¿Qué tiene Cristina Fernández en la cabeza?

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Un enigma llamado Cristina Kirchner.
Un enigma llamado Cristina Kirchner.

Este comentario se basa en Cristina Fernández de Kirchner. Ese solo dato sería suficiente para suponer la cantidad de lugares desde los que se lo podría encarar.

Pero en esta oportunidad me gustaría presentarlo a partir de una pregunta; ¿qué tiene Fernández en la cabeza respecto de la plata? ¿Cuál es su percepción del dinero? ¿Qué le pasa cuando el tema es el dinero?

Traigo estos interrogantes al planteo porque la señora siempre ha tenido, a nivel político y en sus manifestaciones públicas, posturas críticas hacía los que hacen de la persecución de la riqueza material un objetivo de vida y los ha señalado como seres menores solo movidos por la angurria.

También ha hecho, desde la palabra, un constante elogio al desprendimiento y al altruismo y adhiere a concepciones sociales y económicas que se basan en el reparto de una supuesta riqueza común que ella se niega a reconocer que les pertenece a los que la producen, de acuerdo a su nivel de participación en esa producción.

Sin embargo, frente a estas posturas públicas, de la boca para afuera y generalmente desde el ardor de una tribuna política, dentro de su cabeza administra mecanismos de conducta muy diferentes respecto del dinero.

Su esposo (si bien en referencia a otras cuestiones) solía decir “no me juzguen por lo que digo, júzguenme por lo que hago”.

¿Y qué hace Cristina Fernández de Kirchner con la plata? ¿O qué postura tiene hacia ella en los hechos que dependen de decisiones que toma para su persona y no cuando habla desde un atril?

Lo que uno ve, cuando entra en ese terreno es a varios personajes. En primer lugar, claramente, aparece la figura del angurriento. Es decir, de alguien que nunca se da por satisfecho cuando de embolsar dinero se trata.

En segundo lugar, tenemos la figura de quien, para alimentar su angurria, no duda en quebrar los límites de la ley o de forzar creaciones mentirosas del ingenio para conseguir plata que, en teoría, no le corresponde.

En este terreno surgen, obviamente, los ejemplos de la cobranza ilegal de dos beneficios jubilatorios de privilegio (que la ley expresamente prohíbe) y que ella cobra (ahora están suspendidos por decreto del Ejecutivo luego de que recibiera su condena en segunda instancia por fraude a la administración pública nacional en el caso “Vialidad”) gracias a valerse de decisiones administrativas y judiciales provenientes de personas que le son adictas y que ella ubicó tanto en la ANSES como en los juzgados.

Pero la cuestión en este punto no acaba allí. La señora no dudó en valerse de una grosera simulación de su lugar de residencia para cobrar un adicional de 6 millones de pesos “por desarraigo” al alegar que vive en el Sur.

Cuando se le ha preguntado sobre la cuestión -dada la clara evidencia de la mentira- ella se limitó a responder que en su documento se lee que su residencia es en la Provincia de Santa Cruz. Algún fiscal en una serie de televisión con la ironía pintada en su cara diría: “no más preguntas”.

Por las jubilaciones indebidas Fernández cobraba más de 33 millones de pesos al mes al momento en que su beneficio fue suspendido. No obstante, como también el gobierno de Mauricio Macri -ajustándose a lo que dice la ley- le había retirado uno de ellos, la señora presentó apelaciones a la ANSES que, en manos de su lacayo Fernanda Raverta, decidió a su favor.

Con esa resolución administrativa como fundamento se presentó ante la Justicia que, también en manos de adictos, refrendó el caso y le repuso el beneficio.

Envalentonada por su triunfo en los estrados de la militancia, abrió otro expediente para reclamar un retroactivo por lo que había dejado de cobrar mientras el beneficio había estado suspendido. La demanda superaba los 120 millones de pesos. Se presume que hoy la ex-vicepresidente reclama carencias por 400 millones de pesos.

Mientras ejerció el poder en sus diversas formas (diputada, senadora, presidente y vicepresidente) no se supo de que haya donado un solo centavo a nadie, a ninguna obra de beneficencia, a algún a ONG de caridad o a alguna institución dedicada a mitigar los sufrimientos de los pobres.

A su vez, además de este análisis a vuelo de pájaro sobre temas que hacen a ingresos personalísimos en donde entran en juego decisiones personales para saber qué pasa con ellos, la señora ha protagonizado uno de los ascensos visuales más evidentes de la historia argentina en materia de cambio de “look” desde que era una desconocida proveniente de Río Gallegos hasta que alcanzó los más altos escalones del poder.

Entiendo por “ascenso visual” el contraste que ven los ojos entre la posición de una persona en un momento anterior en el tiempo respecto de un momento posterior cuando en el medio ha ocurrido un cambio en su estatus laboral.

Y, en el caso de Fernández, me refiero a “ascensos visuales” porque, más allá de los subterfugios leguleyos a los que la señora y su familia puedan echar mano, hay algo que no engaña y es lo que uno ve: las ropas, las propiedades, las alhajas, las carteras, los zapatos… un estilo de vida, en fin. Esas fotografías no mienten: si uno simplemente compara una fotografía de Cristina Fernández en 1995 y una fotografía actual, varios expedientes judiciales se darían por probados sin más trámite.

La señora acaba de ser condenada en fallo confirmatorio de segunda instancia por robarle a los argentinos 1000 millones de dólares, tan solo en uno de los casos investigados. Y tiene varios en espera.

Entonces, va de nuevo ¿cuál es la postura mental de esta señora respecto del dinero?

Lo que uno tiende a pensar es que es, lisa y llanamente, insaciable. No le basta haberse aprovechado de los privilegios del poder para enriquecerse ilícitamente a costa de millones de pobres sino que termina peregrinando a los tribunales reclamando un café con leche. Y todo eso dentro de un cascarón de apariencia pública desde el que dice desvivirse por los pobres.

A veces incluso desde las redes, echa mano de expresiones chabacanas, propias de los marginales, creyendo que hablar como una iletrada será suficiente para que la gente se coma el caramelo de que es “popular”.

Pero lo más curioso de todo es el análisis del obvio contraste que surge al cotejar los datos de este comentario. La señora critica a aquellos “insaciables” que persiguen lícitamente la riqueza, acusándolos de insensibles sociales que no reparan en el sufrimiento de los que tienen menos, pero no le molesta violar la ley para enriquecerse personal e ilícitamente gracias a los privilegios del poder. El problema de la señora no es con la riqueza surgida del delito (porque ella no parece tener problemas en cometerlos -incluso a la vista de todos como en el caso de su domicilio- cuando eso le permite embolsar plata para ella): es con la riqueza surgida del trabajo legal. Esa riqueza sí la vuelve loca.

Lo más triste es que un personaje con este perfil haya conseguido el apoyo de una parte decisiva de los electores que, en su momento, la puso a decidir la suerte de todos.

¿Se dará cuenta la gente, finalmente, quién es la verdadera Cristina Fernández de Kirchner? ¿O, al menos, de lo que la señora tiene en la cabeza cuando de plata se trata más allá de lo que diga para endulzar los oídos de millones de incautos?

 

 

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